Miércoles, 13 de abril de 2011 | Hoy
Poco duró esta vez la revolución. Unas cuantas salidas a la calle en Egipto y Arabia Saudita y ya todo se resolvió. Los gobernantes que allí estaban con la anuencia del Imperio optaron por hacerse invisibles, sin mayores problemas, ya que cuentan con bienes suficientes para pasarla de maravillas dondequiera que elijan. El petróleo, por supuesto, quedó a salvo. Pero, ¿cómo no aprovechar la ocasión para provocar una réplica en Libia, que ha mantenido su independencia y nacionalizado su petróleo hace mucho tiempo? Súbitamente, aparecieron “especialistas” en el tema, tratando de demonizar a Khadafi y mostrando imágenes que jamás sabremos si son reales o armadas en algún estudio, como en la película Wag the Dog. Y todos se prendieron al hueso, como si fuera creíble lo de la voluntad de los poderosos del mundo de “salvar a la población civil” de los ataques del nuevo demonio. Por CNN pude ver a Donald Trump aprovechando la coyuntura para insinuar la posibilidad de ser candidato a presidente, mientras se vanagloriaba de haber estafado a Khadafi, durante su aparición en Estados Unidos para una reunión de la ONU, ocasión en la que le habría alquilado un terreno para que pudiera instalar un campamento para sí y su comitiva y luego, ante algunas presuntas protestas por la aparición de antiestéticas carpas, se hiciera el que no sabía nada y procedieran a su desalojo. Por supuesto, el precio que le había cobrado, según él, era abusivo, pero jamás se lo devolvió. En un sistema normal, eso sería considerado una estafa, pero no en el mundo “empresarial de Occidente”. Mas bien, tanto Trump como los locutores sonreían festejando su “viveza”. Supongo que entre los estadounidenses esto debe haber despertado admiración, porque nadie llamó para opinar lo contrario. Cualquier similitud con las invasiones de Afganistán e Irak es mera coincidencia, para no mencionar que se supone que el apoyo a los disidentes en Libia se está haciendo por nobles motivos que no pueden ser sospechados de rapacidad petrolera. Así que, una vez más, dejemos de preocuparnos que el mundo está en nobles y compasivas manos, aunque la Pachamama opine lo contrario.
María Luisa Etchart
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