¿De dónde salen los cuentos? Naturalmente, no puede haber respuesta a esa pregunta, porque se perdería así el misterio de la literatura. Pero aun a riesgo de parecer pretencioso (y aun impertinente), me gusta señalar dos lugares (o dos conceptos) de donde creo que vienen. Uno es la pura empiria: la realidad de pronto se organiza y se impone con tal fuerza literaria que el escritor es golpeado por un shock eléctrico y corre a escribir. Otros nacen de una palabra o de una o dos frases. Es el caso de este cuento. Nació de la fascinación que me producía la expresión “El circo más grande del mundo”, y del recuerdo de una frase leída algunas vez en un libro de Cesare Pavese (no recuerdo cuál) de un grupo de chicas que se reían porque sí, simplemente porque era verano. Cuáles fueron los procesos que conectaron esos dos fenómenos que no tenían nada que ver lo ignoro, pero una calle se extendió entre el circo y las chicas, y luego se asomaron tímidamente los otros personajes: la enana y el bañero aparecieron juntos, estoy seguro, y el ruido del mar, constante, siempre igual a sí mismo, pero siempre diferente y cursi hizo el resto.