Viernes, 10 de febrero de 2006 | Hoy
–¿Cómo es su familia?
–Yo soy de clase media. De una familia llena de maestros. Cuatro tías paternas y mi hermana se dedicaron al magisterio. También mis cuatro hijos son maestros.
“Entré al primario a los cinco años, aprovechando la influencia de mi tía, en el Colegio Roca. Vivíamos en Montes de Oca, en una casona inmensa con diez habitaciones, de esas que había en Barracas, todavía existe y está tal cual, con sus tres balcones a la calle... Vivíamos allí todos, mis padres, mi hermana mayor, mi abuela paterna, mi tía mimada, que ahora tiene ochenta años, y dos personas mayores, tías de mi padre. Teníamos hasta un sótano y dos pianos, uno de mi tía, otro regalado a mis padres para su casamiento. Eramos una familia muy católica, muy creyente, muy cerrada. Vivíamos de puertas adentro. Me recuerdo como un chico feliz, sin embargo. Siempre he sido alegre y aunque no conocía la calle había otras distracciones. Teníamos una gran biblioteca, sobre todo libros de textos, claro, por las maestras... Todavía recuerdo uno: La moral práctica de Barrau. Y leía mucho Salgari, Julio Verne, Mark Twain, Wells. Para castigarme por alguna travesura, por ejemplo, mi padre me dejaba una semana sin leer. Imagínese, tanto me gustaba... Y yo cumplía ¿eh? No hacía trampas, jamás leía a escondidas. También recibía el Billiken... me acuerdo que lo esperaba con una pasión. Adoraba las aventuras de Pinocho. Un día leí en el diario que Boca iba primero y me hice de Boca, hasta ahora. Yo dije, ¿primero? ¡Esto es para mí!, y sigo siendo de Boca.
–Su familia era muy católica, ¿y usted?
–Yo también, hasta la adolescencia fui muy creyente, muy creyente. Ibamos todos los domingos a la iglesia, el 8 de diciembre de 1925 tomé la primera comunión. Fui el mejor alumno de la doctrina.
–¿Y ahora?
–Bueno, a lo largo de la vida sigo manteniendo un respeto doméstico por la religión. Mis convicciones religiosas se han desgastado un poco, desgraciadamente.
–¿Por qué desgraciadamente?
–Porque me hacía mucho bien tener conciencia religiosa. Ahora, bueno, un Viernes Santo yo no como carne, pero porque mis padres no lo hacían... Me gustaría recuperarme religiosamente. Recuerdo el tipo especial de felicidad que me daba el templo. Ese tipo de éxtasis... Ramón del Valle Inclán tiene una frase muy hermosa, ¿quiere tomarla textualmente?: “El éxtasis es el goce de sentirse cautivo en el círculo de una emoción que aspira a ser eterna”. ¿No es hermosa?
–¿A qué atribuye el deterioro de su religiosidad?
–A que el despertar del sexo comenzó a desviar mi atención. Yo quería ser cura, ¿sabe? Y mi familia estaba loca de contenta... (Se distrae con una sonrisa beatífica.) Yo creo... yo interpreto ahora que fue eso, el despertar del sexo... porque a los ocho, a los diez años yo era muy religioso... Y mire, hace un tiempo creí que podría recuperarme, fue cuando conocí a Monseñor Villena, él fue nuestro asesor religioso cuando preparamos El hombre que volvió de la muerte para Narciso Ibáñez Menta. Y teníamos larguísimas charlas. El hubiera podido volver a darme fe. Pero lo perdí de vista, lo trasladaron a San Rafael, Mendoza, y nunca supe de él. Me hubiera hecho muy bien. (Vuelve a quedarse con la misma sonrisa, como si escuchara algo que no quiere repetir.)
–Usted me dijo que debutó en la radio de pantalón corto. ¿Cómo fue eso?
–Recitando poemas en Radio La Nación. Poemas propios, ¡eh! En “La hora de la Asueroterapia”, un programa del doctor Asuero, un curandero que en el ’30 tocaba el trigémino y curaba la parálisis y la piorrea. Fue recibido por Yrigoyen y después lo metieron preso. Me acuerdo de que La Razón estaba a favor y Crítica en contra del curandero. Lo que nunca pude entender yo mismo es por qué se recitaba poesía en medio de la “asueroterapia”. Yo mandaba poemas y leyeron varios. Entonces un día me presenté, tenía 14 años, y comencé a leerlos yo mismo en el micrófono.
