Martes, 18 de octubre de 2016 | Hoy
EL PAíS › MAXIMILIANO, EL HIJO DE DOMINGO MENNA Y ANA MARíA LANZILOTTO, HABLA SOBRE LA RECUPERACIóN DE SU IDENTIDAD
Dice que en un primer momento la noticia le causó “impacto” y “desconcierto”, pero que ahora siente que accedió a “una verdad” que “lo completa”. El encuentro con su familia. La charla con sus hijos.
Por Ailín Bullentini
Una parte de Maximiliano “sigue siendo igual”, dice. Pero hay mucho de su vida que, desde el 3 de octubre, “es diferente” o, mejor dicho, interpreta “de manera distinta”. “Recuerdos, imágenes, elecciones y deseos que hoy tienen un nuevo significado”, dice a Páginað12 a escasos 15 días de haberse enterado de que es hijo de Ana María Lanzillotto y Domingo Menna, militantes del PRT-ERP, secuestrados, torturados y desaparecidos. De todas maneras, para Maximiliano Menna Lanzillotto, la suya es “una historia feliz” porque “gracias a Abuelas de Plaza de Mayo y a la Conadi pude conocer esta verdad que, de otra forma, hubiera perdido para siempre”. De a poco, va incorporando esa verdad a su vida, con la ayuda de su hermano Ramiro, de su tía Alba “Nena” Lanzillotto y del resto de ese clan que lo buscó durante 40 años. “Se me agrandó un poco el corazón”, define.
–Como el descubrimiento de una realidad nueva, la posibilidad de ponerme en contacto con una parte de mi historia que desconocía totalmente. No siento que soy otro de golpe, nunca sentí que no sabía quién era, sino que tenía de repente la posibilidad de encontrarle explicación y significado a muchas cosas que quizás antes no me había puesto a reflexionar, tenía la posibilidad de acceder a una verdad que me completa. Quiero saber más de mis padres, le encuentro otro significado a recuerdos, a inquietudes que tuve y que nunca les había atribuido razón clara. En estos meses sentí que se me agrandó el corazón un poco. De ninguna manera esto significa un reemplazo de una historia por otra, sino el descubrimiento de una parte de mí que hasta ahora desconocí. Prefiero que haya pasado y seguir para adelante a haberme perdido para siempre esto. Aquel momento en el que me dieron la noticia fue un impacto. Me ganó el desconcierto, no lograba dejar de preguntarme si lo que me estaba pasando era efectivamente así. Pero cuando vi la fotos en la carpeta, ya no me quedaron dudas.
Las puertas de entrada a esa verdad que lo “completa” se abrieron por primera vez a fines de mayo pasado, cuando una trabajadora de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) lo llamó por teléfono. Cuenta que se acuerda “como si hubiera sido hace un rato nomás” el momento en que le sonó el celular. Estaba en una estación de servicio. Atendió. “Hola, dije, y me empezaron a contar que eran de la Conadi, qué hacían; me cuentan que habían estado investigando las partidas de nacimiento firmadas entre 1976 y 1978 por esta partera Franicevich, ¿no? (NdR: Juana Franicevich, médica obstétrica que certificó falsamente a nombre de otras personas nacimientos de bebés de mujeres secuestradas durante la última dictadura militar), que se había comprobado que algunas de esas partidas que esta mujer había hecho se habían comprobado que eran falsas, y que dentro de esas estaba la mía. Y yo ahí me dije bueno...”
Maximiliano se encoje de hombros y frunce el ceño para representar su reacción ante la historia que recibía por teléfono aquel día. El relato telefónico siguió con otro “dato llamativo” de su certificado de nacimiento: fijaba el parto en Wilde, partido de Avellaneda, pero él vivía en Olivos, en la otra punta del Conurbano bonaerense. “Me transmitieron que tenían sospechas y que no podían avanzar en la búsqueda sin un análisis de ADN”, continúa.
Maximiliano sabía qué era la Conadi. También el “trabajo eterno de Abuelas, a qué se dedicaban, qué había pasado con los chicos que buscaban”, que había un Banco de Datos Genéticos “que era su principal herramienta de de búsqueda”. Quizá no en profundidad, sino “por los medios, por cada vez que aparecía un nieto nuevo”. Entonces, comprendió lo que le pedían. No pudo arrancar el auto durante media hora. Se debatió entre que “no, no puede ser y al mismo tiempo sí, sí puede ser”. No sabía siquiera que era adoptado.
–Hablé con mi mamá, la que me crió. La llamé y le conté y la noté tan segura cuando me dijo que no podía ser que se me fueron las dudas. Yo me acuerdo que me contaron que de recién nacido era ‘chiquitito, una ratita, muy flaquito’, pero no mucho más.
