Jueves, 13 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Mario Goloboff *
Entre quienes cuestionaron ideológica y políticamente con más fundamento (o, al menos, con más empeño y sagacidad) a Julio Cortázar, debe recordarse, aparte del gran narrador peruano José María Arguedas, del crítico marxista chileno Jaime Concha y del joven novelista colombiano Oscar Collazos, a nuestro David Viñas. Por provenir de quien provenían y del campo cultural que él representaba, sus observaciones aguijoneaban en puntos vulnerables. Cortázar sería sensible a ellas.
En 1970, publicamos en Nuevos Aires Cortázar y la fundación mitológica de París, un anticipo del De Sarmiento a Cortázar, y allí Viñas sostenía, de una manera global, que “Cortázar corrobora esa izquierda de Sur que involucra a Martínez Estrada (por profética y disconforme) y a Marechal (populista y cristiano) /.../. Por eso, que la adhesión a Cuba se presiente como un esfuerzo de generosidad (entendida como reconocimiento de los otros), y como la resolución en otra parte de las imposibilidades locales. /.../ Cuba –en lo esencial– era una situación americana que se refinaba –aclarándose y prestigiándose– a través de sus versiones europeas”. Y líneas antes: “... toda su obra puede ser leída –entre lo explícito y lo latente– como el proyecto, preparativos, cavilaciones y premoniciones hasta la realización y comentario del viaje a Europa: es, en última instancia, lo que va desde la ‘tierra’ al ‘cielo’ rayueliano”. Luego: “El espíritu que Cortázar encuentra y ‘realiza’ en París (adoptando a veces las perspectivas intelectuales europeas más exigentes) se le vuelve a escindir de su cuerpo. La síntesis lograda en Rayuela se le desbarata”. Lo que pretende Viñas no es (sostiene) criticar tanto las actitudes personales, sino “verificar las posibilidades, futuro y límites de esta nueva manera de ser escritor encarnada por Cortázar”. La crítica literaria se hacía ideológica, y la ideológica devenía literaria: la falta de respuesta a los interrogantes conduce, según Viñas, a una pérdida del “texto”.
Dejando de lado las alternativas, las bondades y maldades de toda relación, lo cierto es que las embestidas posteriores serán todavía más fuertes y más personalizadas. Entrevistado para Hispamérica, y ante la pregunta que por esos años era casi obligada: “¿Qué opinás de Cortázar?”, Viñas responde: “Los hechos corroboran –sólo pueden corroborar cuando algo se ha cristalizado– lo que allí se apuntaba: entre otras cosas, que Cortázar cumple, encarna, el viejo mito argentino de la santificación de París justo en el momento en que los popes máximos de Francia denuncian a París como ‘centro del mundo’. Es que los límites del proyecto cortazariano aparecen en el circuito inverso que lleva a cabo Debray: la renuncia al espíritu francés para tratar de lograr un cuerpo y verificarlo en La Habana o Camirí. Otra cosa: que en el proyecto cortazariano, el ritmo de producción al que aspiraba era el artesanal y ha terminado englutido por el ritmo impuesto por un mercado industrial del que ni ha entrevisto las artimañas. /.../ sólo podía terminar en una suerte de ‘esquizofrenia lingüística’ apenas mancillada por un marxismo de festival, por un declaracionismo abstracto o por una nomenclatura latinoamericana que no va más allá de la mención: ‘Antofagasta’, ‘pebetas’, ‘la vaina’ o ‘templar’/.../ en último análisis las contradicciones de Cortázar sólo se diluyen en una dialéctica mutilada: más allá de Borges, sólo queda la izquierda de Sur. Y allí encalla y se define Cortázar”.
