Miércoles, 1 de junio de 2011 | Hoy
Por Mario Goloboff *
Así como en el origen del Mayo francés del ‘68 suelen entremezclarse las visiones de Arthur Rimbaud, los manifiestos del vasto y luminoso surrealismo o los textos del enorme teórico de la Escuela de Frankfurt Herbert Marcuse, en el novedoso Movimiento del 15M, “Por una democracia real ¡ya!”, este actual e imprevisto Mayo español de “la indignación” que estamos contemplando absortos asoman teorizaciones precedentes, ocultas o ignoradas, no por ello menos actuantes y acuciantes. En especial una, la de un verdadero grande del siglo XX que afortunadamente sigue viviendo, Stéphane Hessel. Su llamamiento Indignezvous! (¡Indignaos!) iba por el medio millón de ejemplares vendidos en Francia hacia las Navidades últimas y, difundido en la península a principios de este año, a poco de ser traducido al español, fue leído por multitud de jóvenes.
Pero ¿quién es el autor? Como suele ocurrir paradójicamente en estos casos, no se trata de un joven intelectual adelantado o enganchado a la revuelta, sino de un señor judío alemán que ha vivido y visto lo suyo, y que hoy, con sus apenas 93 años, parece saludable y piensa, para bien de todos, con originalidad y creatividad no exentas de bases reales, en nuestro riesgoso e improbable futuro.
Nacido en Berlín en 1917, de una madre pintora, Helen Grund, y de un padre escritor y traductor, Franz Hessel (colaborador, entre otras tareas, de Walter Benjamin en una traducción de la novela de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido), se establece su familia en París en 1924, lo que le permite frecuentar todavía muy joven el medio surrealista parisiense y en especial a Marcel Duchamp y al escultor norteamericano Alexandre Calder. Ingresa en la prestigiosa Ecole Normale Supérieure de la rue d’Ulm, pero sus estudios son interrumpidos por la guerra y en 1941 se incorpora a los servicios de informaciones y contraespionaje de La France Libre del general Charles de Gaulle, donde trabaja, en Londres y en el exterior, hasta que, desembarcado clandestinamente en Francia bajo el seudónimo de combate “Greco”, es detenido por la Gestapo en julio de 1944. Después de haber resistido a sus torturadores, y de haberlos confundido hablando un perfecto alemán natal, es enviado a Buchenwald. Trasladado, evadido, apresado, vuelto a evadirse, integrará tras la Liberación los primeros altos planteles en el Ministerio de Relaciones Exteriores, será enviado a las Naciones Unidas, nombrado secretario de la Comisión de derechos del hombre, y participará de modo eminente en la redacción, junto a René Cassin, Eleanor Roosevelt y el libanés Charles Habib Malik, entre otros, de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1948. Ubicado siempre a la izquierda de los gaullistas y del arco político francés, se pronunciará contra la guerra colonial de Argelia militando a favor de la independencia argelina y, hacia los noventa, con François Mitterrand en el Elíseo, pedirá su afiliación al Partido Socialista. Entre sus actividades políticas recientes figuran la visita, valiéndose del pasaporte diplomático, a la Franja de Gaza, y su testimonio de lo que allí, vergonzosa y dolorosamente, sucede bajo el cerco israelí.
Comienza el llamamiento de “la indignación” reconociendo que habla a los jóvenes desde la última etapa de su vida, ya que “el fin no está muy lejos”. Pero que tiene la suerte de poder recordar lo que ha servido de base a su compromiso político: los años de la Resistencia y el programa que ella elaboró, el del 15 de marzo de 1944, basado justamente en la indignación que producían en los jóvenes la Ocupación y el nazismo, y fundado en “un conjunto de principios y valores sobre los cuales debería reposar la democracia moderna”. Más que nunca, dice Hessel, hoy necesitamos de ellos para sentirnos orgullosos de una sociedad: “no de ésta de clandestinos, de expulsados, de sospechas sobre los inmigrantes, de ésta en la que no se respetan las jubilaciones, las garantías de la seguridad social, donde los medios de comunicación están en manos de los poderosos”. Otras de las reivindicaciones que el programa preconizaba era “el retorno a la Nación de los grandes medios de producción monopolizados, fruto del trabajo común, de las fuentes de energía, de las riquezas del subsuelo, de las compañías de seguros y de los grandes bancos”. El interés general, agrega, debía y debe estar por sobre el interés particular, la justa repartición de las riquezas generadas por el mundo del trabajo debe primar sobre el poder del dinero. “Una verdadera democracia tiene necesidad de prensa independiente y aquel programa lo decía claramente: ‘la libertad de prensa, su honor y su independencia frente al Estado, a las potencias del dinero y a las influencias extranjeras’. Este es el programa y éstas, las conquistas sociales de la Resistencia que la situación actual pone en tela de juicio.”
