Martes, 18 de octubre de 2016 | Hoy
UNIVERSIDAD › ENTREVISTA AL POLITóLOGO BELGA FRANçOIS GEMENNE
Ante las consecuencias sociales del cambio climático y las migraciones, Gemenne plantea la necesidad de repensar conceptos como soberanía, Estado, población y territorio.
Por Javier Lorca
“La articulación entre territorio, población y Estado va a tener que ser profundamente repensada. Pero seguimos siendo prisioneros de marcos de pensamiento que datan del siglo XVII.” François Gemenne investiga el impacto social de las migraciones y el cambio climático en la Universidad de Lieja y el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), entre otras instituciones. Antes de llegar al país para participar de distintas actividades (ver aparte), invitado por el Centro Franco Argentino de Altos Estudios (UBA-Embajada de Francia) y por la Facultad de Ciencias Exactas, reflexionó sobre esos problemas en diálogo con Página/12.
–El Antropoceno es un nuevo período geológico en el que, según los geólogos, estamos inmersos de ahora en adelante. Se lo podría llamar “la era del ser humano” y se define por una ruptura profunda: por primera vez, los seres humanos se han convertido en la principal fuerza de transformación del planeta, por delante de las fuerzas geológicas. Pero no es sólo un concepto geológico, también es una formidable propuesta política: implica que la Tierra se ha convertido en un sujeto de la política, no sólo un objeto. El Antropoceno es el encuentro de la historia del hombre, que tiene unos pocos miles de años de edad, con la de la Tierra, que se extiende por miles de millones de años. Sin embargo, hay algo engañoso en considerar que todos los hombres son igualmente responsables de las transformaciones del Antropoceno: de hecho, “la era de los humanos” es sobre todo la era de algunos hombres, mientras que la mayoría de los seres humanos son en realidad víctimas de estas transformaciones.
–El Antropoceno nos debe llevar a replantear completamente el lugar del medioambiente en la política: hay que inventar una nueva geopolítica; literalmente, una política de la Tierra. Todos los conceptos sobre los que se basan las relaciones internacionales contemporáneas son puestos en cuestión. La Tierra ya no es más el decorado de las relaciones de poder, es un sujeto de política, y esto implica repensar los conceptos clave de las relaciones internacionales. La soberanía nacional, por ejemplo, fue concebida en el siglo XVII como el principio rector de las relaciones internacionales: el soberano tendrá el control total de un territorio, que se corresponderá con una población, y esos territorios estarán separados por fronteras. Pero, ¿cuál es el sentido de esa soberanía desde el momento en que de los Estados van a perder porciones enteras de sus territorios por el ascenso del nivel del mar? El cambio climático va a desplazar las fronteras. ¿Y cuál será la soberanía de los Estados insulares engullidos por el océano? La articulación entre territorio, población y Estado va a tener que ser profundamente repensada. Nunca antes en la historia de la humanidad los pueblos han dependido tanto unos de otros. Pero seguimos siendo prisioneros de marcos de pensamiento y de análisis que datan del siglo XVII. El Antropoceno también nos obliga a repensar la soberanía en el sentido de ¿cuál será su significado si la Tierra se vuelve inhabitable?, ¿sobre qué se ejercerá la soberanía?
–Hoy en día, las degradaciones del medioambiente, muchas de las cuales están relacionadas con el cambio climático, se han convertido en un factor importante de las migraciones y los desplazamientos de las poblaciones. Es una realidad presente, no es sólo un riesgo futuro y distante. Los llamados “refugiados ambientales” son aquellos que se ven forzados a abandonar sus hogares por la degradación del medioambiente, que puede ser repentina o progresiva: inundaciones, sequía, la degradación del suelo, huracanes, etc. Detrás de la idea de “refugiados ambientales” hay situaciones migratorias muy diferentes que reclaman respuestas políticas también muy diferentes: una persona que huye de una catástrofe, por ejemplo, no tiene las mismas necesidades que otra que migra a la ciudad durante la temporada de lluvias y luego regresa a su casa. Las respuestas políticas tienen que ser contextuales. En octubre de 2015, ciento diez Estados aprobaron en Ginebra el programa de protección de la Iniciativa Nansen, una serie de principios para proteger de la mejor manera los derechos de los “refugiados ambientales” –que no son realmente refugiados, no son reconocidos como tales por el derecho internacional–. La puesta en marcha de este programa debe ser una prioridad en los países que lo adoptaron, así como el despliegue de políticas de adaptación al cambio climático que reconozcan el rol de las migraciones.