La respuesta no se hizo esperar. En una carta al director de la revista, Saúl Sosnowski, fechada el 29/9/72, Cortázar aclaraba que no tenía ánimo polémico y que no había leído el libro de Viñas, “quizá por una especie de narcisismo al revés, puesto que no tengo empacho en decirle a cualquiera que lo que escriben sobre mí tiende a aburrirme /.../ me queda poco tiempo de vida útil y prefiero dedicarla a cosas como mi último libro y algunas otras en terrenos prácticos que por razones obvias no se dicen por escrito”. En cuanto a la parte sustancial de las críticas, que no provenían sólo de Viñas, la respuesta es categórica: “Lo del viejo mito argentino de la santificación de París (son términos de David), es algo que ha perdido todo interés, allá y aquí, salvo para los resentidos de la literatura, y como no es con ellos que vamos a hacer la revolución.../.../ Yo no me vine a París para santificar nada, sino porque me ahogaba dentro de un peronismo que era incapaz de comprender en 1951/.../ hoy puedo muy bien escuchar a Bartok (y lo hago) sin que un altoparlante con slogans políticos me parezca un atentado al individuo”. Y con no poca agudeza sostendrá: “No es culpa mía si, totalmente desconocido cuando me vine a Francia, mis libros escritos en Europa me hayan dado una notoriedad que puede llegar hasta el título de un libro de Viñas”.
Respecto del llamado “proyecto” y de la oposición del suyo con el de Régis Debray, afirma que “no es un chiste imaginar que a lo mejor un polemista francés podría decirle exactamente lo mismo a Debray poniéndome a mí como ejemplo del circuito inverso; en todo caso, comparar geométricamente dos ‘proyectos’ tan disímiles abre la puerta a cualquier extravagancia /.../ para decir todo lo que pienso, me consta que Debray y yo estamos mucho más cerca uno del otro que cualquiera de los dos de David Viñas”.
Sostiene luego respecto del hallarse “englutido por el mercado, y no haber entrevisto las artimañas” que “no solamente no estoy englutido por nada, sino que soy uno de los escritores más fiacas que ha dado la Argentina, excelsa sin embargo en ese terreno como lo prueban Guido y Spano y Enrique Banchs entre otros muchos. Desafío a cualquiera que demuestre que he escrito una sola línea por razones de compromisos editoriales; por ahí hago prólogos o presento libros para editores amigos, es parte de mi fiesta personal y nada más; el ritmo ‘artesanal’ que Viñas ve en mi obra anterior no ha cambiado en absoluto; no es culpa mía que las coplas me vayan brotando como agua de manantial, y mucho menos que ahora haya muchísimos editores dispuestos a publicarlas. ¿Debería negárselas, debería quemar mis coplas, mis cuentos? Seamos serios, che”.
“Sobre mi supuesta ‘esquizofrenia lingüística’ es muy posible que Viñas tenga razón; no es algo que uno mismo pueda ver claro, pero seguiré esperando opiniones mejor fundadas, sobre todo ahora que publico Libro de Manuel que a mí me parece muy argentino como escritura. En cuanto a mi ‘marxismo de festival’, si en alguna parte hay opiniones expresas y firmadas por mí sobre el marxismo, reconoceré que Viñas tiene razón porque soy profundamente ignaro en teorías políticas; he dicho siempre que creía en la vía socialista y en una revolución que nos llevara a ella, pero jamás he pretendido pasar por un marxista en el plano de las ideas.” Para terminar, agrega no sin destreza: “Yo lamento que mi circuito no coincida con la proyección que hace Viñas de sí mismo, de sus ideas y conductas, y que se permite proyectar terminantemente sobre mi propio dibujo, que naturalmente falta o sobra por todos lados respecto al suyo. Contra eso, nada se puede; pero lamento que alguien como David Viñas interponga con tanta obstinación su propia imagen entre él y lo que lee, entre él y alguien que en lo más hondo, en lo que verdaderamente cuenta, está y estará siempre con gente como él, para luchar cada uno a su manera contra los verdaderos enemigos”. Sin juzgar las rispideces, porque época y luchas las suponían, visto con la distancia, puede estimarse quién, como fueron mostrándolo la historia y la vida misma, asimilaba mejor las ingratitudes del oficio.
* Escritor, docente universitario.
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