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El regreso de Mamet al juego que mejor juega y que más le gusta
Su última película, “Un plan perfecto”, abunda en tramas y subtramas, maquinaciones y diálogos elípticos. Pero eso es lo que vale.
Por Horacio Bernades
Consecuencia de la anormal situación que atraviesa el mercado cinematográfico argentino –actualmente es más posible perder plata que ganar con un estreno– el video se jerarquiza, al estrenarse en ese formato películas importantes que las distribuidoras cinematográficas dejan pasar. Hace un par de meses fue la última de John Sayles (Tierra del sol) y en poco tiempo más llegarán la nueva de Alan Parker (con Russell Crowe en el protagónico) y no una sino las dos más recientes de Steven Soderbergh: Full Frontal y la remake de Solaris. Es también el caso de Heist, última película hasta la fecha de David Mamet, quien en su carácter de realizador, dramaturgo y guionista es, desde hace varios lustros, uno de los nombres más respetados de la industria hollywoodense. Posterior a State and Maine –a la que en la Argentina no le fue precisamente bien cuando se estrenó, el año pasado, con el título Cuéntame tu historia– y presentada en Estados Unidos a fines del 2001, el sello AVH lanza Heist por estos días, como Un plan perfecto.
No es que le falten nombres conocidos a Un plan perfecto: allí está nada menos que Gene Hackman –a quien el título de “Mejor Actor de los últimos 35 años” no le queda grande– encabezando el elenco. Junto a él, el gran Danny DeVito, Sam Rockwell (protagonista de la recién estrenada Confesiones de una mente peligrosa), el morochón Delroy Lindo, el siempre resbaloso Ricky Jay (actor fetiche de Mamet) y Rebecca Pidgeon, que si actúa en casi todas las películas del realizador de Las cosas cambian es por la sencilla razón de que es su esposa. Heist quiere decir “robo a mano armada”, por eso la última de Mamet representa una nueva entrega de esa larga tradición cinematográfica que va de Mientras la ciudad duerme y Rififí hasta Perros de la calle: la película de atracos perfectos, esa en la que una banda capitaneada por un cerebro del crimen prepara y da el trabajo de su vida. Por una vez, el título de distribución local da en el clavo: al realizador de Casa de juegos y Prisionero del peligro le encantan las películas sobre planes perfectos, como bien lo demuestran las nombradas y ahora ésta.
De hecho, Un plan perfecto no es otra cosa que una variación de Casa de juegos, ópera prima de Mamet de 1987. Si aquélla era una batalla entre genios de la estafa, aquí las maquinaciones vuelven a estar a la orden del día. Se trata de ver quién engaña a quién, y quién se queda finalmente con todo el oro. Tras el robo de una joyería, un “contratista” llamado Bergman (DeVito) impone al veterano Joe Moore (Hackman) y su gente una última operación, consistente en alzarse con un cargamento del dorado metal, transportado en una aerolínea suiza. Como parte de la pulseada entre ambos, Bergman exige que al equipo de Moore se le sume su hombre de confianza, Jimmy Silk (Rockwell), y serán finalmente éste y el personaje de Hackman (el jovencito ambicioso y el veterano a punto de retirarse) quienes libren, como curtidos jugadores de poker, su guerra de engaños y subterfugios.
Dada la condición genial de los contrincantes, Un plan perfecto es la clase de film en la que, a partir del momento en que aquéllos empiezan a levantar la apuesta, el espectador corre serio riesgo de quedarse afuera y perder la partida. Durante la segunda parte de la película (donde se narra la preparación y ejecución del robo del oro suizo) proliferan hasta tal punto los dobles juegos, traiciones y mascaradas, que llega un momento en que a todo aquel que no sea un cerebro de la maquinación no le quedará más remedio que relajarse y gozar. ¿Gozar de qué, una vez que se ha perdido la posibilidad de seguir jugando? De todo aquello que es proverbial en las películas de Mamet: la acerada estructura del guión, pensado como un tablero de ajedrez; el pulido y tenso profesionalismo del relato, equivalente al de sus protagonistas; las notables actuaciones (“uno pagaría hasta para ver a Gene Hackman durmiendo una siesta de tres horas”,dijo con total acierto el crítico de The New York Times) y esos diálogos epigramáticos, elípticos e iluminatorios que son la marca al agua más inconfundible del autor.
“El tipo es tan cool que cuando se va a dormir, las ovejas lo cuentan a él”, comenta alguien, refiriéndose al personaje de Hackman. “Todo el mundo lo busca”, dice éste en otro momento. “¿Qué cosa, el amor?” “No, el oro”, responde el ladrón. Al final de la película, el personaje de Rebecca Pidgeon confirmará el aserto. En las películas de Mamet, los personajes femeninos no suelen salir beneficiados por el guión, y Un plan perfecto no es la excepción.