Domingo, 23 de octubre de 2016 | Hoy
19:07 › UN BALANCE DE LA MARCHA DEL MIERCOLES DE #NIUNAMENOS Y #VIVASNOSQUEREMOS
Por Mariana Carbajal
Marisú Devoto recuerda cuando hace casi tres décadas empezaba a trabajar con grupos de ayuda mutua de víctimas de violencia machista en una salita que les prestaban en la parroquia Nuestra Señora de la Piedad, en Temperley. Por entonces, a esas mujeres que abrían la puerta con timidez y pedían ayuda, se las nombraba como “golpeadas”, mujeres golpeadas, sin conocer en aquel tiempo que la violencia machista asumía otras formas, más allá del cachetazo o la trompada. Ni las propias víctimas las nombraban aunque las sufrían. “Las empezamos a visualizar a través de la escucha en el trabajo grupal. En ese espacio y de esas mujeres aprendimos mucho y comprobamos que solo veíamos la punta del iceberg”, cuenta Marisú, psicóloga social, cofundadora de la Fundación Propuesta a fines de los 80, pionera en el sur del conurbano en la atención de esta problemática desde la sociedad civil.
Marisú tiene el llanto fácil desde el miércoles. Mira los diarios, los noticieros, y se quiebra. “Hace días que no paro de lagrimear”, confiesa. Dice que tiene emoción por la respuesta masiva a la convocatoria y dolor, a la vez, por más femicidios, por la discriminación histórica que sufren las mujeres en la sociedad y genera ese caldo de cultivo que habilita las violencias machistas, que muchos no ven o no quieren ver. ¿Qué dejó la histórica jornada de paro nacional de mujeres? ¿Se puede hacer balance a pocos días de semejante grito revolucionario? Página/12 consultó a voces de distintos ámbitos para seguir pensando, en mosaico, las imágenes que trascienden los reclamos de #NiUnaMenos y #VivasNosQueremos, que se replicaron esta semana en tantísimas ciudades de todas las provincias y más allá de las fronteras, en países latinoamericanos, de EEUU y Europa.
Desde que empezaron a ofrecer los grupos de ayuda mutua a víctimas de violencia de género, en la Fundación Propuesta recibieron, escucharon y brindaron atención a más de 5000 mujeres. Todavía sigue abierto el grupo en la parroquia de Temperley, y desde mediados de los noventa abrieron otros más en un espacio cedido por el Club Atlético Lanús. Algunos años tuvieron sede propia en Remedios de Escalada pero la tuvieron que cerrar por falta de fondos. Siempre Marisú y otras voluntarias, con larga trayectoria en la temática, trabajando a pulmón, con escaso o nulo apoyo del Estado provincial, a pesar de las numerosas promesas, y que desde los mismos municipios cercanos -y a veces incluso, los tribunales– les derivan mujeres, y más mujeres, para que desde la ONG se hagan cargo de su atención.
Antes se decía violencia familiar, doméstica, recuerda Marisú. El lenguaje fue escarbando en las causas profundas, para mostrar que la desigualdad es la otra cara de la violencia machista.
El miércoles negro estuvo en la plaza Grigera, la principal de Lomas de Zamora, frente a la Municipalidad, para participar de la movilización local. A los setenta y pico de años, Marisú chupó frío y lluvia, como miles de mujeres vestidas de negro, de todas las edades, que desafiaron las condiciones climáticas en el área metropolitana, para decir basta. “Hemos avanzado en la concientización pero falta mucho camino por recorrer. Los femicidios y su crueldad nos interpelan. Y no podemos perder tiempo. Logramos leyes, y tenemos servicios de atención pero faltan políticas públicas que garanticen la continuidad de los servicios y eso significa presupuesto. Tenemos leyes que penalizan a los femicidas pero falta más compromiso de quienes deben aplicarlas. La presencia de muchas jóvenes en el Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario y en las marchas nos gratifica y nos da esperanzas, porque son futuro”, analiza Marisú. Todavía se acuerda cuando en las reuniones con amigos o familiares, en los 90, cuando intentaba sacar el tema del trabajo que hacían desde la Fundación, y compartir las dramáticas historias de mujeres “golpeadas” que recibían, sus interlocutores preferían cambiar el tema, se levantaban, la silenciaban. “Y ahora el tema está en la tele”, dice, y se vuelve a emocionar. Y es lo que sienten otras veteranas del activismo contra las violencias machistas.