–¿A qué edad fue maestro?
–A los diecisiete. Me recibí en el Mariano Acosta. Allí dirigía la revista del colegio; cuando me fui, al año siguiente la dirigió Cortázar. Es lindo eso, ¿no? Bueno, en el secundario y siempre yo era muy buen alumno, muy estudioso, nunca tuve problemas. Imagínese que iba al cine todos los días, era loco por el cine y mi familia me dejaba ir porque yo cumplía con todo. Bueno, después entré en Filosofía y Letras, me recibí en el ’39 con medalla de oro. Y del ’37 al ’47 ejercí la cátedra y el magisterio. También hacía periodismo deportivo en la revista La Cancha y en Patoruzú, allí también hacía humorismo. Y en el ’39 me casé.
–¿Con quién?
–Con una compañera de Facultad. Nuestra primera hija murió a los seis meses, en el ’40. Después tuvimos cuatro hijos. Vivíamos al principio en Villa Devoto, donde yo era maestro. Después nos mudamos a Villa Urquiza, a una casa que más tarde compré, una casa linda de dos plantas. Allí vivíamos todos, con mis padres y mi hermana, hasta mi separación en el ’54. Esa fue una tragedia familiar, nos disgregamos y todo el mundo sufrió mucho. En estos casos siempre sufren también los inocentes, sobre todo los inocentes. Bueno, me casé con Elcira (Olivera Garcés). Pero después de seis años nos separamos. Toda la culpa fue mía. Yo era celoso hasta la neurosis, insoportable. No nos vimos por ocho años. Y ahora, desde el ’66, estamos otra vez juntos. Y ahora somos una pareja de hierro. Estamos muy unidos. Yo estoy más sereno. (Sonríe. Se pone pícaro de pronto.) Hice experiencias, claro, tuve mis años locos... Pero todo eso pasó y aprendí.
–Así que usted estuvo casado quince años con su primera mujer y seis con la segunda y después, a los cuarenta y cinco, ¿no?, hizo sus experiencias, las que no había hecho en la adolescencia.
–Claro, supongo que es eso. Yo era muy tímido, terriblemente tímido con las mujeres y alguna vez tenía que pasar. Pero; ya pasó.
–¿Cuándo empezó a escribir libretos para radio?
–Profesionalmente en el ’39, pero con pudoroso seudónimo. El programa era: Doña Oliva al olio, por la propaganda de un aceite. Yo lo firmaba Lépido Frías. Lépido por Marco Antonio Lépido, el tribuno romano. Frías no sé de dónde salió... Bueno, ese programa duró nueve meses. Iba media hora al mediodía, con intermedios musicales de la orquesta de Rodolfo Biagi, “Manos Brujas”. Con público presente y todo. Como se hacía antes. Bueno, yo ya estaba en el ambiente y hablé con gente y finalmente pude escribir mi primera novela en el ’40, por Splendid. Donde la tierra es roja, se llamaba. Era la vida de un maestro en Misiones.
–¿Cómo consiguió entrar a la radio?
–Trabajaba en la revista El Suplemento, una especie de magazine que dirigía Américo Barrios. Yo tenía varias secciones. El gerente de una empresa avisadora de una fábrica de aceite me leyó y pensó que podía andar en radio. Me llamó y así empezó todo. De todo, lo que más me gustaba hacer eran los programas cómicos. Bueno en el ’43 debuté en El Mundo con La vida de Eva Lavaliere, una actriz. Dirigía Armando Discépolo y trabajaba Narciso Ibáñez Menta. Después se encadenó todo. Una vez, por el ’45 o ’46, llegué a tener a la misma hora tres novelas en el aire. Bueno, y en el ’46 empezó ¡Qué vida ésta, señor!, con Luis Pérez Aguirre y Angélica López Gamio. Duró cinco años. Y en el ’47 ¡Qué pareja!, con Blanquita Santos y Héctor Maselli. Quince minutos todos los días. Y duró veinte años. (Se conmueve y me sonríe.) Es lindo, ¿no? Todos los días, veinte años...
–Y en el cine, ¿cómo empezó?
–En el ’40 colaboré en la primera película. ¡Bah! colaboré... Le tenía el lápiz a don Enrique Santos Discépolo. El me adoraba. En el ’42 estrené en el Casino, se llamaba Esta noche filmación, era una comedia musical con Tita Merello, Fernando Borel, Augusto Codecá, dirigida por Maurice Schartz. Después, durante diez años no pude estrenar nada.
