Jueves, 21 de febrero de 2013 | Hoy
Por Carlos Chernov
El disparador de este cuento fue una entrevista que The Paris Review le solicitó a John Steinbeck y que éste aceptó, pero que no pudo realizarse porque Steinbeck estaba demasiado enfermo y murió al poco tiempo. Entonces, los editores de The Paris Review reemplazaron la entrevista por una recopilación de comentarios y opiniones acerca del arte de la ficción que Steinbeck había desgranado en su diario de la escritura de Al este del Edén y en sus cartas. Comentarios acerca del tipo de lápices que prefería, tácticas para que la escritura no se detuviera o cómo era el lector imaginario a quien se dirigía.
Siempre me han gustado las entrevistas a escritores. Son buenas para aprender el oficio y satisfacer la curiosidad. Cuando comencé a escribir, además de enterarme de cómo resolvían sus dificultades técnicas, me interesaba saber cómo vivían o habían vivido mis más o menos confesos héroes privados. En las entrevistas, los escritores se transformaban en personajes de una mezcla de ficción periodística y autobiográfica. Hace muchos años, me propuse escribir versiones apócrifas de esas vidas. Mi idea era partir de algunos detalles reales y extremarlos hasta que la historia rozara el límite de lo inverosímil. De esa intención quedó sólo este cuento.
Lo titulé “La descomposición del relato” porque se relacionaba con “La composición del relato”, de Amores brutales, mi primer libro de cuentos. Me había propuesto que los cuentos de Amor propio, mi segundo libro de cuentos, funcionaran como variaciones musicales de los relatos del primero. No lo logré. Entre uno y otro libro pasaron catorce años y mi proyecto se fue desdibujando hasta que el parentesco entre ambos se redujo a que habían sido escritos por la misma persona.
El título parafraseaba “La filosofía de la composición”, el famoso ensayo de Poe, pero “La composición del relato”, a diferencia de Poe, no partía de la muerte de la amada, sino de un hecho más horroroso: los cadáveres diseminados por la dictadura. Mi sensación al escribirlo era que necesitaba un decir frío y contundente, el tono de un informe científico. En “La descomposición del relato” le atribuí a Steinbeck un estado de locura transitoria –que por supuesto no ocurrió– para hablar del acto de escribir a partir de la escritura como experiencia en sí misma, llenando toda la vida del protagonista.
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