CONTRATAPA
Cuba
Por Dalmiro Manuel Bustos
Visité Cuba por primera vez hace unos diez años. Ya por entonces quedé impactado. Un torbellino de contradicciones se reabrieron dentro de mí. Su máximo héroe, el poeta revolucionario José Martí, fue desde siempre un ejemplo de compromiso en la defensa de las ideas de libertad y justicia.
Retorné a principios de este año. Las contradicciones internas se vieron reactualizadas por todo lo que presencié. La altiva llave del Caribe encandila al visitante. Anuncios y leyendas sobre la libertad y la Revolución. Conmueve no ver carteles comerciales que poluen nuestras calles y rutas. Fotos del Che nos hacen sentir parte de todo este esfuerzo titánico. Me impresionan los grandes edificios, mejor conservados que años atrás, dedicados a la investigación de diversas áreas. Dentro de mí arde el deseo de que todo esto sea verdad. Como buen egresado de una Universidad Reformista Argentina, la idea de una educación libre me renueva viejos y dolorosos ideales, con sus correspondientes cicatrices. Las grandes moles de hoteles suntuosos han proliferado tanto en La Habana como en Varadero. Verdaderos dechados de lujo, compitiendo con las más importantes playas del Caribe capitalista. Tiendas para extranjeros, pobladas de las marcas más renombradas, que los cubanos miran desde afuera. Es la Cuba del dólar. No es necesario comprar pesos cubanos, en seguida advierten que no se podrán utilizar. El dólar circula como moneda oficial.
Pero no tarda en aparecer la otra Cuba. Como psiquiatra que soy, me dedico al arte de escuchar. Y si hay algo que a los cubanos les gusta es hablar. Con su tonito encantador empiezan a compartir sus sentimientos. Al principio reticentes, luego francos. Charlo con médicos, psicólogos, veterinarios, mozos, guardias de seguridad, feriantes. “Cuidado: si me ven hablal con un extlanjero, la voy a pasal mal. Me fui hace unos años, casándome con una venezolana, sólo pala conseguil ilme. No aguantaba más. Pelo tampoco me sentí bien... Soy cubano. ¿Quiere pulos (cigarros) a buen plecio? Pelo que no me vean, el otro día ya pasé tres días en la palilla (parrilla = cárcel) por jugal al fútbol con un chileno.” Con su suave decir, sin pronunciar una sola “r”, Andrés, de 30 años, me define lo que será una constante en las charlas siguientes. Mientras lo hace, parece dispuesto a salir disparando, al menor atisbo de la policía. Lo más curioso es que en la entrada de la playa, un cartel reza: Playa Pública. Pero no es verdad, está vedada para cubanos. El chofer de un taxi, al entrar en confianza me cuenta: “Soy graduado en ingeniería, pero ganaba 25 dólares mensuales. Prefiero manejar un taxi, porque estar en relación con los turistas, nos permite ganar propinas. Le consigo lo que Ud. quiera, cámaras de fotos, video, puros de los mejores. PPG, para el colesterol, es buenísimo hasta para el sexo, nunca más tendrá problemas. Quiero irme, pero no me animo. Tengo tres hijos, uno ya está a punto de entrar en el ejército, es un fidelista completo. No puedo hablar delante de él”. Busco alguien que me dé otra visión, tiene que haber. Araceli es médica, la medicina en Cuba tiene una gran reputación. “No quiero terminar lo que me falta para recibirme. (Baja la voz.) No quiero que me arríen como una cabra. No me dejan elegir mi especialidad, quiero ser pediatra, como mi hermano. Pero cuando terminas te dicen lo que vas a hacer y dónde tendrás que ejercer. A Fidel lo deben haber clonado, no se muere nunca.” Araceli me invita a visitar a su familia, quienes me reciben con ese cariño especial, mezcla de admiración y cierto recelo por estar en presencia de un ser que proviene de un mundo que sólo pueden observar desde lejos.
