Miércoles, 27 de febrero de 2008 | Hoy
CIENCIA › OPINION
Por Luciano Levín *
Voy a retomar la opinión vertida en este medio por Sergio Federovisky “Contaminación: ¿sí o no?” del 13 de febrero, acerca del estudio de impacto ambiental realizado recientemente en Botnia.
Primero, me gustaría hacer una salvedad. El autor dice, y perdónenme la estocada, quizás un poco maliciosa, pero espero que, por eso, contribuya al diálogo, además de servir a mis argumentos: “si la contaminación se acumula”, como bien señala, “entonces sí se puede ver y tocar”. Porque si ninguna de esas cosas fueran ciertas, a nadie le preocuparía la contaminación. Y es que la contaminación es una preocupación no por su mera presencia en el ambiente, sino porque afecta a cosas que podemos ver y tocar y que, en caso de acentuarse su proceso, dejaríamos de hacerlo. Afecta a nuestras cosas. Y esto es pensamiento económico. Muy pocos (o nadie) se preocupan por las bacterias per se. La preocupación aparece en tanto afecte de alguno u otro modo aquellas cosas que podemos ver y tocar. Unos ponen el acento en el paisaje futuro, otros en la salud de nuestros hijos. Cosas que podemos ver y tocar.
Ahora bien, la opinión de Federovisky termina planteando la pregunta que nadie se hizo: ¿cuánta contaminación estamos dispuestos a aceptar? Y yo me pregunto: ¿es cierto que nadie se la hizo?
Si es cierto que el ambiente no le importa a nadie, como yo también creo, esa pregunta nos la hicimos todos. Lo que es duro de aceptar es nuestra respuesta.
Cada uno dice sí a la contaminación ambiental cuando redacta una carta, cuando compra el diario, cuando utiliza papel higiénico para asearse.
Y es que estos conflictos son tan difíciles de resolver porque en ellos están implícitas las decisiones cotidianas de millones de seres humanos diacrónicamente mirados. No sólo nuestras decisiones del presente, sino las acumuladas por la mayor parte de nuestros antepasados.
Refugiarse en la idea de que es el poder político, o el económico, el responsable, es sólo un aspecto de la complejidad del asunto. Hay malas decisiones, hay corrupción, hay intereses. Pero también está la voluntad de la gente en elegir un estilo de vida, a cada momento y en cada época. Exagerando (pero no mucho), Botnia existe porque aceptamos, en algún momento de la historia, derribar árboles para escribir cartas. Lo demás, exagerando nuevamente, es simple aumento poblacional.
La tecnología no es una masa de hierros sin sentido moral ni ético. Una fábrica no posee solamente un sentido técnico. En cada tornillo, en cada ensamblado de partes para formar tal o cual aparato están implícitas las decisiones de varias generaciones de seres humanos que llevaron al estado actual de la tecnología. Están implícitas normas de seguridad que se fueron forjando en el curso de la historia, dilemas éticos que fueron resistidos y luego aceptados, conflictos de intereses que hoy ya nadie se plantea. El tipo de tecnología que poseemos no es el único tipo de tecnología posible, pero sí es el único tipo de tecnología aceptado. Es cierto que es preferible que una tecnología sea económicamente viable frente a sus competidoras, pero hay casos de tecnologías rivales en las que gana la más costosa por diversos motivos que van desde estéticos, formas de imposición social, seguridad, moda, etcétera. También existe lo que se conoce como el código técnico o el conjunto de normas que debe cumplir una tecnología para ser aceptada. Y este código no se discute. Es decir, se discute previamente a su establecimiento, pero una vez establecido el código no se discute más.
Planteo, porque el intrépido cronista hipotético me apura con el espacio, pero también con el tiempo, una última cuestión. ¿Nunca se va a escuchar una crítica coherente al aumento indiscriminado de la población en términos de contaminación ambiental? Si todo es también una cuestión de concentraciones, bueno, la concentración de seres humanos... ¿cómo está?
* Licenciado en Biotecnología - Universidad Nacional de Quilmes.
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