Ya están en casi todas las avenidas. También en algunas calles. Su presencia, insensata y plural, nos degrada como ciudadanos (no ya como meros vecinos) y a la vez deja entrever la indigencia cívica que padece gran parte de la ciudadanía porteña. Evidentemente, se teme mucho a la inseguridad, pero no a tener cada vez menos vida privada. Algunos, sin embargo, piensan que la solución está en filmar todo lo que las personas hacen. Ninguno de ellos quiere admitir que estas técnicas de videovigilancia permitirían, de paso, acopiar información sensible de las personas a quienes se observa. Otros aún no advirtieron que el discurso del miedo fue y es un gran negocio. Podría uno, por lo menos, preguntarse en qué medida debería responder la autoridad a cargo de esos sistemas de control, en caso de omitirse o de prestarse fuera de tiempo el auxilio que pudiera necesitar una víctima. Algo no menos grave que usar videocámaras para espiar.