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Por Lucas Rubinich

En la carrera de Sociología (UBA) hay un debate sobre formas de representación que se expresa de distintas maneras en la dinámica de las luchas políticas de ese ámbito universitario. En un contexto de fragmentación y consecuente falta de participación en la cosa pública de los distintos sectores de la comunidad académica, las propuestas de cambio en los sistemas de representación del gobierno universitario pueden significar, en el peor de los casos, apenas un reposicionamiento de algunos de los grupos en los que participamos un escaso porcentaje de personas con actividad política. De haberlo, este reposicionamiento podría no cambiar demasiado el statu quo de la política universitaria, en tanto continuase el relativo aislamiento de los que tenemos implicación activa, en relación con los representados. Pero el funcionamiento cupular de la vida política, para decirlo exageradamente, es más que productor, producto de la fragmentación de la comunidad y de la consecuente escasa participación en la cosa pública. Cambios reglamentarios sin modificaciones en ese aspecto estructural de las relaciones sociales producirían el mejoramiento o empeoramiento relativo de los grupos que conformamos los profesionales de la política universitaria en relación con el gobierno de sectores de la institución, pero nada más.
Ese diagnóstico sostuvo mi posición contraria a la realización de la elección directa en los momentos previos a su concreción. Si no se supera la situación de indiferencia frente a la cosa pública, dije, estos cambios no afectarán el funcionamiento cupular de la política que entiendo es la cuestión central a abordar. Dos hechos produjeron cambios significativos en la vida política de Sociología generando una importante implicación de distintos sectores de esta comunidad y una participación creciente del sector estudiantil: la atención despertada en los estudiantes por las cuestiones que rodearon a la movilización por la elección directa y el implícito apoyo a ese hecho por parte de la actual gestión que tenía como propuesta el debate sobre las formas de representación en el gobierno universitario.
Esta implicación de un sector significativo de la población estudiantil en defensa de la elección directa no debía hacer olvidar que un sector importante del claustro de profesores observaba con desconfianza e incluso rechazo este proceso. Tomando en cuenta esta situación es que, durante las vacaciones, propusimos un espacio de discusión con los distintos sectores que participan de la vida política de esta comunidad, que posibilitase a la vez la resolución de la gestión de la carrera con un acercamiento de posiciones y además, sobre todo, poder asumir con sentido trascendente una discusión, que supere los límites de este espacio académico, sobre los problemas relativos a la crisis de representación. Ese espacio resultó productivo. Si es verdad que hubo ausencias, también hubo presencias significativas del claustro docente. De todos modos, lo que se estaba proponiendo y lo que se propone es un espacio en el que las distintas tradiciones que circulan en la carrera puedan alejar de un superficial inmediatismo estas disputas y convertirlas en un valioso debate para toda la sociedad. En tiempos de descomposición como el presente, la puesta en cuestión de reglas institucionales que operan sin productividad cultural puede ser un elemento vitalizador del espacio institucional. Por supuesto, es una posición entre otras, que puedo sustentar con argumentos fuertes. En un debate se sostienen y modifican posiciones. Lo que quiebra lasreglas del juego, contribuye a la descomposición institucional y resulta políticamente incorrecto es renunciar a debatir en autonomía y solicitar intervenciones externas requiriendo puro ejercicio de autoridad.

* Profesor y ex director de Sociología (UBA); director de la revista Apuntes de Investigación.