Miércoles, 7 de febrero de 2007 | Hoy
CIENCIA › MARCELO WEISSEL, ARQUEOLOGO URBANO
Botellas rotas, herraduras, lozas: la arqueología urbana rescata del pasado todo tipo de objetos que, además de oficiar de marcadores de una época, son parte fundamental de la memoria de una ciudad y sus habitantes.
Por Federico Kukso
El pasado se encuentra rodeado: paleontólogos, geólogos, historiadores, paleoclimatólogos, biólogos evolucionistas, antropólogos e historiadores de la ciencia lo identifican, observan, analizan, en definitiva, lo interrogan haciéndole frente y observándolo directamente a los ojos. En cada aproximación científica retumba siempre el ímpetu del rescate, como ocurre a diario en la arqueología urbana, cuyos investigadores en vez de alejarse físicamente a aquellos lugares no pisados por el ser humano, no se desplazan físicamente mucho para orientar sus ojos hacia abajo, a una zona dominada por la dimensión de lo oculto y lo desconocido. Sin haberse ido nunca, los utensilios y artefactos cotidianos utilizados por nuestros antecesores siguen allí, esperando a ser encontrados en un esfuerzo por fortalecer la identidad y la memoria de un pueblo. “Lo que se encuentra es el pasado de todos”, asegura el arqueólogo Marcelo Weissel, investigador de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara, dependiente a la Universidad Maimónides.
–¿Cuál es su área de trabajo?
–Uno de mis temas de investigación es el paisaje arqueológico del puerto urbano de Buenos Aires, es decir, la arqueología del barrio de La Boca.
–Se podría decir que usted es un arqueólogo urbano.
–Exactamente. La arqueología urbana empezó en el siglo XVIII con las investigaciones realizadas en Pompeya. Yo estudio más que nada los espacios laborales, los suelos que produjeron ciertas profesiones. Por ejemplo, donde había un herrero esperaré encontrar muchas herraduras. Así de simple. En una barraca, en cambio, además de haber sido una zona de ingreso y salida de productos, también vivió gente. Esa concepción del espacio entonces no es sólo laboral sino también de vivienda.
–Pero su trabajo no se agota en la excavación.
–No. Yo también soy antropólogo. Esto se acompaña de marcos teóricos, o sea, cómo concebir la conducta humana o el espacio físico. Además, está el aditivo de que en pocas partes del mundo se da esto de un puerto urbano.
–¿Cómo se decidió por esa zona en particular?
–Fui siguiendo diferentes obras de infraestructura. El espacio de la muestra se expandió de Barracas a Puerto Madero. Se realizaron varias excavaciones con el fin de realizar obras de control de inundaciones; por obras de saneamiento habitacional se demolieron conventillos. Y ahí encontramos cosas. Hicimos también excavaciones puntuales, es decir, toda una serie de toma de muestras a escala regional que se estandarizan al nivel del artefacto.
–¿Como cuáles?
–Botellas, herraduras, pipas, lozas, herramientas: son indicadores. De eso hay todo una tipología. Y se relaciona con el comercio al por mayor y al por menor, digamos, el almacén, la pulpería, los trabajadores de la construcción naval, de la cordelería, los matarifes, los artistas y la vida doméstica. Se promedia el tipo de profesiones encontradas y vemos las conductas de la sociedad a través del tiempo. Ahí está mi tesis: los oficios conforman el paisaje, el espacio público.
–¿Artefactos de qué época encontraron?
–Del siglo XVIII al XX. Igualmente se han encontrado cosas mucho más antiguas como material fósil. En el puente Victorino de la Plaza tenemos fechadas conchillas de tres mil años.
–A diferencia de los paleontólogos que se enfrentan a capas de sedimentación ustedes se topan con el avance urbano.
–Sí, pareciera que el mercado inmobiliario fuese más fuerte que ninguna otra fuerza de la naturaleza. Es como las históricas colinas de Buenos Aires que ya no se ven más. En el siglo XIX estaban. Con el tiempo se fueron formando los suelos urbanos que enterraron a los suelos naturales. Ahora conocemos la evolución de la ciudad. El centro, la costa y la zona sur, Barracas, La Boca, Flores son las zonas arqueológicamente más ricas.
