Viernes, 27 de junio de 2008 | Hoy
Por Adrián Paenza
Esta historia apareció en la revista Scientific American, en junio del año 2007. Me encantó. Le pido disculpas al autor, porque no registré su nombre, pero, obviamente, el crédito le corresponde íntegramente a él.
Cuenta ese artículo que un señor que se dedicaba a vender sombreros hizo un alto en su caminata, vencido por el cansancio y el sol. Se sentó junto al tronco de un árbol y se quedó dormido. Cuando se despertó, advirtió que en una de las ramas del árbol había un grupo de monos que se habían apoderado de sus sombreros y que sólo le quedaba el que estaba usando él.
Empezó a hacerles señas a los monos para que se los devolvieran, pero por más esfuerzos que hacía, los monos permanecían impertérritos. En un momento determinado, ya muy frustrado, se sacó el sombrero y lo tiró al piso con fastidio. Increíblemente, los monos le copiaron el gesto y arrojaron también ellos los sombreros que tenían. El hombre no podía salir de su asombro. Había conseguido, en forma inesperada, recuperar toda su mercadería. Los recogió y partió apurado.
Pasaron más de 50 años, y una vez más, otro hombre que también vendía sombreros pasaba por una situación parecida. Curiosamente, se trataba del nieto del señor que originariamente había vivido la experiencia que describí más arriba. También él se quedó dormido y volvió a suceder lo mismo. Cuando se despertó, vio que un grupo de monos se había apoderado de todos los sombreros (salvo el que usaba él).
En ese momento, recordó lo que le había dicho su abuelo y, sin dudar, arrojó su sombrero al piso con gesto de fastidio. De inmediato, uno de los monos que estaba en la rama, bajó apurado, tomó el sombrero que estaba en el piso, y corriendo se trepó nuevamente al árbol.
El joven miraba hacia arriba azorado, cuando el mono le gritó: “¿Vos te creías que eras el único que tenía abuelo?”.
Esta historia, pese a que en principio parece no tener nada que ver con la matemática, refleja lo que uno hace muchas veces dentro de esta ciencia: busca patrones, busca ideas que se repitan. Un médico busca “patrones” o “síntomas” o “signos” que entiende le indicarán qué es lo que tiene el paciente.
Algo más pedestre: una persona que escucha un ruido dentro de la casa sabe si preocuparse o no, teniendo en cuenta si es algo que ya escuchó antes y sabe que no presentará problemas, o si se trata de un ruido distinto.
Uno compara entonces el ruido que escuchó con los patrones que tiene internalizados. Cuando uno huele algo o lo saborea, sabe si le gusta o no, o si le va a gustar o no, teniendo en cuenta también los patrones que uno va registrando a medida que va viviendo.
Aunque parezca que no, la matemática es –en esencia– una ciencia que busca patrones todo el tiempo. Uno busca patrones de longitud, de superficie, de volumen (por poner algunos ejemplos), así como uno podría buscar patrones de conducta, de velocidad, de simetría, numéricos, de forma, de movimiento, estáticos, dinámicos, cualitativos, cuantitativos... Todos son patrones.
Frente a eso, los monos, que habían aprendido la lección, comprendieron dónde buscar el patrón... y en este caso ¡no repetirlo!
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