Viernes, 24 de enero de 2014 | Hoy
Por Mariana Enriquez
El cuento por su autor
Escribí “Carne” a pedido para la revista Lamujerdemivida; iba a ser incluido en un número especial cuya única consigna –sin ninguna otra dirección o condicionamiento– era ésa: un relato acerca de o con carne. Me gustan las consignas, en general, y me gustan mucho para escribir cuentos, a diferencia de lo que les pasa a otros escritores. No me parecen carceleras ni limitantes: todo lo contrario.
Hacía poco que venía escribiendo cuentos de terror: el primero, “El aljibe”, se había publicado en la antología La joven guardia y otro cuento, “Ni cumpleaños ni bautismos” en la revista La Mano. Me gustaba –y me sigue gustando– publicar cuentos en antologías y revistas, como hacen los escritores de género que admiro, me gusta ese destino popular, prelibresco, que tiene una circulación mucho más veloz y más sorprendente. Para este cuento, la consigna de la carne quedó atrás bien pronto y terminé escribiendo sobre dos obsesiones, o más bien una sola, unida: la adolescente fan. La voracidad de la adolescente fan, que yo fui –con cierta vergüenza, escondiendo hasta dónde podía llevarme el ansia– y la casi obvia relación entre estas devociones y el éxtasis sagrado que, en algunos casos, incluye la incorporación del cuerpo del amado, mediante el sexo... o mediante la ingesta.
Cuando lo escribía, pensaba en el cuento “Las ménades” de Cortázar, en las Bacantes desgarrando el cuerpo de Orfeo, dejando sus miembros esparcidos y su cabeza arrojada al Ebro después de escucharlo cantar y en todas las chicas que cantan y lloran y, estoy segura, se comerían a dentellada limpia a esos ídolos que no les dejan tocar.
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