–Ante todo, se trata de una crisis de la humanidad. Representa el fracaso de un ideal europeo y la renuncia de la clase política frente a las ideologías xenófobas y nacionalistas. Este período será juzgado muy duramente por la historia: una de las peores tragedias humanitarias se desarrolla en las puertas de Europa y no sólo no hacemos nada para detener la guerra en Siria, sino que dejamos morir en el mar a los que están huyendo del infierno. Dos tercios de la población siria están siendo desplazados en la actualidad. La mayoría, al interior mismo de Siria; y alrededor de cinco millones, en los países vecinos: Jordania, Líbano –donde una de cada cuatro personas es un refugiado– y, por supuesto, Turquía –que ahora es el país que alberga el mayor número de refugiados del mundo–. Evidentemente, una parte importante de estos refugiados desearía llegar a Europa para intentar recuperar una vida normal, pero la única respuesta que les da Europa es el cierre y el control de las fronteras. Esta crisis es el resultado de una incapacidad –que ya lleva más de veinte años en Europa– para ofrecer un proyecto político común en materia de asilo e inmigración. Sin proyecto político, el cierre de la frontera se ha convertido en el alfa y el omega. En lugar de establecer vías seguras para acceder al continente europeo, en lugar de organizar el arribo de refugiados a Europa sobre la base del modelo organizado por los gobiernos de Alemania y Suecia, los demás gobiernos han preferido dejar que se instalen el caos y la tragedia. Los gobiernos han preferido dejar que los migrantes se ahoguen en el mar en lugar de permitirles tomar un avión.
–Actualmente, el cierre de las fronteras parece ser el único horizonte de las políticas migratorias en Europa y en todo el mundo, aunque sin duda es menos marcado en América del Sur. Las fronteras han devenido en tótems, porque remiten a una gran fantasía política: la idea de que las fronteras son un instrumento eficaz para regular las migraciones. Para la mayoría de la gente y los gobiernos, cerrar las fronteras va a detener la inmigración y abrirlas va a crear una inmigración descontrolada. El resultado de esta fantasía es que el cierre de fronteras aparece como la única opción posible y su apertura, como una utopía ingenua. Creo que esto es malinterpretar profundamente la realidad de las migraciones: no es una frontera cerrada lo que le va a impedir pasar a un migrante, del mismo modo que no es una frontera abierta lo que va a decidirlo a dejar su país. Todas las investigaciones lo demuestran y además tenemos la evidencia ante nuestros ojos: ¡la apertura de las fronteras en el espacio de Schengen no ha creado un caos migratorio! (NdR: el espacio de Schengen abarca a 26 países europeos, no todos parte de la UE.) Y en este momento Europa se enfrenta a un flujo migratorio muy importante, mientras que sus fronteras exteriores están siendo controladas como nunca antes. Debemos comprender que no son las fronteras lo que determina la migración: nunca una frontera cerrada evitará que la cruce un migrante, porque a menudo su vida depende de ese cruce. El cierre de las fronteras no detiene la migración, pero la hace más difícil, más cara y, sobre todo, más mortífera.
–Es evidente que juega un rol importante, sería absurdo negarlo. Cuando uno es atacado, el primer reflejo probablemente sea cerrar las fronteras para protegerse. Pero los europeos parecen no darse cuenta de que la mayor parte de los terroristas nacieron y crecieron en Europa. Hay que ser consciente de que la frontera todavía representa, para una parte de la población, una forma de defensa contra las amenazas externas. Hay una brecha cada vez más grande entre aquellos para los que las fronteras ya no representan nada y aquellos para los que las fronteras representan la última protección. Y es particularmente eso lo que jugó en el Brexit. Reducir esa brecha es un desafío esencial para nuestras sociedades.
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