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“Festival de Cannes”muestra el otro lado de una hoguera de las vanidades

La película de Henry Jaglom revela con crudeza todo lo que ocurre más allá de los estrenos, las fiestas y la alfombra roja.

 Por Horacio Bernades

Justo en momentos en que se lleva a cabo la 53ª edición del festival de cine más famoso del mundo. No podría ser más oportuno el lanzamiento en video de Festival de Cannes, la película en la que Henry Jaglom muestra –en clave de ficción, pero con la veracidad de un documental– la cara más oculta y menos glamorosa de ese evento. En Cannes, mientras las pantallas exhiben las nuevas perlas producidas por los dioses cinematográficos de la época, cuando los palacetes arden con conferencias de prensa, ágapes y fiestas, al mismo tiempo que las estrellas posan para los paparazzi sobre la cubierta de un yate o al borde de la alfombra roja, tiene lugar una actividad igualmente bullente, pero infinitamente más prosaica. La actividad del negocio cinematográfico, hecha de infinitas reuniones entre bambalinas en las que productores, agentes, directores y stars barajan números, ofrecimientos y contraofertas, cuestión de que la rueda del cine siga dando de comer.
Sí, es como Las reglas del juego, pero diez años más tarde y sin un crimen. O con crímenes sin sangre, si se prefiere: como todo el mundo sabe, éste es un juego de víctimas y victimarios. Diez años más tarde quiere decir también con mayores dosis de amargura y resignación. De allí que lo que muestra Festival de Cannes del mundo del cine es ya, pura y exclusivamente, el negocio, los números, las deudas y estrategias comerciales. Filmada durante la edición 1999 del festival y estrenada en Estados Unidos tres años más tarde, los personajes de Festival de Cannes pasean por la Croisette sobre un fondo de gigantescos carteles, que tanto pueden ser el de Todo sobre mi madre como los de cualquier tanque hollywoodense de ese entonces.
La comparación con la película de Robert Altman no es gratuita: si bien confía algo más en el valor de los afectos (aunque aquí funcionan más como el recuerdo de tiempos mejores que como realidad presente), el realizador Henry Jaglom suele echar sobre el mundo una mirada casi tan vitriólica como la de su colega. Con un importante cuerpo de obra que se extiende ya por más de treinta años, Jaglom es prácticamente desconocido en la Argentina. Alguna de sus películas se estrenó en cines, pasó por la tevé de cable o se editó en video, pero siempre al margen de la repercusión masiva. En el margen de la gran industria es, en verdad, donde este británico sesentón –largamente radicado en Los Angeles– se asentó desde un comienzo, ganándose el título de independiente mucho antes de que eso dejara de ser un simple adjetivo, para convertirse en categoría cinematográfica.
Habiendo dirigido a Jack Nicholson, Dennis Hopper y hasta Orson Welles (que apareció en varias de sus películas), la otra coincidencia que Jaglom tiene con Altman es que, como al director de Mash, le gusta filmar películas llenas de actores. Con participación de Anouk Aimée, Maximilian Schell, Greta Scacchi, Ron Silver y hasta Peter Bogdanovich, Festival de Cannes no es excepción a esa regla. En medio del ajetreo festivalero, todos ellos mueven sus fichas, con un drink en la mano, pero con la angustia, la melancolía o la ferocidad del que necesita de eso como el agua. En una suerte de ronda vodevilesca, una actriz que prepara su debut como directora (Scacchi) le cuenta su proyecto a un tipo que se presenta como productor supervinculado, pero cuyas camisas hawaianas y pinta de chanta lo traicionan (el desconocido Zack Norman, actor fetiche de Jaglom y absolutamente inmejorable para el papel). Rápido y tan tenso como un vendedor de autos usados, éste le llevará la idea a un icono de la distinción francesa, que anda necesitando un come back urgente (Aimée, tan hermosa como siempre y haciendo prácticamente de sí misma).
Al mismo tiempo, un “tiburón” de Hollywood intenta sacar adelante una película multimillonaria, en la que actúa Tom Hanks (Ron Silver, que casi parecería estar allí por compartir apellido con Joel Silver, factótum delas series Arma mortal y Matrix). Para ello, el productor necesita conseguir a aquella misma estrella gala, si es que no quiere hundirse en el intento. Llena de diálogos en buena medida improvisados y con un montaje no siempre perfecto, Festival de Cannes muestra desde adentro la batalla entre la industria y los independientes, nueva versión de David y Goliat en la que la mentira, el chantaje sentimental y la traición son las armas que reemplazan la honda y la piedra. Todo ello, en medio de las terrazas, las palmeras y el sol perfecto de cierto paraíso contemporáneo llamado Cannes.

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Festival de Cannes se filmó paralelamente a la edición de 1999.
 
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