Miércoles, 20 de septiembre de 2006 | Hoy
CIENCIA › DIALOGO CON AGUSTIN CARPIO
El Museo Puerto Ciencia de Entre Ríos busca despertar el interés por cuestiones científicas sin entroncarse dentro de ninguna de las concepciones vigentes de lo que es un museo de ciencia.
Por Leonardo Moledo
El museo es siempre un enigma: ¿paseo?, ¿artefacto didáctico?, ¿simple entretenimiento? El caso de los museos de ciencia es particularmente conflictivo. Al principio, triunfó la exposición, dentro de impenetrables vitrinas, de elementos que sirvieron a los grandes científicos para descifrar la naturaleza. Luego surgió la concepción “interactiva”, que propone al visitante tocar botones y mover palancas para, en principio, involucrarse de este modo en el experimento.
Pero hay una tercera manera que intenta que las cosas no se expliquen únicamente apretando botones, ni por el escrito colocado al lado de una máquina resguardada dentro de una vitrina. Tal es la concepción del Museo Puerto Ciencia de Entre Ríos, dirigido por Agustín Carpio.
–Ya adelanté cuál es la concepción del museo, ahora cuénteme por qué le estoy haciendo la entrevista.
–La excusa es que cumplimos 10 años del inicio del museo, que depende de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Festejar el aniversario es destacar el gran esfuerzo que realiza un grupo muy pequeño de gente para llevar adelante el proyecto, que tiene reconocimiento a nivel nacional e internacional, a tal punto que en el ’99 la Unesco y la Redpop (Red de popularización de la ciencia de América latina y el Caribe) nos dieron el primer premio iberoamericano de divulgación científica y tecnológica en este territorio. El museo, además, es itinerante: cuando salimos damos capacitación y cursos. Hemos desarrollado muchos peritos de investigación y extensión que se dedican a la divulgación de la ciencia. En realidad, no me gusta llamarle divulgación porque no es exactamente eso.
–¿Y qué es?
–Prefiero llamarle popularización y alfabetización de la ciencia. A fines de la década del 80 y principios del 90 aparecieron esos términos, que han originado, por ejemplo, la aparición de la Redpop a principios de la década del 90. La alfabetización tomó fuerza cuando se hizo la reunión de Unesco 2000 plus, que hacía hincapié justamente en la enseñanza para los desprotegidos, para los niños, para los ancianos y para los relegados. La popularización tiende más a la democratización de la ciencia, o sea, a crear una cultura popular científica.
–¿Y qué vendría a ser una cultura popular científica?
–Que la gente sepa interpretar las cosas de la naturaleza, pueda discernir y comprender los cambios que produce el hombre con la ciencia y la tecnología.
–Y eso es lo que ustedes buscan desde el museo...
–Claro. Se podría decir que el museo es “interactivo”, pero no como se usa ahora. Hacemos equipamiento para que los visitantes puedan interactuar y jugar, que se hagan preguntas, que queden con dudas de lo que están haciendo, y que se les despierten las ganas de seguir investigando. Tratamos de que sean experiencias atractivas que no se expliquen por el mero hecho de apretar un botón, ni que sean objetos guardados bajo vitrina.
–Por ejemplo, ¿qué hay?
–Podemos enseñar cuál es la velocidad del sonido con una simple manguera de 100 metros. El visitante habla por un extremo y en fracción de segundos escucha su voz como si fuese un eco, y le llama la atención la velocidad del sonido y entiende por qué, cuando ve a alguien que está golpeando a una cuadra de distancia, el sonido le llega después. Además, le enseñamos cómo se transmite el sonido: lo ponemos con dos parábolas enfrentadas a 50 metros y le parece mentira que un simple susurro en una parábola se escuche en la otra. También les enseñamos muchas experiencias físicas: física eléctrica, de luz. Por otra parte, hay mucho de matemática: cómo pueden resolver ecuaciones que a veces parecen imposibles con un simple juego. Por ejemplo, empiezan a armar un cubo y están resolviendo una ecuación. Hemos empezado a trabajar también con el tema solar, tanto en generación de energía como en aprovechamiento de energía renovable. Y últimamente estamos trabajando con una temática que tiene mucha atracción: las ilusiones ópticas. Muchas de ellas no tienen ninguna explicación científica.
–¿Cuánta gente visita el museo?
–Al ser un proyecto que se maneja con muy pocas personas y depende de una universidad con poco presupuesto, las visitas son a pedido de la escuela durante la semana. Se atienden hasta dos grupos a la vez en el museo, o sea 50 a 80 personas aproximadamente a la vez pueden trabajar en el museo.
–¿Con guías?
–A veces hasta nosotros hacemos de guía, pero tenemos seis o siete becarios de nuestra universidad que son los que guían..., además de encargarse del mantenimiento e incluso del desarrollo de equipamiento.
–¿Y cuánto cuesta hacerlo?
–Depende. Nuestro museo tiene entre 400 y 500 m2, y hacerlo habrá costado unos 100 mil pesos, más el precio de hacerlo itinerante.
–¿Y por dónde van?
–Hemos llevado el museo totalmente a La Rioja, hemos estado en La Plata, en la provincia de Buenos Aires, hemos ido con algunos equipos a Corrientes, Santa Fe, toda la provincia de Entre Ríos, y a veces hemos llevado algunos equipos para hacer demostraciones al exterior.
–Usted insiste en que el museo es distinto al resto. ¿Por qué no me cuenta en qué radica la diferencia, o cuál es la intención que se persigue desde el museo?
–Nuestro museo tiende a cubrir una falencia que se detecta a nivel internacional, que es la enseñanza de la ciencia y la tecnología. Parece mentira que hoy en día, que el mundo vive de la ciencia y la tecnología para darle mayor “bienestar” al ser humano, aumenta la brecha que hay entre el crecimiento de la ciencia y la tecnología, y su enseñanza.
–A ver...
–El niño de hoy no se asombra ante los cambios tecnológicos, los ve como algo normal, que irrumpe de la nada. Nuestros padres y abuelos vinieron a América y andaban en carreta y vieron al hombre pisar la Luna, y los impactaba. Hoy en día el chico cree que esas cosas ocurren simplemente porque tienen que ocurrir, pierde la noción de lo que es la ciencia y la tecnología.
–¿Y por qué cree que ocurre eso?
–Calculo que depende de muchos factores que, lamentablemente, no podemos solucionar desde el museo: la falta de alimentación (porque un niño que entra en sus primeros años y no está bien alimentado no puede aprender), la constante exportación de científicos...
–Además hay un cierto miedo a la ciencia heredado por los chicos de la escuela secundaria.
–Desde el jardín de infantes: si la ciencia se les enseña mal desde chiquitos, la cosa ya no cambia, ni siquiera cuando llegan a la universidad. Y estas cuestiones ocurren, muchas veces, porque los docentes hacen hincapié en las técnicas didácticas y se olvidan de la importancia de los contenidos . Otra causa es que se dejó mucho de lado la parte experimental. Además, está la cuestión presupuestaria...
Informe: Nicolás Olszevicki.
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