Sábado, 24 de enero de 2015 | Hoy
Por Edgardo Scott
Este cuento es el último que escribí y forma parte de una nueva serie, un nuevo libro de cuentos, que lleva el título de Las caries. La idea se me presentó con la inmediatez o la aparente naturalidad con la que muchas veces se escriben esos cuentos que llamamos “de una sentada”; sin embargo, sospecho que algo de esa facilidad, cuando ocurre, suele ser proporcional al tiempo que ese tema, ese personaje –esa forma, en definitiva– ha permanecido en espera, acechando, hasta su ejecución.
En mi primer libro de cuentos, Los refugios, quise buscar la unidad de las ficciones en su brevedad, en la variedad de motivos, en un tono sosegado y crepuscular de la escritura. En los relatos de Nombres propios, en la primera persona y el género autobiográfico. Para los relatos de Las caries –de los que “El huevo” forma parte– me atrae cierta abyección y voluptuosidad para las situaciones y personajes, pero escritos con una lengua más neutral y precisa, más kafkiana si se quiere. También los “Argumentos”, del extraordinario La mayor, de Saer, por lo abundante y lo diverso, son una referencia que va guiando el proceso de escritura de este libro.
La música es la primera y la más antigua de mis pasiones. Toco y he tocado –como Galo Malraux– desde los quince años en distintas bandas (sobre todo bandas pop, punk, hardcore, post-punk, alternativo –géneros que desde hace no tanto quisieran reconocerse dentro del indie para olvidar que pertenecen al rock–). De todos los instrumentos más frecuentes (voz, bajo, guitarra, teclado, batería), la batería es el único que no sé tocar, ni siquiera de manera fingida o rudimentaria. Espero que esa carencia de la realidad, como tantas otras, lejos de ser un obstáculo, sea una condición, una excusa, una causa para la literatura.
Poco tiempo después de haber terminado el cuento, releyendo a Borges, di con la referencia a “The Crystal Egg”, de Wells y de ahí tomé el epígrafe. Anillos, monedas, espejos, huevos, parecen insistir en una forma esférica para la imaginación; agrego mi apostilla a esa forma poco original y hasta vulgar que hasta el propio planeta ha repetido.
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