Domingo, 14 de julio de 2013 | Hoy
Por José Pablo Feinmann
Siempre me sorprendió la fe que muchos (millones de personas a lo largo-ancho del mundo) depositaron en Internet. En un coloquio en Chile –hará unos ocho años–, un especialista español en comunicaciones me señaló que la libertad y la transparencia aún existían en el mundo. Y mencionó el ejemplo de Internet. Sólo le respondí que, cuando lo quisieran, controlarían el absoluto ciberespacio. Internet recogía la inagotable fe de los seres humanos en su libertad, su capacidad de enfrentar a los grandes poderes o huir de ellos o aislarse o derrotarlos. Entre la caída del Muro de Berlín y el inicio de la noche neoliberal, muchos teóricos confiaron como ángeles la inocencia en el poder democratizador de los medios de comunicación. Entre ellos, uno que suele venir a nuestro país y se lo recibe como un sol del pensamiento, cuando, en verdad, nadie sabe mejor que él que es un filósofo de segunda o tercera categoría, sometido a las duras cadenas de Heidegger y Nietzsche. Pero Gianni Vattimo hace tiempo que ha confesado –en su útil Introducción a Heidegger, por ejemplo– que si un problema no fue resuelto por su maestro, menos habría de resolverlo él, un filósofo que estaba muy por debajo –tres o cuatro escalones, cuanto menos– del genio de la Universidad de Friburgo. Vattimo jugó cierto papel de importancia en los tiempos tempranos del posmodernismo. Se trataba de destrozar al marxismo –la ocasión era precisa, la tarea necesaria– y reemplazar su crítica a la modernidad por otra. La otra era la de Heidegger, basada en la demonización de la técnica. Pero había ciertas categorías que era necesario pulverizar del pensamiento marxiano, cuyo último gran representante había sido Jean-Paul Sartre con su Crítica de la razón dialéctica. Sobre todo la categoría de totalidad. Vattimo recurre a una teoría basada en los dialectos de su bella Italia. La historia vendría a ser como los dialectos que se hablan en cada popolo, en las aldeas. Todo dialecto expresa la libertad de lo particular, no sometido al universo totalizador dialéctico que proviene maléficamente de Hegel, de Marx y que Sartre ha desarrollado tan magistralmente que llevó a Deleuze a consagrarlo como “el genio de la totalización”. Sin embargo, la totalidad debe morir. Debe ser aniquilada por la teoría de los dialectos, que vendría a expresar esa estética de la fragmentación que los posmodernos se empeñaron en imponer. Pero Vattimo va más allá. Tiene que oponer a la sociedad autoritaria comunista una teoría de la democracia. Si lo autoritario es la imposición de lo Uno dictatorial sobre una población que tiene negada la democracia, con su libertad de expresión y su transparencia, lo democrático será lo plural y lo transparente. Y recurre a la cristalinidad, a la transparencia de los medios de comunicación para dictaminar que, gracias a ellos, existe la sociedad transparente. Créase o no, Vattimo postuló que la democracia estaba basada en la transparencia que los medios otorgaban. Eran tan honestos los medios, tanto decían la verdad, tanto se podía creer en ellos, que la sociedad se había vuelto transparente. Escribía: “Juntamente con el final del colonialismo y del imperialismo ha habido otro factor decisivo para disolver la idea de historia y acabar con la modernidad: a saber, la sociedad de los medios de comunicación” (Vattimo y otros, En torno a la posmodernidad, Anthropos, 1990, Barcelona, p. 12). Hay aquí más errores que palabras. ¿Quién dijo que murieron el colonialismo y el imperialismo? ¿Quién dijo que la modernidad murió? Se puede terminar con la idea hegeliano-marxista de un decurso necesario de la historia, pero de ahí a dar por muerta a la historia hay un trecho y ese trecho es largo. Mas, ¿cómo no decirlo y subirse al carro triunfal de la fukuyumanía que asolaba al mundo en los inicios de los noventa?
Se quiso ver en Internet un renacimiento de la utopía de la sociedad transparente. Se creyó que nos la habían dado para que fuéramos libres, para que nos comunicáramos, para jugar, hasta para hacer revoluciones. El monstruo se ha quitado la capucha. Esto hace tiempo que estaba planteado. China acusó a Google de imponerle valores norteamericanos y de otras cosas. Claramente dijo (ya en 2011) que Google era una herramienta de los Estados Unidos que trabajaba para sus servicios de inteligencia. Snowden no ha hecho sino confirmar eso que Assange venía diciendo desde unos años antes. Internet, manipulado por el poder, se ha transformado en el más grande enemigo de la civilización humana. También lo afirma el especialista en comunicación Enrique Dans en el Prólogo que escribe al recién aparecido libro de
Assange: Cypherpunks: “El ciberespacio, en todos los sentidos, se ha militarizado” (Cypherpunks, Deusto, Barcelona, 2013, p. 14). Vivimos en medio de una ley marcial informática. Sigue: “Como el propio Assange dice en su introducción, y por mucho que nos pueda costar entenderlo a los que amamos la red como herramienta de libertad, Internet en su expresión actual se ha convertido en una amenaza para la civilización humana” (Ob. cit., p. 14).