–¿Por qué?
–No sé, no pegaba una, no salían, no gustaban. Me decían ésta no, así no...
–¿Pero las usó después?
–Sí, todas. Todo el material. En el ’52 di el gran golpe con Los ojos llenos de amor. Fue en el Versalles, con Angel Magaña. Allí comenzó la racha para siempre.
–¿Ese fue el año en que empezó a hacer televisión?
–Sí. Cómo te quiero Ana con Cibrián, Campoy y Raúl Rossi, que era muy jovencito y hacía de padre.
–Después empezó a utilizar el material de radio en televisión...
–Sí. Todo. Tu nombre es María Sombra fue Nuestra galleguita y después Carmiña. En el exterior se dio como Natasha y también se hizo en fotonovela con Jorge Salcedo. Después La sangre también perdona, que se hizo Nostalgias del tiempo lindo y ahora Malevo. No, veamos, era He nacido en Buenos Aires en radio, en el ’50, con María Concepción César y Salcedo. Fueron veinte episodios de media hora. Y después cuatrocientos cincuenta de Nostalgias del tiempo lindo, entre el ’66 y el ’67. Y ahora, desde marzo del ’72, Malevo.
–Sin grandes cambios en más de veinte años. ¿Por qué nada ha cambiado?
–En lo importante, no. Los valores absolutos son eternos. Ha variado la técnica, quizás. Además de radio a televisión hay que tener en cuenta los decorados, la imagen, los cambios de vestuario...
–No me refería a esos cambios.
–Yo soy muy conservador en mi manera de pensar y de sentir. Mi tratamiento excluye determinados temas que no me hacen feliz. Ni antes ni ahora. Ahora hay una bancarrota de la moral. Pero yo rara vez uso el sexo como elemento de trabajo. La vida me ha tratado muy bien. Será por eso que soy naturalmente optimista. Confío y creo. Creo hasta la credulidad más excesiva. (Me mira un momento, insiste como para convencerme, con tono de maestro paciente.) Yo creo en la familia y en los aspectos morales de la vida. Y el pueblo también. Al pueblo, que es sano, le interesa que los buenos triunfen.
–Y a usted, ¿qué le interesa?
–Mire, yo estoy de vuelta, estoy indiferente. Se trata de entregar costura. Lo hago lo mejor que puedo, pero hago trabajos de rutina.
–¿Por qué? ¿Por qué sigue haciendo el trabajo de rutina? En este momento hay cuatro teleteatros suyos en el aire. ¿Por qué? ¿Lo necesita para vivir?
–No. Pero yo tengo con Romay una amistad muy especial, yo le debo mucho. Si por mí fuera, pararía dos años. Pero no puedo hacerle eso. No sé decirle que no a Alejandro cuando él me necesita.
–¿Sabe que se dice que usted tiene “negros”, gente que escribe sus libretos?
–Sí, sé que lo dicen pero no es cierto. Nunca tuve negros. Nunca. A lo sumo pido que me pasen cosas a máquina. Los libros viejos, que corrijo y agrego cosas y quedan unos matetes desprolijos llenos de acotaciones, como en Jacinta Pichimahuida o Malevo. Pero pasar a máquina, eso es todo. Porque yo acepto ideas. Hablo con los productores, con los directivos, con los directores. Pero cuando llega el momento de elaborar el diálogo soy insobornable. Además, usted ve. No es tanto trabajo. Lo del 13. (Pinina quiere a papá) y Gorrión, que son nuevos. Lo demás basta con actualizarlo.
–¿Cuánto tarda en escribir una obra?
–Si no tuviese nada, nada que hacer, en una semana liquido una comedia. Los ojos llenos de amor la escribí en tres noches. Hay que bañar al nene también, a una noche por acto. Claro que eran otros tiempos. Ahora estoy menos rápido.
–Me dijo una vez que le gustaría escribir como Tennessee Williams o Arthur Miller.
–Sí. Los admiro mucho. Pero yo no podría escribir así. Los temas así exigen una gran concentración, mucho tiempo. Yo no lo tengo. Lo que más me gustó de todo lo que hice fue El hombre que volvió de la muerte. La Nación, que siempre me despreció, dijo: “Tragedia griega en la TV argentina”. ¿Se imagina?
–Me imagino. ¿Y usted no cree que ya gana lo suficiente como para darse lujos? ¿Usted cree realmente que si quisiera no podría escribir un programa en lugar de cuatro?