Maximiliano no deja de nombrar al matrimonio que lo inscribió en el Registro Civil como su hijo biológico y mantuvo esa versión de los hechos hasta hace 15 días como “mamá” y “papá”. “Viejo”. “Vieja”. “Viejos”. Los acompaña con la aclaración “de crianza” y hace hincapié en ese dato como si un poco se esforzara por demostrar que sabe que sus padres, los de sangre, fueron otros.
Maximiliano asistió a la Conadi, se sacó sangre y se olvidó del tema. Hasta el 3 de octubre pasado. De nuevo en el auto. “Maxi, podés venir hoy a Conadi a reunirte con Claudia Carlotto”, le dijeron esta vez por teléfono. La propuesta tenía todo el tono de invitación impostergable. Le plantearon “urgencia”. “Para saludarme no va a ser”, supuso Maximiliano, que sin darse cuenta ya estaba en camino para enfrentarse a su verdad.
–Claro, pero al mismo tiempo no terminaba de sacarme una sensación de extrañeza. Llegué a la Conadi y me dieron la noticia y me entregaron una carpeta con la información de mis padres: cuatro párrafos sobre quiénes eran. También me contaron que tenía un hermano. Me mostraron una foto de él, de Ramiro, en la que estaba más joven y que me hizo recordar a una foto mía de cuando yo era más joven. Éramos iguales. No había duda.
–Lo primero que sentí fue preocupación por mis viejos (de crianza). Cómo lo iban a tomar, qué iban a pasar con ellos. Empecé a hacer bastantes preguntas sobre todo enfocadas las primeras a esto. Me tranquilizó el cuidado y el respeto que tienen en la Conadi, que es impresionante. Me trataron bárbaro, me informaron sobre todo, respetaron mis tiempos para difundir la cuestión. Me fui con la carpeta camino a casa. A mitad de viaje tuve que parar y recorrer las imágenes con calma, leer detenidamente. Me empezó a agarrar curiosidad de saber todo sobre ellos, sobre Ana María y Domingo. De hecho, pasé las siguientes noches googleando todo lo que podía: videos, entrevistas, fotos. E inmediatamente me conmoví mucho sobre todo con lo relacionado a mi mamá biológica. Hay algo que se manifestó adentro mío sin que pudiera aún explicarlo. Lo mismo me pasó con Ramiro: nos unió de inmediato una corriente de afecto. Hablamos y fue como si nos conociéramos desde siempre.
La primera en enterarse de todo fue su esposa, María, quien “vio la foto de Ramiro y también lloró por lo fuerte del parecido”. El paso siguiente fue hablar con quienes lo habían criado. “Quería saber qué había pasado. Mientras volvía de la Conadi escuché en la radio que ya la noticia estaba circulando”.
Cuando llegó a su casa, la “aparición del nieto 121” estaba en todos los portales de noticias. Él estaba en todos los portales de noticias.
“A mi mamá de crianza le pregunté si se imaginaba por qué quería hablar con ella y se le llenaron los ojos de lágrimas. Le conté sobre la prueba de ADN por la que la había consultado cinco meses atrás y me preguntó si había dado positivo. Le dije que sí y le transmití lo que siento hoy, incluso: que no tengo ningún reclamo hacia ellos, solo gratitud de que me hayan criado desde ese momento hasta ahora, pero quería saber qué había pasado”.
La mujer le contó que no podía quedar embarazada y que dentro del grupo de amigos del matrimonio, alguien le pasó el dato de un lugar en donde alguien había adoptado a alguien. Que ella y su marido llamaron y dejaron sus datos y que en agosto del 76 le avisaron que había nacido un bebé de una chica de 15 años, que no la podían conocer, que si lo querían. Que fueron a buscar al bebé. y que lo llevaron a su casa. La mujer, dos años después, quedó embarazada.
–No, nadie. Ni ellos, ni mis abuelos, ni los amigos de ellos.
–No. Cuando nació mi hermana Marina pensaron que no era un buen momento, que mejor más adelante. Y así lo fueron pateando. Luego empezaron a preguntarse para qué y así pasaron 40 años.
La misma versión le dio su padre de crianza. Maximiliano se enteró un lunes de que no era hijo de ellos. El martes y el miércoles se los comunicó. El jueves se encontró con hermanos y sobrinos de sus verdaderos padres. También con su hermano de sangre. “Por la intensidad de los días, siento que esos cuatro días fueron 20. Pero no, fueron cuatro”, resume.
