CIENCIA › OPINION

Sputnik, compañero de viaje

 Por Leonardo Moledo

Y así fue. De pronto

La Gran Aventura empezaba otra vez:

unos pocos kilos de metal habían salido

del planeta ensimismado en guerras y deportes

cerrado en su soberbia circular.

Una llamada sencilla y contundente

Bip-bip y las familias de la Tierra

alargaban las antenas de sus radios

y los barcos en pleno mar

y los borrachos en el puerto

y los héroes de hazañas dudosas y mediocres

trataban de adivinar esa nueva cosa

que por mano humana se movía por el cielo

rodeando a un planeta débil

y sin asomo de sentido o de deseo.

Mirar el cielo, adivinar el cielo

donde algunos kilos de aluminio

giraban como un semidiós de metal

derribando el barro oscuro del mito

y la lenta mitología que enloquece.

bip-bip, bip-bip

le hablaba

a una Tierra donde nadie soñaba aún

con la barahúnda electrónica

paralizada en un éxtasis de silencio asombrado

que acallaba el estruendo de dos guerras.

Recomenzaba la aventura

y el Hombre recuperaba sus mayúsculas

perdidas en las revueltas del horror y el siglo XX.

Renegaba de su origen

de su pálida condición de prisionero

y encontraba algo nuevo, inesperado

una esfera pequeña de aluminio

girando alrededor de nuestro mundo estéril

y hablándole directamente a él

su lenguaje de dos letras.

Y en el fondo de los tiempos

en Africa, allí donde alguna vez nacimos

Lucy también levantaría sus ojos asombrada.

Ignorante aún de lo que es el cielo.

Supo que ya tenía un compañero de viaje.

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