–No me dejan.
–Usted podría chantajear, negociar una cosa a cambio de otra.
–No sé decir que no. Podría, si quisiera, hacer Espectaculares o Altas Comedias. Allí las cosas se trabajan con más tiempo y hay mejor nivel. Pero son dos horas de programa, es un trabajo muy grande y no compensa.
–¿Y usted cree que lo que escribe es real?
–Mire, yo hago arquetipos, pero la gente quiere arquetipos.
–¿Cómo lo sabe?
–El otro día me paró una señora y me dice: “Está muy mal que a Martín lo haga salir con otras chicas, si tiene novia”. Y le digo, pero es así, señora, si él es un don Juan. “Ah, no –me decía ella–, pero eso está mal, es feo.” Quieren el arquetipo. La chica pura, el muchacho bueno y odiar al villano. El público de TV absorbe lo reconocible y lo agradece.
–¿Lo reconocible a qué nivel? ¿No a nivel de realidad?
–Bueno, no los muestro como son, sino como les gustaría ser. Es mejor mostrar una sirvientita que mantiene su integridad sexual y lucha por ella aunque uno sepa que en la vida casi nunca es así. La gente lo prefiere. Mire, cuando yo era muy chico leí Los misterios de París de Eugenio Sue, y siempre recuerdo una lección que aprendí allí. La cosa transcurría en la cárcel. Allí estaba la hez de París, toda la depravación y la ignominia, los criminales y los desalmados más grandes. Y había un maestro de escuela que, en los recreos, contaba cuentos. Bueno, el auditorio se enojaba cuando terminaban mal. ¿Entiende? Un parricida, quizás, el peor degenerado, quería que la historia terminara bien, que el niñito se salvara. ¿Entiende? Yo no me detengo a analizar lo que escribo. No lo vuelvo a leer y casi nunca lo veo, pero este principio lo tengo muy claro.
–Usted se enorgullece de su buen carácter.
–Es verdad. Nunca me peleo.
–Sin embargo, debe haber cosas que no pueda tolerar.
–Ver mascar goma. (Se ríe) Sí, de veras, no lo puedo soportar. Todos los tics me disgustan. Pero es muy difícil hacerme enojar, hasta en la mesa de póker. (Me mira esperando que demos por terminado el tema. Suspira.) Bueno, yo soy muy patriarcal con respecto a la homosexualidad. Aunque he tenido amigos homosexuales. Me resulta muy difícil tolerarlo. Nada de fanatismo, ¿no? Contra la drogadicción, sí, contra eso soy absolutamente fanático. (Piensa un momento.) También me mata la pedantería, que se da mucho en TV, porque en un mes se inventa una figura. ¡Uno se encuentra con cada estúpido! Tampoco soporto el amarretismo. Yo soy muy generoso. Y la escatología, eso no lo entiendo, me repugna. Por ejemplo las películas con deyecciones. Como La gran comilona, es repugnante, yo me pregunto, ¿para qué?
–¿Usted sabe que hay colegas que no opinan muy bien de su trabajo?
–Yo sé que algunos me desprecian. Hay que acostumbrarse a la idea y aguantar, qué se le va a hacer... Pero también hay envidias, incomprensiones. Yo he escrito otras cosas. Soy un buen poeta. He publicado sonetos. He ganado muchos juegos florales.
–¿Cómo definiría usted su trabajo, el rol que cumple socialmente?
–Soy un Alejandro Dumas, un folletinista de 1974. Pero sin negros, porque a él sí que le escribieron más de la mitad de la obra.
–¿Le interesa la política?
–No la siento. Yo soy radical, como toda mi familia.
–¿Pero lee los diarios, se interesa en lo que pasa?
–Leo los diarios, claro, es lo primero que hago todas las mañanas. Pero no nací para ser político.
–Pero tendrá opiniones.
–La escalada de violencia, muera quien muera, me aterra. No lo entiendo, el hombre que querían está en el país, ha pedido de todas las maneras posibles que no se haga lo que se está haciendo, y siguen. La impunidad del crimen es atroz. ¿Quién mató a Vandor, quién mató a Alonso, quién mató a Rucci? No se hace nada.
–Tampoco se hace nada con gente menos conocida, los cinco hombres que la policía ametralló en un camino de Córdoba...
