Martes, 18 de octubre de 2016 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Eduardo López y Mariano Denegris *
El ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich, está desbocado. A la reciente comparación de su proyecto educativo con la Campaña al Desierto del siglo XIX, sumó una nueva figura retórica comparando dos modelos educativos posibles: uno, demodé, representado por “un Falcon de los ´70, excelente para su época”, y otro, aggiornado y moderno, el de la nave espacial para el cual, siempre siguiendo la retórica del ministro, “los docentes tienen que dejar de ser mecánicos del Falcon y transformarse en astronautas”. Sin dar tiempo a procesar estas metáforas cuanto menos desafortunadas, se despachó comparando a las escuelas con “máquinas de hacer chorizos” y elogiando el “compromiso del cerdo” que había puesto panceta en su desayuno con empresarios. Luego agregó a su desenfrenado raid discursivo la insólita y estigmatizante paráfrasis de Ernesto Sanz asegurando que los jóvenes de sectores humildes usarían el dinero de la Asignación por Hijo o el Progresar para comprar balas.
Puede ser que algún manual de marketing político le ordene al ministro ir y volver del ridículo con tal de ganar reconocimiento mediático, empezar a medir en alguna encuesta a cualquier costo. El problema es que se trata de la máxima autoridad educativa del país.
En medio de este cotillón de frases absurdas y provocadoras del ministro Bullrich, el gobierno de Cambiemos se apresta a usar una medición estandarizada de nulo rigor científico para mostrar un resultado puesto de antemano. La construcción de un relato que muestre un sistema educativo en ruinas es tan necesaria como la que se utilizó para privatizar el sistema previsional a través de las AFJPs o para rifar el patrimonio del Estado.
El Operativo Aprender 2016 no tiene nada que ver con evaluar la situación de nuestro sistema educativo. Se trata de una medición incapaz de contemplar las diferencias de contextos en que desarrolla la enseñanza y el aprendizaje. Reduce a los estudiantes a objetos de estudio y a los docentes a aplicadores de encuestas cerradas elaboradas lejos de las aulas. No incorpora la participación de las familias ni de los docentes. Se piensa como externa al proceso educativo. Y pretende, por último, a partir de un ínfimo número de contenidos medibles dar un veredicto concluyente sobre el estado de nuestra educación.
Los docentes no sólo estamos a favor de la evaluación, sino que la ponemos en práctica cotidianamente. La consideramos una dimensión inescindible de nuestra tarea. Precisamente por eso, rechazamos reducirla a una mera medición. Cuando Bullrich dice que las escuelas estaban pensadas como “máquinas de hacer chorizos”, más que describir nuestra educación ilustra su concepción de evaluar. Sólo una escolaridad pensada como “producción en serie”, “que todos salgan iguales”, puede ser medida con el multiple choice. En cambio, si pensamos una educación para ampliar los horizontes de los sujetos, para desarrollar sus posibilidades de intervención plena en las distintas esferas de la vida, para promover el pensamiento crítico, la participación y la solidaridad, un operativo como el Aprender 2016 es absolutamente inútil.
Estas pruebas sólo sirven si el objetivo único de la educación es formar el “capital humano” o preparar los “recursos humanos” que necesitan las empresas como lo ha reconocido el ministro en declaraciones recientes. En su visión del mundo, los seres humanos somos recursos, variables en las cuentas empresarias. Ni siquiera nos otorga la condición de trabajadores y la creatividad humana a través del trabajo. No. Sólo capital humano.
Una de las trampas de la mirada neoliberal de la educación ya la sufrimos en los años ‘90. Se trata de responsabilizar a los trabajadores y a su supuesto bajo nivel de educación de la falta de empleo. Basados acríticamente en la desmentida teoría de que toda oferta encuentra su demanda, han culpabilizado durante esos años a quienes eran las víctimas de decisiones económicas que destruían sistemáticamente puestos de trabajo. Argentina llegó al 24 por ciento de desempleo aunque los índices educativos de la población superaban a la inmensa mayoría de los países de la región. El discurso de Bullrich busca, con una anticipación que mete miedo, adelantarse con aquellos idénticos justificativos a las consecuencias de una política económica que en ocho meses destruyó medio millón de empleos.
Otra trampa del argumento neoliberal está en reemplazar la sociedad por el mercado. Así, las demandas educativas no estarán fijadas por las necesidades sociales, en salud, vivienda, innovación para el desarrollo, trabajo, canalizadas por un sistema democrático. Según esta segunda trampa, las necesidades educativas son fijadas por “casi 900 empresas” a los que el gobierno les preguntó “qué esperaban de nuestros recursos humanos”.
Entre las provocaciones del ministro para instalarse en la opinión pública y la invención de un relato que permita aplicar el modelo educativo pregonado desde las usinas neoliberales que hace estragos en países como México o Chile queda atrapada, como en un juego de pinzas, nuestra educación. Bullrich y su fuerza política tienen derecho a tener aspiraciones electorales, pero eso no lo habilita, como diría Joan Manuel Serrat, a “jugar con cosas que no tienen remedio”.
En la rica Ciudad de Buenos Aires, el partido que ahora gobierna dejó el saldo de 11.000 niños y niñas sin vacante, falta de nuevos maestros que reemplacen a aquellos que se jubilan y una reducción del 33 por ciento del presupuesto educativo. Nuestra educación tiene muchísimo por mejorar. Pero sólo se podrá avanzar en ese sentido sosteniendo y aumentando la inversión educativa para que inclusión y calidad no puedan pensarse jamás como antagónicas.
* Secretarios general y de Prensa de UTE-Ctera.
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