–¿Los arqueólogos urbanos tienen como enemigos a las demoliciones y construcciones?
–Es directamente proporcional: más demoliciones y construcciones, menos memoria. Si bien sin muchas construcciones no hubiéramos hallado muchas cosas, el problema es que no tienen ninguna precaución o interés por el rescate. Los rescates que se hicieron en Buenos Aires fueron por buena voluntad de quien está a cargo de la obra. Los artefactos, los aljibes, los fósiles inclusive van a parar en la mayoría de los casos a la estantería de algún arquitecto o ingeniero.
–Como botín.
–Eso hace al imaginario de los operarios que piensan que hay tesoros escondidos en el suelo. Oro no se encontró nunca en Buenos Aires, salvo un diente. Pese a eso, lo que más se encuentra son lozas inglesas. Hay que recordar también que el de Buenos Aires fue para esa época el puerto de ingreso del tráfico esclavista, eso hizo que la ciudad fuese rica y que atrajera el contrabando. Otro problema que tenemos es la existencia de cazadores de antigüedades que buscan piezas para venderlas.
–Usted tiene otro tema de investigación.
–Así es. Estoy metido en la búsqueda de la primera Buenos Aires. Estamos buscando la expedición famosa del adelantado don Pedro de Mendoza. Estamos tratando de reconstruir cómo era el espacio donde se asentó en el siglo XVI. Es un asunto pendiente. Todas las ciudades del siglo XVI en América ya fueron encontradas.
–El problema es mayor porque no se sabe la zona exacta.
–Nuestra hipótesis es más bien de carácter ambiental, o sea, averiguar cómo era ese espacio. También nos interesa responder por qué se asentaron en tal lugar y por qué no en otro. Tenemos que fechar los estratos naturales de forma directa con fechado radiocarbónico de restos vegetales o si alguna vez llegamos a dar con un pedacito de loza que diga “don Pedro de Mendoza”.
–Sería el Santo Grial de la arqueología urbana porteña.
–Absolutamente. La cerámica de por entonces era más parecida a la que usaba Colón que la que usaba Garay. La expedición militar que trajo don Pedro de Mendoza vino como para seguir la corte acá, además de cargar los barcos de oro y mandarlos a España. Vinieron gentilhombres y mercenarios con contratos para buscar riquezas: conquista y saqueo fue el objetivo.
–¿Cómo se imagina que era Buenos Aires por entonces?
–Estaba dividida entre el alto y el bajo. Tenemos las imágenes del siglo XIX: las iglesias, las tertulias, los indígenas que venían a comerciar las plumas, los esclavos, los guaraníes que tienen bastante presencia en el registro arqueológico por las cerámicas decoradas. Hasta el siglo XVIII sigue siendo así. Buenos Aires es tan rica que uno siempre termina encontrando algo.
–¿Cuál es la diferencia entre un excavador y un arqueólogo?
–A nosotros no nos interesa tanto encontrar cosas lindas sino artefactos, instrumentos que nos ayuden a responder preguntas.
–El tema de la primera Buenos Aires debe estar cruzado por el mito.
–Exacto. Hay muchas versiones. Las que apostaban como zona de asentamiento el alto o el bajo, Parque Lezama o el Riachuelo. La zona del Parque Lezama ya la descartamos; ahora hay que ver en el bajo. Y a todo esto se le suma un tema interesantísimo que son los túneles. Ahora estamos buscando un túnel en Parque Avellaneda. Las ciudades en general tienen muchos mitos subterráneos.
–¿Por qué son importantes los hallazgos arqueológicos?
–Son importantes porque son marcadores de una época. Son nuestros referentes. El problema es no tener memoria. Sin esos referentes históricos no tendríamos de qué agarrarnos. Se arman vacíos y donde hay vacío no hay explicaciones. El Riachuelo es un caso importante: en las últimas décadas pasó a estar estigmatizado por su degradación. Y los 3 o 4 millones de personas que viven ahí no saben sobre qué están caminando.
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