CIENCIA › DIáLOGO CON EL SOCIóLOGO FRANCISCO JOSé PIñóN

La alfabetización de la ciencia

Hoy comenzó en Córdoba el I Congreso Internacional de Comunicación Pública de la Ciencia (Copuci), organizado por la Universidad Nacional de Córdoba y el Ministerio de Ciencia y Tecnología de esa provincia. Francisco Piñón dará la conferencia de cierre.

 Por Jorge Nazca

Entre los años 1999 y 2006, Francisco Piñón fue secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), con sede en Madrid, ahora dirige la Cátedra “Pablo Latapí” para la Alfabetización y Educación Básica de Jóvenes de la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional San Martín (Unsam), y el próximo viernes cerrará el primer Congreso Internacional de Comunicación Pública de la Ciencia (Copuci), organizado en Córdoba por la Universidad Nacional de esa provincia y el Ministerio de Ciencia y Tecnología cordobés.

–Hablemos del combate al analfabetismo.

–El analfabetismo es una deuda del siglo XIX que nuestra sociedad no puede seguir teniendo pendiente de pago. Es la máxima expresión de la vulnerabilidad educativa. No poder descifrar la cultura escrita es realmente vivir en los márgenes, estar siempre afuera. Es un tema decisivo en la vida de toda persona y es una deuda histórica que América latina tiene, y en la Argentina, aunque sean pocos, cada uno de los que tienen esta necesidad son para nosotros la expresión de una injusticia que debemos salvar y resolver. Iberoamérica tiene una meta: en el año 2020 no debe haber ni un joven o adulto analfabeto.

–Es una meta ambiciosa...

–Sí, esto por cierto requiere una gran movilización social que apoye, se interese, y políticas que sostengan esa decisión técnica y económica a lo largo del tiempo. Nuestro aporte concreto es desde la Cátedra “Pablo Latapí” para la Alfabetización y Educación de Adultos y Jóvenes de la Unsam, para sumar a la construcción de una cultura académica e investigativa sobre la temática en la región, articulando los aportes de investigadores, gestores políticos y formadores. Tomamos el legado del pedagogo Pablo Latapí y creemos que debe continuar expandiéndose la educación en la primera infancia. Asimismo, tenemos que desarrollar una fuerte tarea de cooperación en la educación superior. Necesitamos consolidar universidades fuertes si queremos que el desarrollo humano sea completo. Educación más desarrollo es la suma que más importa, que la educación no fragmente la sociedad, sino que la una. Sólo una sociedad es posible cuando es de todos. Las otras son inestables. La educación allí cumple un rol no suficiente, pero imprescindible. En esta concepción, la alfabetización de adultos es un verdadero acto de justicia. Significa que esas personas vuelven a tener una oportunidad de vida, se les expande el futuro. Piense que hay nuevos modos de exclusión, por ejemplo la tecnológica; por eso, alfabetizar también es alfabetización digital.

–Recientemente se celebró el Día Internacional de la Alfabetización. ¿Cuántas personas analfabetas hay en la Argentina?

–Según la información del Censo Nacional 2010, se ha logrado reducirla del 2,6 por ciento que había en el año 2001 al 1,9 por ciento de la población. Las provincias del Nordeste –que aún tienen los índices más elevados del país– son las que más han mejorado; por ejemplo, Chaco redujo su índice del 8 por ciento al 5,5; Formosa, del 6 por ciento al 4,1. Lo positivo es que ya se ha universalizado la educación temprana, pero mientras haya un analfabeto tenemos que redoblar todos los esfuerzos, con un fuerte ingreso de adultos en la educación primaria. La Argentina es de los países mejor posicionados junto a Uruguay y Chile.

–¿Y a nivel mundial?

–Casi 780 millones de adultos carecen de capacidades mínimas de lectura, escritura y cálculo. Las mujeres ocupan dos tercios de ese total. En Latinoamérica trepa al 10 por ciento de la población, los países con situaciones más comprometidas son Haití, Guatemala, Nicaragua y El Salvador. Luego los casos de Brasil y México son particulares, porque acumulan un déficit mayor al del resto del continente en su población de entre 15 y 39 años en términos absolutos.

–La OEI es un verdadero transatlántico de la cooperación multilateral que ha apoyado más al área Educación que a la Ciencia y la Cultura...

–Ciertamente, era un 90 por ciento a Educación y sólo un 10 para el resto, pero uno de los logros de nuestra gestión fue tanto haber ampliado fuertemente el financiamiento como haber logrado cambiar esa proporción a favor de la ciencia. Hoy, el espacio iberoamericano es un espacio posible, con un fuerte denominador común cultural y mucha diversidad, que trabaja en compartir una misma carta de navegación con todos los países miembros para consolidar los derechos humanos, fomentar el desarrollo de las culturas originarias, respetar su dignidad, combatir el analfabetismo, el racismo y la xenofobia.

–El próximo viernes, usted dará en Córdoba la conferencia de cierre del primer Congreso de Comunicación Pública de la Ciencia. ¿Piensa que los debates científicos pueden o deben de alguna manera democratizarse?

–En esta sociedad del conocimiento, cruzada por inequidades, en la que estamos, aparece una nueva fuerza impulsora de los procesos de transferencia de conocimiento, y es la necesidad de que los ciudadanos puedan participar democráticamente en los procesos de decisión sobre regularización de las aplicaciones de las nuevas tecnologías en la sociedad y enfrentar sus riesgos asociados. Por ejemplo, dice la FAO que las doce variedades agrícolas de mayor consumo en el mundo ocupan el 70 por ciento de la superficie cultivable del planeta. Sin dudas, la rentabilidad económica es el motor de este monopolio de cultivos. Por su parte, la comunidad científica nos advierte de los riesgos que ello implica. No sólo porque hemos pasado de tener siete mil variedades de cultivo a sólo 150, con la consiguiente pérdida de biodiversidad que ello significa, sino por el grave peligro que existe si algunas de esas doce variedades de mayor consumo se vieran afectadas por plagas, cambios en los regímenes de lluvias o en la composición del suelo. Históricamente, la humanidad ha pasado por esas situaciones y siempre ha tenido una variedad de alternativas con las que hacer frente a estos desastres. Pero el ritmo de pérdida en la biodiversidad nos obliga a plantearnos sobre la posibilidad de que no siempre tengamos recambios. Entonces podríamos citar múltiples ejemplos sobre los riesgos asociados a innovaciones tecnológicas. Lo que creo es que la sociedad del riesgo es la otra cara de la sociedad del conocimiento, y así más claro nos aparece que la transferencia de conocimiento –la comunicación de la ciencia– hacia la sociedad es un camino para democratizar el conocimiento, promover la participación de la sociedad en la toma de decisiones que pueden poner en peligro las posibilidades de la vida en la Tierra y evitar en consecuencia que dichas decisiones se adopten a partir de intereses económicos de grandes corporaciones.

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