No soy yo, somos muchas
Mirta Iglesias tiene 69 años. Empezó a descubrir el feminismo en sus treinta. Vive en Puerto Madryn, donde su voz ronca es un sello en marchas y concentraciones, tanto como en las clases de la Cátedra de Sexualidad, Género y Derechos Humanos de la Universidad San Juan Bosco y en las de Educación Sexual integral, que da en el Instituto de Formación Docente N°803.”Recuerdo en los ochenta cuando escondíamos a las mujeres en nuestras casas, solas o con sus hijos e hijas. A veces había compañeros que tampoco entendían que pasaba. Recuerdo cuando íbamos a la ruta a que las victimas abordaran los colectivos para escapar –nada las protegía– y evitábamos así al violento que las buscaba por las terminales y todo lugar imaginable, frente a un no te metas de todo el mundo”, dice Mirta.
También se acuerda cuando juntaban firmas en las esquinas para poder tener una ley de protección contra la violencia hacia las mujeres. Recuerda “cuando todo era secreto, cuando además del miedo cargábamos las culpas y las dudas de que algo no habíamos hecho bien, de que por algo nos pasaba, de que no amábamos lo suficiente, de que no comprendíamos lo necesario. Después empezamos a ver multiplicada por cientos en otras imágenes similares, con iguales miedos, iguales silencios, iguales dudas. Y decir por fin no soy yo, somos muchas, casi todas. Está afuera: es un sistema de opresión, es el patriarcado. Juntas comenzamos a entender y a entendernos”, agrega. Forma parte del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), una articulación regional, reconocida por su enorme trabajo de litigio internacional, entre otros frentes. Mirta marchó el miércoles. “Ver tantas mujeres bajo paraguas, o bajo el sol, caminando, incansablemente, por un basta. Como si mucha gente hoy comenzara a comprender, a necesitar un cambio, a decirle basta al horror. Como si estuviésemos hablando otra lengua, más poderosa que aquella primitiva, como si las muertes, las investigaciones, las leyes, los tratados internacionales, las calles, los encuentros, las familias, comenzasen a tomar un sentido común, a hablar un mismo idioma. Como si aquellos sonidos guturales se hubiesen transformado en una cadencia que recorre la columna vertebral de paraguas entrelazados y solidarios. Sentí alegría, emoción. Lloré, lloré y lloré, que terrible y maravilloso proceso estamos viviendo”, apunta Mirta, con la emoción, como Marisú, a flor de piel.
La visibilidad que tomó la temática en los últimos años en los medios, y algunas políticas públicas, como la Educación Sexual Integral que se impulsó durante la gestión kirchnerista en el país, favoreció, dice Mirta, que se pueda hablar sobre la problemática de la violencia de género en escuelas, en los barrios. “No es que sea fácil realmente, es que se puede hablar. Ya no te niegan la palabra”, apunta y diferencia de otros tiempos, donde no había ese espacio para sensibilizar y concientizar. “Hoy, como dice Rita Segato, creo que no hay feminismos sin acompañar el crecimiento de masculinidades no patriarcales, y que tal vez sea otra tarea que los feminismos debemos echarnos al hombro multiplicando caricias de varones hacia otros y otras. Es maravilloso el sendero que habilitan las jóvenes cada segundo, esa energía vital ha facilitado el avance rápido de este intento de comprensión de este reclamo de derechos”, concluye Mirta.
El miércoles Dora Barrancos cumplió con el paro de mujeres en el Conicet, donde ocupa uno de los lugares del directorio, en representación de las Ciencias Sociales y Humanas, cargo en el que fue elegida en 2010 por el voto de la comunidad científica. A las 13 la explanada del edificio en el Polo Tecnológico se llenó de mujeres de negro. “Aparecieron bastante más de un centenar de portadoras de rostros altivos y de gestos desafiantes, y hubo no pocos varones que sumaron sus palmas y voces. Desde luego, los gremios estuvieron a la altura de los acontecimientos. Una hora de exposición pública, en medio de un viento cruzado que horadaba los huesos, pero nadie se movió del ágora. Allí estuvimos, mujeres de muchas condiciones, durante la hora de nuestra huelga”, hace la crónica la historiadora.
