Pobrecita mi tierra, tan cuatrereada. Llevamos meses amenazados por “dirigentes agrarios” que parecían hacernos o negarnos el favor de alimentarnos. ¿No lucran con los alimentos colocados a precio internacional en el mercado interno? ¿No se han beneficiado con una política siempre contemplativa de un país que les permitió obtener las inmensas extensiones de tierra a valores irrisorios y conservarlas aun improductivas? ¿No han tenido ellos el derecho de sojizar las tierras porque resultaba más rentable, hundiendo de este modo a miles de pequeños productores? El sector llora profundamente sobre las pérdidas. ¿Cuántos son? 6900 propietarios son los dueños del 49,7 por ciento de la superficie cultivable y productiva del país, ¿tenemos idea de cuánto ganan? ¿Y el resto de la sociedad? Los privilegiados que recibimos un sueldo a fin de mes miramos desconcertados una canasta básica inalcanzable, fácilmente dos veces más cara que lo que denuncia el índice publicado de costo de vida. La pobreza aumenta, no hay respuesta al hambre, a la mortalidad infantil, a la falta de escuelas o al estado crítico de las mismas, a la falta de viviendas, de educación, de salud. Es imprescindible no negociar el tributo a la riqueza, a las grandes ganancias (llámense retenciones o como quieran llamarlas), ni el férreo control de la evasión (no solamente del agro, de todos los recursos). Pero para que la distribución de la riqueza sea real, que tampoco se negocie o se silencie el hambre.

Eva Marcela

DNI: 12.464.585