UNIVERSIDAD › DEBATE

Pensar el rectorado

Por Leonardo Moledo

Qué significa pensar? Atreverse a imaginar –y decir– fuera de los esquemas y aparatos; incursionar en representaciones nuevas para situaciones nuevas, no repetir mecánica ni sintomáticamente muletillas, ni abroquelarse en defensas corporativas. Justamente, pensar sin sujetarse a los esquemas (“estudiantes buenos versus autoridades malas”, o “cualquier acción o reclamo de un grupo estudiantil es automáticamente encomiable y justo”) puede ser la única salida de una situación en que todas las legitimidades parecen venirse abajo. Al fin y al cabo, todo el mundo coincide en que la universidad –pública, desde ya– debe ser el baluarte del pensamiento crítico. Y si es así, ¿se puede “pensar” la situación de Sociales más allá de los epítetos y los esquematismos?
Aparentemente, se avanza en esa dirección: quedó perfectamente en evidencia que los luchadores de esta aparente Sierra Maestra de Viamonte y San Martín no representan mucho a los alumnos y docentes de la facultad, que masiva y contundentemente han votado en contra de ellos y dejan bien establecido que no apoyan esta acción de pequeños aparatos (al fin y al cabo los aparatos son justamente lo contrario del pensamiento crítico), por otra parte increíblemente funcionales a la derecha cerril. Pero que, además, atentan contra una larga tradición de lucha estudiantil y –lo que es peor– deslegitiman cualquier lucha futura, justo en una época en la que, presumiblemente, habrá que resistir los embates privatistas contra la universidad y la educación pública en general o en la que Menem pide la intervención del Ejército para garantizar “el orden social”.
Sería bueno sacar alguna conclusión positiva del callejón sin salida en que estos grupos metieron a la facultad desprestigiándola gratuitamente. Pensar significa romper con el discurso fosilizado, con la angustia de la repetición sintomática, con el esquema simplista, cuya ausencia asusta, desde ya. Pero pensar no significa necesariamente asustarse, sino ejercitar la imaginación, en una situación carente de ella, y que –sólo aparentemente– ofrece pocas alternativas en medio de urgencias espantosas. El punto al que se llegó (la “toma” deslegitimada por los propios estudiantes en cuyo nombre supuestamente se hacía) ¿servirá para pensar, que es la gran función de la universidad (pública, desde ya)? Tal vez, lo que fue un disparate como actuación se pueda recuperar como un error.
Una palabra sobre la columna de Susana Viau, publicada el viernes pasado. Aunque usó una argumentación algo rancia, tuvo la honestidad de no caer en el ataque personal. Pero comparar a los chicos del rectorado con los héroes del “Granma” o con los luchadores del Frente Sandinista nicaragüense es un poquitín exagerado, así como confundir la consigna “Paz, pan y trabajo” con “Queremos un edificio único para Sociales, y que no se cuestione a quienes quemaron las urnas en una elección”. Aludir a las falencias alimentarias de los “ocupantes” (“estos muchachos que están durmiendo mal y comiendo peor”), mientras estalla el horror de los chicos que se mueren de hambre, me parece, verdaderamente, de mal gusto. Lamentarse porque estos chicos “podrían estar en este momento en el cine” no pasa de ser ingenuo. Pero subirse a la camioneta del rector, hacerle un escrache en su casa como si se tratara de un asesino de la dictadura, o apelar a la memoria de los desaparecidos para justificar a un grupo de estudiantes que juega a la revolución, muestra, por decirlo muy suavemente, una desubicación total.

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