Miércoles, 14 de abril de 2010 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Una mirada, la de Elio Noé Salcedo, reivindica la participación ciudadana para propiciar una propuesta de contenidos de los medios de comunicación que contemple criterios distintos a los exclusivamente comerciales.
Por Elio Noé Salcedo
* Desde San Juan
Que los medios y los programas televisivos deben ser rentables, de acuerdo. Que el criterio único, hegemónico o dominante debe ser el comercial, discutible. Que es necesario tener en cuenta al destinatario de la programación, no como mero consumidor sino también como persona y partícipe necesario en el proceso de comunicación, absolutamente imprescindible. ¿Acaso no es eso la democracia a nivel del acto comunicativo?
Al parecer, los medios (sobre todo la TV) no son aquel instrumento para poner en común o formar comunidad, según creíamos, sino un mercado cautivo, donde el hombre es una mercancía más. Así, el mercado mediático se convierte en un mercado de baratijas o de productos que tienen el sello de las mejores marcas pero, en realidad, son de imitación y de mala calidad. ¿Es que, a falta de mejores ofertas, hay que contentarse con lo que hay? ¿Ese es el ideal que nos proponen?
En una gran cantidad de casos, el emisor, que es quien se supone da inicio al proceso de comunicación y debería estar interesado en la comunicación, no parece estar interesado sino en el negocio que genera esa cantidad de oyentes o audividentes que tienen prendido el receptor. El tan mentado y a la vez deshumanizado rating.
Es más. Si nos llevamos por los temas que tratan y los comentarios que hacen, poco es lo que parecen saber de sus oyentes o audividentes algunos animadores radiofónicos y televisivos. Conocer a quién le hablamos debería ser una condición necesaria como comunicadores, si la intención es realmente comunicarnos. En su defecto, las víctimas deberían ser sujetos de amparo judicial, como lo son hoy los victimarios.
Pero la única voz que el emisor excluyente escucha, amparado impunemente por la naturaleza medial y unidireccional de los medios, es la del rating; voz impersonal, por cierto, representativa sólo de la existencia numérica del oyente o audividente, pero no de su personalidad, sus valores, problemas, necesidades e intereses cognitivos, afectivos, espirituales, culturales o existenciales.
Por lo que se ve y se escucha, poco interesa al emisor omnipotente, omnipresente y prepotente de las aspiraciones y preocupaciones esenciales y a largo plazo de su presunto interlocutor o interlocutora. Sobre la base de un cálculo masivo y masificante, aunque no colectivo o comunitario, le basta con conocer las aspiraciones y preocupaciones inmediatas del receptor, las más triviales, superficiales y pasajeras, que no sean otra cosa que “pasar un buen rato”, despreocupado o desprecocupada de sus problemas, pero sobre todo de las verdaderas problemáticas que aquejan a todos.
De esas problemáticas no se habla en general (salvo la televisión pública). Mejor dicho, los medios privados hablan, informan y opinan, pero en forma fragmentaria y descriptiva, nunca analítica e integral, a lo sumo anecdótica, y siempre, cuando no omiten o tergiversan importantes aspectos de la realidad, enfocando los efectos antes que las causas.
Porque los efectos están a la vista, que es lo que importa en este mundo de las imágenes y de las apariencias, sobre todo cuando favorecen los intereses económicos del medio emisor o de sus socios comerciales. En cambio, para encontrar las causas se requiere pensar y/o profundizar (investigar). Y eso no da rating y no genera utilidades económicas, según estiman en forma por demás ligera empresarios devenidos comunicadores y comunicadores devenidos empresarios.
¿Será que los defensores del statu quo, además de haber proscripto durante varias décadas aquellas viejas funciones de los medios de formar e instruir, la han reemplazado por la de alienar, más acorde con la oferta y la demanda? ¿O acaso la idea era alejar cada vez más al oyente o al espectador de la reflexión, del pensamiento genuino y hasta del sentido común, preparando el terreno para terminar de domarlo con la des-información?
Ya demostró el chileno Valerio Fuenzalida que la televisión puede entretener sin dejar de ser “educativa”, y sin que ello impida generar un “producto cultural”. Tanto que propuso como modelos de esa “televisión educativa” géneros como la telenovela, el magazine (la revista televisiva) y el gran reportaje (suerte de documental periodístico testimonial y en parte dramatizado). Son géneros que crean, además, mucho trabajo.
¿Qué diría Mamá Cora? ¿Es importante pensar? ¿Para qué pensar si ellos piensan por nosotros? ¿No es eso más cómodo y menos problemático? ¡Con todos los problemas que tenemos, encima quieren que pensemos!
Afortunadamente, y para muestra basta un botón, los televidentes autoconvocados de 6, 7, 8 Facebook decidieron dejar atrás al mismo tiempo el rating deshumanizador y 65 años de desencuentros entre la clase media y los gobiernos populares. He allí la dimensión histórica de la patriada, no importa si de 5 mil o 15 mil personas ocurrida el viernes 12 de marzo en Plaza de Mayo (que poco a poco, como la Revolución de Mayo, se extiende a todo el país). La manifestación, sin duda y en forma contundente, les dio la espalda a los profetas del odio, que todavía escriben todos los días ¡viva el cáncer!
A falta de democracia mediática, retaceada al pueblo argentino por sólo un puñado de jueces, un sector de la clase media argentina decidió comenzar a gritar al aire libre la alegría de vivir en un país promisorio, sólo demorado por culpa de aquello que Eva Perón denominaba “la imaginación de la injusticia”.
* Magister en Comunicación Institucional. Univ. Nacional de San Juan.
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