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El regreso de las ratas asesinas
La remake de “Willard”, bautizada “La revolución de las ratas”, supera a su antecesora en calidad y contundencia.
Por Horacio Bernades
Todo empezó a comienzos de los ‘70, cuando una modesta película de terror se convirtió en un éxito de público que sorprendió a los propios hacedores, y que derivó en una inmediata secuela. La película se llamaba Willard, tenía por protagonista a Bruce Davison (recientemente reaparecido, haciendo de senador discriminador en X-Men) y tal vez su mayor hallazgo haya sido darle a la gran Elsa Lanchester (inolvidable novia de Frankenstein en la película homónima) uno de sus últimos papeles, como la terrible mamá del protagonista. En cuanto a la secuela, llamada Ben, más que por sus propios méritos es recordada por la balada del mismo nombre, que un Michael Jackson todavía niño (y todavía negro) entonaba sin importarle que tuviera que ver con la película que la contenía.
Sin embargo, si alguien se robaba el cartel francés en ambas películas no eran Davison, Lanchester ni Jackson, sino las bandadas de ratas que, en las escenas culminantes, irrumpían en oleadas. Ahora, treinta años más tarde, Willard contraataca con una remake. Las ratas también, por supuesto. Protagonizada por ese rey de la desmesura cinematográfica que es Crispin Glover (que en Los ángeles de Charlie componía uno de los perversos más excesivos y disfrutables del cine reciente) y con un par de homenajes a la original (incluida la canción de Michael), la nueva Willard se estrenó en Estados Unidos hace pocos meses. Cosa curiosa: siendo mejor que la primera, en boleterías le fue peor. En la Argentina la edita en video el sello AVH, con el título La revolución de las ratas. Título bastante antojadizo, ya que por muy revoltosas que resulten las dientudas criaturillas, no muestran intención de subvertir ningún sistema.
No bien empezada la película, la mamá de Willard ya lo está llamando para que la atienda, en su lecho de enferma. Inválida y con un maquillaje como de muerta viviente, la mujer es una de esas tiranas que, desde Psicosis en adelante, han dado una progenie temible. El pelo negrísimo y con raya al medio, el rostro largo y nariz prominente, tan blancos como el talco: no hay más que verlo a Willard para saber que yace allí un Norman Bates en potencia, dispuesto a hacer de las suyas en cuanto se presente la ocasión. Entregándose a un festín de gestos ampulosos y ojos desorbitados, saliéndose de la vaina por demostrarle al mundo de lo que es capaz, en la actuación de Crispin Glover se condensa la razón de que esta remake sea superior al original.
Mientras aquélla (dirigida por el siempre impersonal Daniel Mann) no exhibía rasgos de estilo, ésta (dirigida por el anónimo Glen Morgan) está lúdicamente jugada a un exceso de cuño historietístico. “¿Qué te pasa, estás flojo o estreñido?”, le pregunta a Willard su mamá, cuando aquél se demora en el baño. El muchacho toma una almohada para ponérsela no precisamente debajo de la cabeza, pero luego se arrepiente. No importa. Unas secuencias más adelante, sus amigas las ratas cumplirán sus deseos. La relación del protagonista con los roedores es contradictoria: primero, a instancias de mamá, intenta exterminarlas por todos los medios posibles; enseguida se hace amigo de una de ellas (a la que, con alto sentido de la exageración, bautiza Sócrates, por su inteligencia) y al rato –convertido en émulo de aquel músico de Hamelin– ya las está manejando como a un disciplinado ejército.
Introvertido hasta decir basta, sometido a los deseos maternos y sin haber conocido mujer a pesar de lo crecidito que está, los bichos hocicudos y peludos son los únicos que le dan bolilla a Willard. El sabrá instrumentar la proverbial voracidad de las bestezuelas para vengarse de quienes lo humillaron. Sobre todo de su jefe, un tipo terriblemente desagradable a quien en la versión original encarnaba el gran Ernest Borgnine y aquí queda a cargo de R. Lee Ermey, que hace varios lustros se hizo famoso como sargento puteador en Nacido para matar. Nacido para morir, en este caso, con un ejército de ratas como ejecutoras. A la larga,no le irá mucho mejor al protagonista. Willard paga cara su mala relación con la líder natural del reino roedor, que no ve con buenos ojitos eso de que un humano ande queriendo robarle el puesto.