Miércoles, 3 de octubre de 2007 | Hoy
CIENCIA › OPINION
Por Leonardo Moledo
Y así fue. De pronto
La Gran Aventura empezaba otra vez:
unos pocos kilos de metal habían salido
del planeta ensimismado en guerras y deportes
cerrado en su soberbia circular.
Una llamada sencilla y contundente
Bip-bip y las familias de la Tierra
alargaban las antenas de sus radios
y los barcos en pleno mar
y los borrachos en el puerto
y los héroes de hazañas dudosas y mediocres
trataban de adivinar esa nueva cosa
que por mano humana se movía por el cielo
rodeando a un planeta débil
y sin asomo de sentido o de deseo.
Mirar el cielo, adivinar el cielo
donde algunos kilos de aluminio
giraban como un semidiós de metal
derribando el barro oscuro del mito
y la lenta mitología que enloquece.
bip-bip, bip-bip
le hablaba
a una Tierra donde nadie soñaba aún
con la barahúnda electrónica
paralizada en un éxtasis de silencio asombrado
que acallaba el estruendo de dos guerras.
Recomenzaba la aventura
y el Hombre recuperaba sus mayúsculas
perdidas en las revueltas del horror y el siglo XX.
Renegaba de su origen
de su pálida condición de prisionero
y encontraba algo nuevo, inesperado
una esfera pequeña de aluminio
girando alrededor de nuestro mundo estéril
y hablándole directamente a él
su lenguaje de dos letras.
Y en el fondo de los tiempos
en Africa, allí donde alguna vez nacimos
Lucy también levantaría sus ojos asombrada.
Ignorante aún de lo que es el cielo.
Supo que ya tenía un compañero de viaje.
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