Miércoles, 23 de enero de 2013 | Hoy
Por Sergio Olguín
En los últimos años, todos los cuentos que escribí fueron por encargo. El relato corto de ficción es el único género literario que todavía sobrevive en los medios argentinos, aunque tampoco abundan los lugares donde publicarlos. Este relato lo escribí a pedido de Paula Rodríguez para la edición argentina de SoHo. Debía escribir en clave adulta un clásico de la literatura infantil. Creo que elegí “Pinocho” porque los que me hubiera gustado adaptar ya habían sido tomados por otros autores, o despertaban en mí una imaginación tan obvia como pornográfica (“Blancanieves”, “Cenicienta”, ni qué decir “Caperucita Roja”).
Más allá del tono divertido y juguetón que puede tener el cuento, no eran tiempos muy alegres. Paula Rodríguez y yo nos habíamos conocido en la redacción de Crítica de la Argentina. Paula se había ido a SoHo, pero yo seguía en el diario cuando el destino del llamado (erróneamente, como tantas otras apreciaciones alrededor del mismo) “el último diario de papel” había comenzado su previsible final. La empresa había dejado de pagarnos los sueldos, la redacción había sido tomada, los dueños (Antonio Mata y Marcelo Figueiras) se lavaron las manos, el fundador del diario, Jorge Lanata, había abandonado el barco cuando vio venir el iceberg y el destino de casi dos centenares de familias era, como mínimo, incierto.
A esto hay que sumarle otra cosa más que tiraba para abajo: la fecha de entrega de mi trabajo coincidió con la eliminación de Argentina en el mundial de Sudáfrica. Creo que escribí el cuento para no llorar más de la cuenta.
En ese contexto, Paula me pidió que escribiera el relato de las páginas siguientes. No recuerdo si tenía en la cabeza la situación laboral en la que estábamos metidos tantos colegas, pero terminé escribiendo una especie de fábula sin moraleja sobre el oficio del periodista. En realidad no sobre el oficio, sino del uso que hacen muchos periodistas de su labor. Por supuesto que también aproveché la gran historia de Carlo Collodi para todo aquello que no tenía vinculación directa con esta cuestión.
Repito entonces la fecha en que fue escrito el cuento: junio del 2010. No tenía en mente ningún periodista, al menos conscientemente. Si me preguntan yo diría que el protagonista tiene un parecido físico (más allá de la nariz) a Luis Majul. Cualquier interpretación que se haga sobre lo ocurrido en el periodismo argentino en el 2012 corre por cuenta del lector. Yo juro que no lo escribí pensando en nadie. Les doy mi palabra de periodista.
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