Hablo con la abuela, doña Samira: “Yo nací mucho antes del ‘59. Vivíamos muy mal, nunca podía soñar con que mis nietos serían doctores. Mal podíamos comer o ser atendidos cuando estábamos enfermos. Uno de mis hijos se murió por una infección en la garganta, que ahora mis hijos dicen que se podría haber curado. Fidel me sacó de ese pozo”. Me muestra un elegante y deteriorado sillón en el que estaba sentada. “Fidel –después me aclara que no fue él personalmente, pero siempre se refieren a Fidel y rara vez ala Revolución– me lo dejó traer de la casa en la que trabajaba, ahora soy yo la que está sentada aquí.” En la precaria casita en la que vive, hay un cuartito, atrás de todo, repleto de mercaderías del mercado negro. “¿Qué más quieres? Tenemos arroz y frijoles, y a los niños hasta los siete años les dan la leche gratis, después cuesta 5 pesos los 5 kilos de leche en polvo. Van a la escuela seguro hasta el noveno año. Mi otro hijo, el pediatra, se queja porque gana 25 dólares al mes, pero que no se olvide que yo era casi una esclava. Esto fue sufrimiento...”
Podría narrar muchas anécdotas más. Me pregunto qué ocurre en el margen de confluencia de esas dos Cubas. La de los evidentes adelantos, los ideales que claramente son la continuación del pensamiento de Martí. La de los magníficos hoteles para alojar principescamente a los turistas provenientes de ese mundo, lejano y tan cercano. Me imagino un gran espectáculo estilo Las Vegas, con emplumadas vedettes, luciendo sus joyas y encantos siliconados, comiendo deliciosos manjares y tomando a destajo cuanta bebida importada se encuentre a mano, actuando para un público conformado por personas rayanas en la miseria. Mirando los lujos a los que no tienen acceso. En el borde del majestuoso escenario se va conformando una zona peligrosa: el mercado negro, la promiscuidad, la corrupción. Que arruinan lo que hay de maravilloso en el ideal de justicia y libertad.
La gran contradicción del mundo actual se ve de manera flagrante en esta maravillosa isla. Se idealiza a un ser humano desprovisto de deseos “egoístas”. Sólo se enaltece a aquel que piensa en beneficio de la comunidad. El Nosotros esconde al Yo. O de lo contrario se piensa en un ser humano egocéntrico y competitivo, que sólo piensa en sí mismo al que sólo le importa el Yo, bien remarcado, sin Tú y sin Nosotros. La falsa opción genera falsas propuestas. El ser humano es una amalgama de egoísmos y altruismos. La llave del Caribe puede ser desde ese ángulo un claro ejemplo del desgastante maniqueísmo que llevan al mundo a constantes callejones sin salida.
Al regresar, en ese extraño estado al que accedo después de semidormir en el avión de vuelta, prendo la televisión. En esas coincidencias a las que Jung comprende desde un ángulo más profundo, me encuentro con dos programas. En el primero se muestra la pobreza en Estados Unidos. Doce millones de personas en estado de subnutrición, acudiendo a ollas populares bien institucionalizadas. Una realidad que se esconde detrás de las amenazas de guerra del detestable y emplumado presidente Bush. En nombre de los derechos humanos del mundo occidental y cristiano. En otra prueba de la feroz contradicción, un candidato a presidente autóctono, que ya condujo al país hacia un abismo moral y económico, hablando de libertad, justicia para todos, valores morales. En el cuadro siguiente, las exequias del asesino de las Malvinas, honrado como si fuera un héroe. Zapping: piqueteros clamando por trabajo digno. Más zapping: los chiquitos muertos de hambre en San Juan. Apagué el televisor.
La pequeña isla del Caribe es como una gran síntesis del mundo actual, donde el poder se aleja de los que debería proteger, para someterlos y dominarlos. Pero contiene un sueño, que los dirigentes pueden traicionar pero que, aun así, persiste. Sueño de que exista un modo en que las ideas se plasmen, sueño de líderes que hagan del poder un instrumento de justicia sin apoderarse de él. Porque los justos son muy pocos, pero la justicia sobrevive.