No vivimos los tiempos de la hipermodernidad, como dice Gilles Lipovetsky, que no ha pasado de ser un divulgador de ciertas ideas y costumbres del mundo posmoderno con libros de títulos tan extraños como La era del vacío o El crepúsculo del deber. No parece lo que piensan los mercenarios en Irak, o los pueblos que en Sudamérica buscan una unidad regional. Vivimos los tiempos de la modernidad informática. Así deberán ser calificados para que podamos acercarnos hacia su adecuada intelección. La posmodernidad fue apenas una etapa breve de la modernidad que vino a consolidar teóricamente el universo neoliberal que se impuso con la caída de la Unión Soviética. Los mismos neoliberales renegaron de sus postulados. La totalidad no había muerto. Ahora se llamaba globalización. La modernidad no era un proyecto acabado. Tampoco se identificaba con la era de las revoluciones. La modernidad sigue siendo el despliegue del capitalismo. Como lo ha sido siempre, incluyendo a los proyectos revolucionarios que intentaron oponérsele bajo el nombre de socialismo y fracasaron. La verdadera revolución la hizo el capitalismo, no el proletariado ni el Tercer Mundo. Esa revolución es la informática. De aquí que ésta sea la era de la modernidad informática, cuya globalización incluye el proyecto de controlar al entero mundo a través del poder comunicacional y del bélico. El Complejo Industrial Militar es el aliado del poder informático. Los dos están comprometidos en el mismo proyecto de dominación mundial. (¿Dónde han ido a parar las pequeñas historias, los pequeños relatos, la caleidoscopización del mundo, la destrucción del sujeto, la muerte de la totalidad, de la historia, la estructura estratégica sin sujeto?)
En cuanto al sujeto que los posestructuralistas vinieron a destruir, a trizar, a descentrar, está más centrado que nunca. Mi próximo libro –Filosofía política del poder mediático– empieza con una frase contundente: “Hizo más Bill Gates que Descartes por la centralización del sujeto”. El sujeto panóptico está centrado en el poder del imperio. Desde ahí nos vigila. Lo panóptico fue creado por el utilitarista inglés Jeremy Bentham (1748-1832), por encargo de Jorge III. Es una figura central para comprender lo que hoy está sucediendo. El panopiticon (que luego, con algunos cambios, retomará y analizará Foucault en Vigilar y castigar) es un punto desde el que se ve la totalidad sin ser visto. La díada ver-no ser visto constituye tanto al panóptico como al espionaje informático. El sujeto centralizado no sólo espía a los restantes sujetos sino que los coloniza con su aparato de propaganda mediática. Le bastó con apoderarse de casi todos los grupos monopólicos que dan forma a la opinión pública. La verdadera acción política de la derecha (en Sudamérica, por ejemplo) se desarrolla a través del poder informático. Del poder de los grandes grupos comunicacionales. De los monopolios de la información. Se acabó la fragmentación del sujeto. Se acabó ese mundo estratégico sin sujeto que postularon los posestructuralistas y que partía del Heidegger de la imagen del mundo. Sí, hay una imagen del mundo. El mundo está constituido en tanto imagen del Big Brother panóptico que todo lo ve y todo lo espía y a quien nadie ve. Existen sujetos. De lo contrario, el Big Brother panóptico no buscaría conquistarlos por medio del entretenimiento idiotizante, la verdad deformada y construida de acuerdo con sus intereses o la mentira lisa y llana. (Recordemos el “cadáver” de Chávez en la tapa del diario El País.) En la búsqueda de la libertad que esos sujetos puedan aún protagonizar residen nuestras esperanzas. Entre tanto, nos espían. Ya están leyendo esta nota. Mañana la leerán en el diario. Luego sabrán que Ud. la lee. No sabemos qué harán. Pero eso que sea que hagan, lo harán bien informados. Porque, en el final, deberán evaluar qué riesgo serio implica para ellos este pequeño proceso: escritura de la nota, publicación en el diario, lectura del sujeto que se ha interesado en ella. La modernidad informática es la más temible de las etapas que recorrió el capitalismo. Al fin, domina un mundo que ha globalizado y que ahora espía porque ese mundo ya no es el mundo: es el ciberespacio en que se lleva a cabo la cacería del espionaje informático.
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