“Yo soy un matemático muy modesto, ni siquiera un matemático: soy apenas un estudiante de matemática”, decía con un tono sostenido aún a sus 94 años Misha Cotlar, uno de los matemáticos e intelectuales más reconocidos del país, en su última entrevista concedida a Página/12. Leyenda, mito, protagonista de la época de oro de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, primer profesor full time, autodidacto pleno, pianista inquieto... Misha Cotlar, que falleció ayer a las 13 en la Clínica de la Esperanza a causa de un melanoma, era mucho más.

Había nacido en 1912 (aunque en su cédula figuraba como fecha de nacimiento el 1º de agosto de 1913) en Sarney, un pueblito cerca de Chernobyl, Ucrania. A los seis años casi lo fusilan. En 1928 abandonó su país y desembarcó primero en Uruguay a los 16 años, habiendo cursado pocos años de la primaria y nada de la secundaria. A Buenos Aires llegó en 1935 y nunca perdió su fuerte acento extranjero.

Se doctoró en matemática en la Universidad de Chicago. Volvió a la Argentina en 1953 y enseñó en la UBA hasta 1966, cuando fue intervenida la facultad por el gobierno de Onganía. De ahí emigró a Estados Unidos y a Venezuela después.

Conoció a grandes como Julio Rey Pastor –el fundador de la matemática en España, Argentina y Uruguay– y se codeó con Manuel Sadosky, Juan Carlos Vignaud, Alberto González Domínguez.

Pero pese a ser un matemático brillante y de una humildad acérrima abocado al estudio de lo que se conoce como “análisis armónico”, desde siempre quiso ser recordado como un humanista. En los últimos años pasaba sus horas buscando unir la ciencia con la ética, y no admitía que un científico trabajase con fines bélicos. Admirador de Albert Einstein y de Bertrand Russell, se cansaba de que le preguntasen siempre lo mismo y no de lo que quería hablar: de los problemas éticos por los que atraviesan a diario los hombres y mujeres de la ciencia.

Desde ayer, la Argentina cuenta con un genio menos.