Miércoles, 22 de enero de 2014 | Hoy
Por Marcelo Cohen
Buenos días, lectores. Les voy a contar una película. Es de hace algo más de un estarco, una época en que hacían roncha las historias de aprendizaje espiritual. A mí siempre me encantó contar películas, esos objetos artísticos anacrónicos y recurrentes, y, aunque me preocupaba por esconder los finales, un día empecé a percatarme de que estaba hartando a familiares y amigos. Por eso desde hace un tiempo las cuento por escrito; la tarea me gusta y sé, como tengo facilidad y paciencia, que voy a ir ganando destreza. Precisamente por el gusto es que ahora he elegido ésta. Los films de aprendizaje espiritual eran más largos y lentos que los films corrientes, y más extravagantes –o eso se creía–, y el público no solía verlos en el pantallátor, ni en implantes visiointernos. Iba a las salas provisto de infusiones y sandwiches a instalarse buena parte de un día, o veía tres o cuatro segmentos en una tarde y volvía otra a ver la continuación, si estaba intrigado. No se me escapa que contar un film por escrito es justamente lo contrario de lo que hace el arte del cinema, que es transformar un escrito en imágenes. Abusando de la libertad que da esta inversión, acá he acortado la historia, cosa de no dar la lata.
Marcelo Cohen - Isla Fel 8, Delta Panorámico, Est. 243/ Cic. 120/ Era del Helecho.
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