–No, pero fue hermoso. Nos recibieron con un amor impresionante. Un afecto inmediato. Ibamos en camino con mi mujer y me pareció correcto enviarles un mensaje diciéndoles que estábamos yendo. Después me dijeron que el mensaje les sirvió mucho para descomprimir porque estaban nerviosos. Con Ramiro nos dimos un abrazo ni bien nos vimos. Me fue presentando uno por uno, aunque ahora son tantos que necesitaría un cuadro sinóptico para recordar cada uno de los nombres. Nos fueron contando a grandes rasgos la cantidad de historias de militancia que se cruzan en nuestra sangre. Alba llegó un poquito más tarde y el encuentro con ella también fue muy especial. Yo ya había leído cosas de ella y tenía este sentimiento adentro de enorme gratitud por haberme buscado 40 años y nunca haberse rendido. Al principio fuimos contando como estaba viviendo la situación yo. Después ellos me iban contando cosas de la familia. Siempre con alegría y amor, aunque nos dábamos cuenta de que un poco se contenían para no ahogarnos. Me pareció muy lindo descubrir eso. Nos fuimos como a las doce de la noche muy felices. Con Alba y Ramiro seguimos muy en contacto. Buscamos excusas para hablarnos casi todos los días. Con ellos descubrí la verdad y seguir construyendo hacia adelante.
–Se lo contamos el domingo siguiente y lo encaramos como una historia feliz: les adaptamos un poco los datos por ahora, les dijimos que yo no había nacido de la panza de la abuela Mónica, que en realidad mis padres habían tenido un problema cuando yo nací y habían fallecido, y que los abuelos me habían cuidado hasta ahora, que nunca me contaron para que yo no me pusiera triste. Que a partir de este momento nos enteramos de que tengo otra familia numerosa que estoy conociendo, que tengo un hermano más grande. Mauricio, de seis años, escuchaba con los ojos así (y dibuja dos grandes círculos en sus ojos con sus dedos), cuando terminamos de contarles nos dijo que estaba sorprendido y empezó a tejer relaciones, preguntó por qué a mi hermano no lo había cuidado la abuela Mónica, si sus primos ya no eran sus primos. Quiere conocer a Ramiro pronto. Carmela, la más chiquita (de cuatro), lo procesó al rato y le preguntó a su mamá si la había tenido en su panza. Después dibujaron para regalarle al tío Ramiro, lo sumaron a la familia. Me interesa que a partir de ahora, de que soy y ellos también, protagonistas de la historia, que estos temas estén presentes. No me gusta ocultar nada, quiero que el tema esté ahí a disposición para charlar cuando quieran. A medida que vayan creciendo van a surgirles más dudas y vamos a seguir hablando de Ana María y Domingo.
–Conozco los aspectos de la historia general, pero quiero saber un poco más de la de ellos. No quiero hacer un juicio ligero de la historia que les tocó vivir. Quiero tener un poco más de información para entender el contexto de por qué hicieron lo que hicieron, por qué de ese modo. Me pregunto si la determinación de tomar la vía armada era la única que tenían, si no previeron el riesgo, si no pensaron en las consecuencias. Pero sí inmediatamente les reconozco el tener una idea y comprometerse con ella, jugarse la vida por ella. Eso me conmueve enormemente.
–Por el momento, solo sé lo que me va contando Ramiro. Nos está pasando que hay gente que nos busca para aportar datos. A él le escribió un compañero de la secundaria de Domingo Menna con fotos. A mí me escribió un médico que hizo con él medicina en Córdoba, emocionado, que él también me estuvo esperando, que me veía muy parecido. De a poco estoy reconstruyendo la historia. Sabía un poco la historia del ERP. En algún momento, mientras estudiaba Medicina durante los primeros años (Medicina, sí, como su padre), tuve una fuerte inclinación para las carreras de Sociología e Historia. Incluso me llegue a cuestionar si estaba eligiendo el camino correcto. Fui durante un tiempo a la sede de Sociales de la UBA a un curso de revisionismo del Che (Guevara). Iba solo: ni mis amigos, ni mi familia estaban ahí. Y ahora resignifico eso, puedo sospechar de dónde venía. Por el momento, también me valgo de internet. Entre los huecos libres que me quedan del trabajo y la familia, googleo, exprimo artículos periodísticos, videos, textos. Pienso volver a leer Los últimos guevaristas, de Julio Santucho, que cuenta la historia del PRT-ERP. Me lo regalaron cuando era joven y lo leí. Ahora es tiempo de repasarlo.
–Estuve el martes pasado en Abuelas. Tenía una necesidad de ir y de agradecerles personalmente: siento que recuperé una parte de mi historia que si ellas no se movían la perdía para siempre. Eso es enorme. Yo valoraba el trabajo de Abuelas, pero ahora cobró otro significado. Me pareció destacable, además, ver de cerca cómo trabajan: la responsabilidad, el cuidado, la dedicación. Un poco de eso también hay de mi decisión de dar entrevistas. Tiene que ver con de alguna manera contar esta historia, remarcar el cuidadoso y respetuoso trato de la Conadi y de Abuelas, la responsabilidad que le ponen a su trabajo y que eso ayude a quien tenga alguna duda, que lo ayude a animarse.
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