Dora habló por un megáfono que emitía el sonido de una sirena. “Es la hora de los gestos y de nuestra consiga, Ni una Menos, con vida nos queremos”, agitó, y el nutrido grupo coreó la frase por un largo tiempo, como en tantos otros sitios del país. Casi una plegaria. “EL movimiento #Ni una menos está consiguiendo una repercusión extraordinaria. No sólo concita adhesiones masivas de nuestras congéneres –y de muchos varones– como se vio en una jornada de enorme hostilidad meteorológica pero de excepcional resistencia a la naturaleza y al patriarcado. Fue emocionante lo que ocurrió en mi propio entorno laboral, el Conicet, esa institución que parece tan opaca a la “vida real”, tan orientada por la presunción de objetividad, aunque la ciencia esté contaminada por valores, ideologías y ratio política. No tengo dudas de que las movilizaciones desde el 2015, y especialmente la que coronó el miércoles el gran paro nacional femenino, sirven para ir calando las subjetividades, para interrumpir las adecuaciones del sujetamiento, para alterar el orden de las cosas. Estoy segura de que el espejo colectivo del juntarnos, denunciando la violencia patriarcal, acabará minándola. Esa es mi apuesta”, analiza.
Vernos
Verónica Lorca es guionista y humorista y hace stand up feminista. Estuvo en el Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario, con su espectáculo y su militancia a partir de la ironía y el sarcasmo. Y se mezcló el miércoles entre las mujeres que marcharon del Obelisco a la Plaza de Mayo. También se emociona por lo vivido esta semana. “Leo notas, me mandan audios, fotos, videos, y lloro. Miles y miles de mujeres, unos cuantos hombres, niñas y niños, mojados, todos, intentando caminar debajo del techo de paraguas que se formaba en la calle. Nada nos detuvo”, señala. “¿Qué nos dejó? Creo que lo principal es que se visibilizó toda esta fuerza que estaba tapada por los medios en los Encuentros Nacionales de Mujeres. Y acá se pudieron sumar muchas personas más. También se visibilizó la resistencia que algunos están oponiendo. Pero vamos viendo sus caras, sus nombres, vamos sabiendo quién es quién. Y deja un sabor amargo que el Gobierno eluda su responsabilidad para con la sociedad y para con las mujeres de su país, no sólo no queriendo adherir al reclamo, sino presentando el mismo día un proyecto donde se eliminaría la Unidad Fiscal especializada en violencia de género, que investiga femicidios”, dice.
Resonó el tema en todos lados, destaca. “Tuvieron que vernos. Tuvieron que escucharnos. Tuvieron que prestarnos atención. Y dentro de todo lo doloroso que tiene esta lucha, que se haya visibilizado me parece alucinante. Es un cambio cultural importante. Y no sólo para las mujeres. Durante estos días hablé con varios amigos varones que querían ir, querían participar. De hecho fui con uno de ellos que decía que estaba no sólo para apoyar, sino para pedir perdón, por las veces que había ejercido violencia de género sin saberlo. Él como tantos otros y tantas otras, como muchos, se está repensando, nos estamos repensando, y cada vez somos más. Todos y todas estamos atravesados por el machismo, y vamos aprendiendo todo el tiempo. Es un trabajo diario. Pero vale la pena”, acota.
–¿Se puede hacer humor con la violencia machista?
–Sí, claro, se puede. A veces es difícil, pero se puede. El tema, como siempre, es de qué lado te parás. De qué o de quién te reís. Y qué estás diciendo. En el medio de toda esta bronca por tener que salir a pedir que no nos maten, alguien salta con un chiste machista, y no sólo no te causa gracia, te parece una falta de respeto. Porque no es sólo un chiste. Es un pretender que nada cambie. Es minimizar lo que está pasando, lo que estamos diciendo, lo que exigimos. Es invisibilizarnos una vez más. No es un chiste, es violencia.
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