Martes, 14 de agosto de 2007 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINION
Por Juan Carlos Marin *
Reducir y restringir la mirada de lo sucedido en la última reunión de la asamblea universitaria a la imagen del “desorden y el caos del ejercicio de la violencia” es negarse a comprender y reconocer el carácter de un síntoma, que va encontrando el modo de hacerse presente, como la resultante final de un proceso. Son sus causas las que necesariamente hay que señalar y enfrentar con la reflexión y no con la violencia del encubrimiento, que lo único que logra es incrementar la violencia en que se expresan algunos de sus síntomas. Qué duda cabe de que el país vive un período de reestructuración y refundación del orden político social, atravesando de modos muy diversos todos sus espacios. No es poniendo cercos ni encontrando chivos expiatorios que se van a resolver los diferentes procesos que los expresan. Buscar ciegamente retomar una gobernabilidad manteniendo el encubrimiento y la exclusión real de los que padecen y enfrentan lo indeseable es expandir y agigantar el descontento. La crisis de la universidad no podrá resolverse a partir de instrumentar a la última y más perversa resultante de dicha crisis: la actual asamblea universitaria. Ella se ha convertido en un terreno pantanoso que cerca, asfixia y hace daño a todos por igual. En ese campo de enfrentamientos no hay lugar para victoriosos de ninguno de los bandos en pugna. Es deseable superarla, romper ese encierro y buscar el modo de reinstalarse en el conjunto de la sociedad, ampliando los tiempos y los espacios, aun a riesgo de hacer presente y compartir más problemas; pero de los cuales ya no se puede prescindir, para la propia reflexión de la comunidad universitaria. Es aconsejable crear condiciones reales de una tregua para todos. En la situación actual todos los justos se tornan impotentes o caen en la trampa de ejercer la violencia en defensa de sus convicciones. Revertir el modo que ha adquirido la crisis es posible, pero para ello es necesario comenzar por liberarse de los encierros del formalismo normativo y de las iconografías políticas y en su lugar realizar el sentido que ellos –en el pasado– buscaron realizar. Todos deben reconocer que la inmensa mayoría de la comunidad universitaria carece –en lo inmediato– de modos reales de participar y colaborar en la resolución de la crisis. Crear las condiciones que permitan ejercer la libre voluntad de participación a todos los que constituyen el ámbito social de la comunidad universitaria puede constituirse en el territorio que permita no sólo un alto en las hostilidades, sino también el ejercicio de una tregua en la que todos se recuperen creativamente como modo de realizar de manera original y constructiva una autocrítica urgente y necesaria. De no cambiar y persistir en el error del encierro de todos, es conveniente recordarles que el uso de la violencia en cualquiera de sus formas es inhumana para quien la recibe e irreversiblemente destructiva de la humanidad de quien la ejerce.
* Profesor de Ciencias Sociales (UBA).
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