Por ello, “el motivo de la resistencia, hoy, es la indignación”. ¿Cómo puede faltarle dinero ahora al Estado para cumplir con sus obligaciones, se pregunta, si la producción de riquezas ha aumentado considerablemente desde la Liberación, cuando Europa estaba arruinada? Sólo, responde, porque el poder del dinero jamás ha sido tan grande, con sus propios servidores hasta en las más altas esferas del Estado. Jamás la distancia entre los más pobres y los más ricos ha sido tan importante. “El motivo de base de la Resistencia era la indignación. Nosotros, veteranos de los movimientos de la Resistencia, llamamos a las jóvenes generaciones a hacer vivir, a transmitir la herencia de la Resistencia y sus ideales. Nosotros les decimos: tomen el relevo, ¡indígnense!”
La actual dictadura internacional de los mercados financieros es la que amenaza la paz y la democracia, sostiene. Estas son la democracia y la libertad incontroladas del zorro en el gallinero. “Yo les sugiero a todos y a cada uno de ustedes tener un motivo de indignación. Eso es precioso. Cuando algo los indigna como he estado indignado yo por el nazismo, entonces uno deviene militante, fuerte y comprometido. Uno se agrega a esa corriente de la historia y la gran corriente de la historia prosigue gracias a cada uno.”
La indiferencia –va concluyendo el opúsculo– es la peor de las actitudes. Si alguien se comporta con indiferencia, “pierde uno de los componentes esenciales que conforman lo humano”. Identifica los dos grandes desafíos del presente: no se puede dejar crecer esta distancia entre ricos y pobres en el mundo; hay que salvaguardar los derechos del hombre y el estado del planeta. Dos desafíos, se entiende, con todo su contenido social, político, biológico y moral. Y llama a asumirlos (he aquí otra particularidad) por la vía no violenta. La violencia, según Hessel, aunque justificada en algunos casos excepcionales, “vuelve la espalda a la esperanza”. Para él, “hay que preferir la esperanza, la esperanza de la no violencia”. Recoge expresamente el mensaje de Mandela, de Martin Luther King, que “encuentra toda su pertinencia en un mundo que ha sobrepasado la confrontación de las ideologías y el totalitarismo conquistador”. Y recomienda solucionar los conflictos por una comprensión mutua y “una paciencia vigilante”. Fundadas en los derechos cuya violación, cualquiera sea el autor, “debe provocar nuestra indignación”. Preconiza, así, “una insurrección pacífica”; marca nítidamente contra qué y quiénes: “contra los medios de comunicación de masas que proponen como horizonte a nuestra juventud el consumo de masas, el desprecio por los más débiles y por la cultura, la amnesia general y la competencia a ultranza de todos contra todos”. Y termina subrayando: “Crear es resistir. Resistir es crear”.
No pienso, claro está, que éste sea el único aporte ideológico que recoge la protesta. Pero sin duda es una fuente preciada de inspiración, incluso en lo verbal. Tampoco parece raro que resurja hoy en España, no sólo por razones económicas y sociales. A la luz de su memoria histórica, que en los pueblos suele ser más poderosa y patente, aunque inconsciente, que en los individuos, reaparecen las raíces y las ideas libertarias que imperaron y fueron llevadas a la práctica allí como en ningún lugar del mundo durante la fascinante experiencia de la revolución española, antes de la derrota en la guerra civil. Derrota que, como se ve, es siempre relativa, sobre todo en el plano de las ideas y de lo moral o, como dicen los manifestantes, de “la dignidad humana”.
* Escritor, docente universitario.
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