CIENCIA › DIáLOGO CON MYRIAM TARRAGó, DRA. EN ANTROPOLOGíA Y DIRECTORA DEL MUSEO DE ETNOGRAFíA

Un museo original y originario

Los museos etnográficos nos retrotraen a las épocas en que los europeos no habían pisado siquiera el continente americano, pero cuando el continente americano ya tenía una historia. Y una cultura. Bueno, ahí están.

 Por Leonardo Moledo

–Cuénteme algo sobre el museo que dirige.

–Bueno, es un museo de antropología universitario, que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

–¿De cuándo es?

–Fue creado a principios del siglo XX, cuando fue el gran auge de los museos, por lo cual posee colecciones absolutamente extraordinarias, no sólo de Argentina sino de distintos lugares del mundo (particularmente de Asia y Oceanía).

–Pero no es lo suficientemente conocido y visitado.

–Hubo una época en que el Museo estaba prácticamente parado como museo y funcionaba solamente como un instituto de investigación, con una muy buena biblioteca clásica de antropología y arqueología. A partir de 1989, con el ingreso del nuevo director, se empezó a producir un cambio muy notable para convertir nuevamente el Museo en un museo moderno o contemporáneo, que esté abierto a diversos tipos de público, desde niños hasta estudiantes universitarios o turistas. Para eso hubo cambios internos muy grandes: el primero de ellos fue capacitar a los empleados que existían. Por otro lado, también se presta mucha atención a que las muestras sean convocantes, que inciten a pensar y a problematizar...

–¿Por ejemplo?

–Particularmente, sobre los pueblos originarios: sus modos de vida, su situación actual, su cultura material. En este momento tenemos varias muestras: la más antigua y la más notable es la que tenemos sobre Confino, Tierra del Fuego, que es una muestra muy crítica a la colonización, al enfrentamiento entre los dos mundos. Lo que intentamos que se vea es cómo vieron los europeos a los pueblos indígenas de Tierra del Fuego. Siempre que estamos por modificar esta muestra, aparece un nuevo interés: es la muestra que, en general, más impacta al público.

–Además es un tema muy desconocido.

–Hay una visita guiada para niños que relata mitos que a los chicos les encanta. Otra cosa que trabajamos en esa sala es sobre los modos de vida de la gente, para que se entienda que hay muchas formas distintas de vivir y de resolver la subsistencia.

–Además, los objetos están ahí.

–Claro. Creo que los museos siguen teniendo una característica que sigue llamando la atención en estos momentos de globalización: tienen la materialidad, que en la televisión, en la imagen, se pierde. En el caso de los museos tenemos la materialidad de los objetos. Y algo que impacta mucho es que, además, esos objetos sean auténticos.

–La visión que se da, ¿no es muy tributaria de la teoría del buen salvaje? Yo siento que a veces, en la idealización del indio, se olvida que también allí había sistemas coercitivos...

–Es uno de los temas conflictivos con los que trabajamos. El noroeste argentino, antes de la Conquista, fue dominado por los incas, un pueblo extranjero que construyó un imperio imponiendo sus condiciones. Obviamente eso generó conflictos. Esas cosas se intentan mostrar.

–Pero ahora hay una idealización del Estado incaico.

–Es cierto que hay una idealización del Estado incaico, incluso desde los propios descendientes de quienes fueron conquistados por los incas. Lo que pasa es que esa idealización se da en contraposición con la Conquista europea. Nosotros tratamos de dar una visión que no engañe: por ejemplo, cuando hay sacrificios humanos o caza de cabezas entre los pueblos, se lo muestra. Lo que sí hemos tomado como política desde hace años es no exponer restos humanos.

–¿Por qué?

–Bueno, actualmente hay un caso muy exitoso en Salta, un museo que exhibe momias de niños congelados en forma alternativa. El problema es que, si bien el museo tiene unas condiciones tecnológicas excelentes, las momias con el tiempo se van a ir ennegreciendo y deshidratando. Es un proceso irreversible. Ellos tomaron esa decisión, pero toda la comunidad antropológica en general estuvo en total desacuerdo...

–¿Por qué?

–Porque nos parece que lleva a la observación cultural por caminos que no nos parecen apropiados. Por un lado, despierta el morbo. Yo esto lo verifiqué haciendo mi tesis en el desierto de San Pedro de Atacama: había, en el momento en que yo trabajé, doscientas momias expuestas, todas sentadas, junto con las ofrendas con las que habían sido enterradas, en un museo primitivo. Yo recuerdo que me pasaba horas mirando. Creo que eso existe y es natural que exista. Pero lo que me parece es que en general, por mirar las momias, la gente termina no prestando atención a la historia y a la cultura.

–Además, exponer personas...

–Esa es la otra cuestión, es preguntarse, como nos preguntan a nosotros algunos representantes de los pueblos originarios, si nosotros estaríamos dispuestos a que nuestros abuelos estuvieran expuestos... Nosotros también tenemos momias y restos esqueletarios, pero están guardados. Este es un tema denso, que tiene muchas aristas y vertientes. Nosotros preferimos tratar de contar historias, de abrir la cabeza al tiempo, pero con réplicas...

–Y aparte de las exposiciones, ¿qué investigaciones se llevan a cabo?

–Hay varios grupos, en general de arqueología y antropología biológica.

–¿Qué es la antropología biológica?

–Es lo que al principio del siglo se llamaba antropología física. En el comienzo de la disciplina, se trabajaba fundamentalmente con las características físicas, con los restos físicos. Lo que se generó fue un afán muy clasificatorio y tipológico que llevó a todo lo que terminó en el racismo y, más precisamente, en el nazismo. Después de la guerra, eso trajo una gran reflexión en la comunidad de antropólogos, y se cambió completamente el enfoque. Se descubrió que las razas puras no existen y que el mestizaje es tan antiguo como el hombre. Ahora se habla más con el concepto de “poblaciones”, se trata de discriminar las similitudes entre distintas agrupaciones en función de cálculos estadísticos y los estudios de ADN revelan que el mestizaje es fundamental. Ahora, por eso, se habla de antropología biológica.

–¿Y su grupo en particular?

–Mi grupo trabaja en los valles calchaquíes, particularmente en la parte catamarqueña, en el Valle de Santa María. Ahora estamos trabajando con la historia precolombina.

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Imagen: Rafael Yohai
 
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