Sábado, 11 de julio de 2009 | Hoy
Por Sandra Russo
Edgar Hernández, de cinco años, fue el primer portador sano de la gripe A registrado en La Gloria, México. En estos días, en ese poblado de poco más de 2000 habitantes del estado de Veracruz van a poner un monumento a Edgar Hernández. Suena un poco incongruente, pero el niño tendrá su estatua en la plaza del pueblo, quizá para recordarles a los vecinos que la gripe A no mata: Edgar se recuperó completamente.
No fue el caso de Judy Trunnell, la maestra norteamericana de 33 años que fue la primera víctima mortal de la gripe A H1N1. Murió el 5 de mayo en Harlingen, una pequeña localidad vecina a la mexicana La Gloria. Su esposo, Steven Trunnell, presentó una demanda al día siguiente, 11 de mayo, contra la empresa productora de carne porcina más grande del mundo, la Smithfield Foods Inc., dueña del 50 por ciento de Granjas Carroll. Las enormes plantas de las granjas son la principal fuente de ingresos de La Gloria, el pueblo cuyas autoridades recordarán la pandemia con el monumento de Edgar, el sobreviviente.
El caso está amplia y suficientemente documentado en “Los culpables de la gripe porcina”, de Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique. En ese extenso artículo, se recogen muchas otras fuentes, como artículos firmados y publicados en los diarios mexicanos La Jornada y El Universal. Fuera de ese universo de fuentes informativas, hay también estudios de la Universidad John Hopkins de Nueva York y denuncias de muchas organizaciones ambientalistas mexicanas que sin embargo no han logrado generar un discurso que penetre en los grandes medios mundiales, para los que la pandemia de gripe A H1N1 se reduce a su profilaxis y sus estadísticas. No parece ser un tema menor cuál fue el origen de la pandemia y la pregunta es si ese origen puede estar relacionado con formas de producción incompatibles con la vida sobre la Tierra. No parece ser menor puesto que resignar ese punto supone un altísimo riesgo a futuro, ya que dispensa a los responsables y somete a la población mundial a quedar a merced de nuevas pestes.
El 10 de mayo, en el diario El Universal, Francisco Reséndiz escribió una crónica sobre La Gloria, ubicada entre Puebla y Veracruz. En ese momento, el interés periodístico estaba puesto en esa localidad por un dato puntual: el 60 por ciento de la población se había contagiado la gripe A. Y de allí hacía tiempo que llegaban denuncias sobre la actividad de las Granjas Carroll y sus lagunas de oxidación de excrementos y cadáveres de cerdos. Dice Reséndiz, que se entrevistó con Víctor Manuel Ochoa Calderón (director general de Granjas Carroll), que la empresa produce 1.100.000 cerdos anuales, y que sólo tiene 900 empleados en 16 granjas. “Los que se han quedado tienen miedo a la influenza, a quejarse, a la empresa, a ir a la cárcel y a la peste. Pero se sienten agradecidos porque en un semana cambió su panorama: ahora hay muchos doctores y les dieron material para arreglar y pintar sus casas y calles, servicio médico, comida caliente y café.” El Estado mexicano fue al rescate de los pobladores de La Gloria y les pondrá ahora el monumento de Edgar.
“Pero la gente insiste en que son los cerdos los que provocan las enfermedades. Cada módulo de producción de Carroll tiene una laguna de oxidación –una especie de alberca a cielo abierto donde se depositan el excremento y la orina de los cerdos– y contenedores con cientos de cadáveres porcinos cubiertos de moscas”, observó Reséndiz.
Por su parte, Ramonet, en su investigación, rescata lo publicado en otros medios mexicanos independientes: el corresponsal del diario La Jornada, Andrés Timoteo, se desplazó al poblado para describir el ambiente en el que viven los habitantes: “Nubes de moscas emanan de las lagunas de oxidación donde la empresa Granjas Carroll vierte los desechos fecales de sus granjas porcícolas; y la contaminación a cielo abierto ya generó una epidemia de infecciones respiratorias (...) El vector epidémico serían las nubes de moscas que despiden las granjas porcícolas y las lagunas de oxidación donde la empresa mexicano-estadounidense arroja toneladas de estiércol”. Otro reportero, Jorge Morales Vázquez, contó en Milenio cómo los pobladores llevan años protestando contra la expansión indiscriminada de la empresa porcícola y cómo han sufrido persecución policíaca, represión y amenazas. El periodista constató “el fétido olor proveniente de las granjas de cerdos que se respira durante todo el día en la pequeña comunidad de apenas tres mil habitantes, así como la existencia de enjambres de moscas que infestan los domicilios de las familias”. Verificó asimismo la proximidad de las “lagunas de oxidación” en las que se someten a un proceso de descomposición aéreo los desechos fecales de los cerdos –que se convierten en gas metano–, responsables del nauseabundo hedor que inunda la zona.
En algún momento entre que fue dado el alerta a la OMS y el que transitamos hoy, con la gripe A sobre el territorio austral en invierno, hubo equipos de investigación de la FAO que viajaron desde Roma a La Gloria para determinar si efectivamente el origen de la pandemia puede ubicarse en ese modo de producción que, como firma Ramonet, “desanimaliza” a los cerdos y los convierte en objetos de producción, sometiéndolos a niveles de estrés desconocidos. En toda su vida, los cerdos que nacen y mueren en esos criaderos permanecen a oscuras y hacinados: de esas ciudadelas de cerdos enloquecidos salen luego los cadáveres y los excrementos que se transforman en gas.
Los resultados todavía no fueron publicados. No hay certezas, pero sí hay evidencias de contaminación a escala tercermundista. La Smithfield Foods no opera en territorio norteamericano porque en los ’90 fue millonariamente multada por contaminación, de modo que decidió trasladar sus plantas a países con leyes medioambientales más flexibles. Es de este modo en que ahora se divide el mundo: con territorios sustentables y basureros. Pero el origen de la pandemia debe determinarse claramente, toda vez que ya dejamos atrás la época en la que los daños eran colaterales para las poblaciones centrales. La pandemia dice que se ha globalizado algo más que el capital.
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