–Ah, sí, yo veo a un policía y me da pánico. No me acuerdo qué escritor decía: “Si a mí me acusan de robar la torre de Nôtre Dame, en lugar de pararme a señalar que todavía está allí, mi primer impulso sería echar a correr”. Yo siento lo mismo. La tortura, la vejación de un ser humano, todo eso tan horrible... Pero todo eso empieza en los programas de televisión, por ejemplo. El otro día vi en un canal unas señoras gordas pelando bananas con guantes de box y comiéndolas. ¿Usted se imagina? Para ganar una prenda. Es la falta de dignidad inherente al ser humano, está en el sometedor y en el sometido, naturalmente es así. Yo tengo pánico al ridículo. Cuando veía en Miami esos viejos con pantaloncitos floreados, esas viejas con pantalones y tacos y pieles y brillos y todo eso, sin un elemental sentido del qué dirán. Yo tengo un gran temor al qué dirán. Por haber soltado una estupidez en una reunión soy capaz de estar amargado días enteros.
–¿Usted es anti algo?
–No sé, creo que no. No soy comunista. Pero anticomunista tampoco. Yo estuve en Rusia, con mi mujer, mi hija y mi yerno. Solo nunca hubiera ido, pero ellos me convencieron. Vi dos ciudades hermosas. La gente por la calle parece contenta y saludable. Tienen magníficos museos. Pero todo es gris, la sofisticación está negada. Es triste. Los restaurantes son terribles. Yo colecciono menús. Allí los tuve que robar, porque no quisieron dármelos. No como en Maxim´s, claro, que lo esperan a la salida para regalárselo. Bueno, de toda mi colección, los rusos son los peores. Comida pésima y el menú mismo, viejo, en mal estado. Cuando estuve exhibían películas mías con Lolita Torres. Un chofer, cuando supo que éramos argentinos recitó: “Najdorf, fútbol, Lita Tore”. Lo que seguramente soy es antinazi, por supuesto.
–¿Alguna vez tuvo militancia política?
–No. En la facultad era reformista porque todos mis amigos eran reformistas. Pero escribí para el peronismo. Contra mi voluntad. Pero en esa época no se podía discutir. Hice Mordisquito. Lo que decía era cierto. Eran verdades a puño. Y también escribí para Estrellas al mediodía. Pero yo hacía la parte artística. La política la escribía Vacarezza. De cualquier manera, la Libertadora me prohibió trabajar. El doctor Isidro J. Odena, ese que ahora es diputado por el Frejuli, era director de Comunicaciones y él, personalmente, me explicó que yo no iba a trabajar más. Hice toda clase de trámites, vi a toda clase de gente. ¡Si yo ni siquiera había sido peronista! Nunca me había afiliado, jamás. Pero todos decían que la orden venía de arriba. Durante dos años, el ’56 y el ’57, tuve que trabajar con seudónimos que me prestaron los amigos. Allí supe quiénes eran amigos. Muchos se negaron. Héctor Maselli me dio su seudónimo de Juan Peregrino para seguir haciendo ¡Qué pareja! y Gustavo Cavero, Laura Favio, todos ellos me ayudaron. Pero el trabajo mermó mucho, todo el mundo tenía miedo de aceptar libros. Hasta que Felipe Rossi, un hombre que ya murió, productor de La Familia Gesa, dijo: “¿De dónde salió esto, quién dijo que no puede figurar?”. Puso mi nombre y no pasó nada. Y pude volver a trabajar como antes.
–¿Usted está satisfecho con su vida?
–Sí, nunca fui ambicioso. Cuando era maestro me conformaba con lo poco que tenía. Después trabajé mucho, llegué a tomar anfetaminas. Estuve como loco. Ahora trabajo cuatro o cinco horas por día. Y me levanto tarde. Estoy tomando unos remedios para dilatar las arterias y duermo mucho más. Pero me levanto bien. Tengo una buena vida, es cierto. Me gusta viajar, y viajo. Tengo una buena biblioteca. Soy de muy buena mesa y buenos restaurantes.
Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero, Grandes entrevistas de la Historia Argentina (1879-1988), Buenos Aires, Punto de Lectura, 2002.
“Se ha hecho todo lo posible para localizar a todos los derechohabientes de los reportajes incluidos en este volumen. Queremos agradecer a todos los diarios, revistas y periodistas que han autorizado aquellos textos de los cuales declararon ser propietarios, así como también a todos los que de una forma u otra colaboraron y facilitaron la realización de esta obra.”
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.