Miércoles, 10 de marzo de 2010 | Hoy
Por Noé Jitrik
El mercader de Venecia es una de las obras más controvertidas de Shakespeare; lo que se discute es el mensaje que emitiría en relación con uno de los núcleos de la pieza, que parece ser el principal, a saber el tema de los judíos. Para unos la obra es “antisemita”, para otros, al contrario, no lo es; para otros, finalmente, lo es y no lo es.
Quizá se pueda ver en la pieza otras cosas; si es así, si ver más lo autoriza, la obra de Shakespeare podría ser objeto de una pluralidad de lecturas, incluso una política: tengo la impresión de que no se ha hecho demasiado en esa línea. Shakespeare intimida, pero el otro asunto absorbió esta posibilidad. Sin embargo, en el contexto del teatro de la época casi todo puede ser visto con esa mirada; un gran filólogo, Noël Salomon, lo hizo brillantemente con Lope de Vega y determinó con toda precisión que el extraordinario poeta encubría sus adhesiones a príncipes u otros poderosos con mensajes de indiscutible universalidad, como por ejemplo “Fuenteovejuna lo hizo”, al defender, teatralmente, a determinados humildes atacaba a enemigos poderosos de sus mandatarios. Es posible que su contemporáneo inglés haya hecho algo parecido.
Pero se trata de varias lecturas, no sólo de ésa. El mercader... (The merchant...) las tolera sin desmedro de su perfecta sintaxis y sus fulgurantes parlamentos. Y, por empezar, un equívoco: se tiende a pensar que el título refiere a Shylock, visto que ya desde el Nuevo Testamento la palabra “mercader” es algo denigratoria; sin embargo, el mercader, porque merca, tiene barcos que traen y llevan mercancía, es Antonio, un personaje ennoblecido por el desprendimiento, la amistad y otros valores como, en la película dirigida por Michael Radford, la homosexualidad; Shylock encarna, más bien, el capital financiero, embrionario entonces, con lo que implica de acumulación de intereses, usura y otras lindezas semejantes.
Pero eso no es todo: el cruce de discursos es un va y viene alternativo que se vincula, en sus diferentes momentos, con determinados esquemas filosóficos que sin duda Shakespeare conocía bien y que modelaban su imaginario; su genial sabiduría reside en que los dosifica sin que se noten, mediante situaciones de apariencia dramática o conflictiva. Así, por empezar, el famoso monólogo de Shylock, con el consagratorio “si nos pincháis ¿no sangramos?” remite al horizontal pensamiento humanista que se abría paso en el Renacimiento, en particular italiano pero que se estaba trasmitiendo a los sujetos pensantes de toda Europa. En ese sentido, quien pone en la boca de Shylock esas reflexiones, que los restantes personajes escuchan, tal vez sin comprender demasiado porque están atados a discursos fijados por la Iglesia, sabe bien qué le está haciendo decir, nada menos, que el ser humano, todos, es un universal. Seguramente por ese mismo pensamiento eligió para otro tremendo conflicto al singular Otelo, de inexcusable color.
En segundo lugar, en la no menos genial situación del juicio contra Antonio, “la libra de carne”, la oposición central es de orden teológico: la dureza de corazón del judío, su implacabilidad en el cumplimiento de la ley, que se vincula con “la Ley”, tan cara al judaísmo, remite al sacrificio originario, o sea, a la crucifixión de Cristo y se opone al principio de la “compasión”, propio del cristianismo, que aparece en boca del público presente. Lo notable es que –y Shakespeare no lo podía ignorar– la Inquisición daba lecciones de dureza de corazón y de implacabilidad en el momento en que escribe la obra; no obstante, hay un detalle importante: la Inquisición es un engendro de la Iglesia Católica, con la cual la Anglicana, que pretendía recuperar el magisterio de Cristo, había roto hacía poco tiempo. ¿Quedaba bien con ella el hábil autor al presentar tan rotundamente esos dos comportamientos en oposición? Esa remisión de dos lugares en conflicto –católicos y anglicanos– rompe con la precedente significación humanista y la superioridad moral que proclama –el judío es incapaz de perdonar y el cristiano lo perdona a él– la destituye y, en su lugar resplandece, mediante un tiro por elevación, la legitimidad de la orgullosa decisión religiosa de Enrique VIII y sus seguidores.
De ahí, un tercer nivel que implica una vuelta filosófica, un regreso a un pensamiento medieval: el judío, vencido por la argumentación jurídica, vuelve a su condición de humillado, sometido, despojado de lo que más quiere en el remate del conflicto, o sea, su dinero, sus bienes y hasta su descendencia, sin lo cual no es nadie o sólo una designación oscura; en tanto quienes lo derrotan recuperan una alegría de vivir que, teatralmente, se traduce por el juego favorito de Shakespeare de disfraces, reconciliaciones, revelaciones agradables, promesas sexuales e ingeniosos desafíos verbales, de un genial barroquismo. ¿Entonces qué? ¿La renuncia a la horizontalidad que el humanismo prometía? ¿No hay para el judío otra salida que seguir en lo mismo? ¿O desaparecer?
Shakespeare propone, a través de una situación teatral casi retórica –porque el teatro de todos los tiempos la ha empleado como resolución rápida–, la fuga amorosa, una alternativa menos cruenta que la conversión forzada que imponía la Inquisición; por amor, la hija de Shylock abandona a su padre y a su credo religioso e insinúa, por añadidura, que por amor se convertiría al cristianismo: no asistimos a eso, pero queda una propuesta que sería la de la mezcla pero, desde luego, con un predominio, el del cristianismo, y con un consiguiente olvido, el del judaísmo. Proyectada esta situación a los siglos siguientes, habría que esperar el debilitamiento del cristianismo para que la mezcla y una humanidad nueva, que no había podido llegar a la convivencia, pueda llevarse a cabo exitosamente, con un mínimo de renuncias y un máximo de posibilidades humanas futuras.
¿Será por todas esas lecturas –que por cierto no abundan– que la obra de Shakespeare sigue viva y dice todavía lo que los conflictos humanos y sociales ponen en obra y cuyos alcances los llevan a enfrentamientos, guerras, desinteligencias, martirios y toda clase de mutilaciones y de extravíos?
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