Sábado, 10 de enero de 2015 | Hoy
Por Sandra Russo
El miércoles me encontraba leyendo y marcando con resaltador algunos párrafos de varios artículos europeos sobre las inminentes elecciones en Grecia, cuando apareció la noticia del atentado terrorista contra la redacción de Charlie Hebdo. Quedé estupefacta, como millones de personas, y luego estremecida por los detalles. Primero, por el registro audiovisual del asesinato al policía en la vereda por parte del comando vestido de negro que luego se subió a un auto que partió a toda velocidad. La sangre fría con la que lo remató. Ese goce de la muerte. Después, cuando fueron identificadas las víctimas y supe quiénes eran, a qué distintas generaciones pertenecían –qué legados llevaban generacionalmente a la práctica– los dibujantes asesinados. Más tarde, por la reacción colectiva y espontánea de los franceses que llenaron las calles siendo Charlie cada uno de ellos, diciendo con esa pancarta sencilla que los valores que defendía Charlie Hebdo –la libertad de expresar una posición anticlerical a través de la sátira, la libertad de expresar esa o cualquier otra posición– siguen vigentes y serán defendidos en Francia y en buena parte del mundo, porque la libertad de expresión es una conquista irrenunciable. Y luego, finalmente, también me estremecí porque por un momento sentí que mi tema, que era Grecia, había sido corrido de eje por el atentado. Era extraño, porque lo que estaba por escribir tenía que ver con la inoculación del miedo en el electorado griego por parte del “partido de las finanzas” que encabeza Berlín. Pero el atentado de París redoblaba, multiplicaba por mil esa inoculación, y lo abría en mil astillas: el miedo en cuestión dejaba de ser la amenaza profética de siete plagas condenando al rebelde –es decir, al pueblo europeo que desacate el orden de la troika–, para convertirse en el miedo físico que dejó irradiando el atentado sobre medio planeta, y que derivará seguramente, en sus versiones más radicales e irreflexivas –las que se encargarán de rociar varias agencias de inteligencia de países centrales–, en una nueva dicotomización prefabricada y demonizará una vez más a los musulmanes residentes en Europa. Veremos si el dato se confirma, pero si es cierto, como se publicó, que los tres comandos fueron identificados tan rápidamente porque uno de ellos olvidó su documento de identidad en el auto negro en el que huyeron, entonces también hay que preguntarse qué tipo de entrenamiento reciben comandos tan criminales como idiotas. En el mundo de hoy no hay que descartar nada.
El 25 de enero habrá elecciones anticipadas en Grecia y, como se sabe, los sondeos desde hace semanas dan como ganador a Syriza, el partido que conduce Alexis Tsipras, y que junto con el Podemos español son los portadores de un punto de vista que, de extenderse a otros países europeos, hace peligrar el statu quo que hoy hace de Alemania el capataz de la UE. Lo que se veía hasta el atentado era muy claro: un chantaje descarado de funcionarios de la troika, con la señora Merkel a la cabeza, asegurando lo que Alexis Tsipras viene negando sistemáticamente: si resulta ganador en las elecciones griegas, no abandonará el euro. Más bien, todo lo contrario: de acuerdo con el Programa de Salónica, presentado en octubre para explicar cómo serían sus primeros cien días de gobierno, Syriza no sólo no tiene la pretensión de abandonar el euro, sino que tiene otra: que sea el Banco Europeo el que absorba la quita de su deuda, que se propone renegociar en la medida en que pueda ser pagada con su propio crecimiento. Algo así como el “los muertos no pagan” de Néstor Kirchner. Algo así como la necesidad de un nuevo New Deal para corregir el desastre de las recetas neoliberales. Esto no lo sostienen solamente Syriza y Podemos. Hay un sector del funcionariado europeo que empieza a escuchar a varios premios Nobel, al Papa, a académicos y a organizaciones políticas emergentes que creen que es mejor detener ya la sangría, porque si continúa la teología de la austeridad, cada vez habrá menos torta que repartir. Eso es lo que ningún burócrata alemán dice, y a lo que la troika se opondrá con uñas y dientes: a que el Sur reclame lo que ya reclama, soberanía política.
Los indicadores de Grecia dejan poco margen para que a los griegos les vaya peor que obedeciendo a rajatabla al Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El desempleo juvenil asciende al 50 por ciento. Los salarios reales han perdido entre el 30 y el 40 por ciento de su poder adquisitivo bajo el peso de los ajustes. Tres de cada cinco griegos se encuentran bajo la línea de pobreza. El sistema educativo y el sanitario han sido desmantelados después de las privatizaciones. Desde 2008, los cuatro principales bancos que operan en Grecia han succionado 211 mil millones de euros de dinero público –el que Grecia le pide prestado al FMI– en garantías y efectivo. Y sin embargo, durante 2014, en un gesto de la hipocresía cada vez más deshilachada, el Banco Central Europeo no sólo evaluó positivamente a esas entidades bancarias, sino que no tuvo empacho en hablar de “la recuperación griega”, pronosticando para este año un crecimiento del 0,7 por ciento después de años de caída sin solución.
La inoculación del miedo al electorado griego no sólo estuvo a cargo del funcionariado alemán y francés, sino que fue acríticamente esparcido por medios de comunicación “serios” como Der Spiegel, que se hizo eco de “la inminente salida de Grecia de la zona euro si Syriza gana las elecciones”. Como contrapartida, los esfuerzos de comunicación del partido griego –que ya tiene una década de existencia, pero cuyo posicionamiento se fue fortaleciendo a medida que los ciudadanos advertían que todo lo demás era mentira– eran insuficientes. No había siquiera una pantalla partida entre Merkel diciendo “se irán del euro” y Tsipras diciendo “no nos iremos nada”. Este es el eterno reproche a los medios de comunicación, el que los periodistas de a pie no deberían tomar como un reproche a sus personas. No es un ataque al periodismo, sino en todo caso una interrogación sobre un trabajo que se desarrolla en medios que tienen dueños y pautas comerciales que dependen precisamente de los bancos.
“La amenaza al gobierno de Syriza no vendrá de los mercados sino del Banco Central Europeo, de la UE y de Berlín”, había advertido días antes Yanis Varoufakis, profesor de Política económica en la Universidad de Atenas y consejero de Syriza. En una entrevista publicada esta semana en la revista Sin Permiso, Varoufakis explicó la estafa a la opinión pública que fue la difusión de esa presunta “recuperación griega”, y que como mensaje intentó decirle al electorado “después de tanto esfuerzo, ¿van a elegir otra cosa justo cuando todo empieza a funcionar?”. Pues no: nada funciona.
“En los últimos dos años –decía Varoufakis–, la máquina propagandística de la UE no ha dejado que se interpusiera ningún dato en su marcha. Y hace aproximadamente dieciocho meses funcionó a pleno rendimiento en un intento por apuntalar el gobierno (conservador) de Samaras, aterrada por la perspectiva de un nuevo gobierno en Atenas que porfíe en cantarle al poder las verdades.” Esa “recuperación” fue propaganda “que se maquinó mediante dos nuevas burbujas: una, en el mercado de bonos; y otra, en el mercado de acciones bancarias griegas. Esas dos burbujas reventaron en el mismo momento en el que los griegos obtuvieron su chance para elegir un nuevo gobierno”. Ahora lo que dicen es que si gana Syriza, los griegos corren el riesgo de que la troika cierre de un portazo el sistema bancario griego. Eso aquí hace más de una década se llamó corralito.
En esa entrevista, el profesor griego apunta un dato absolutamente relevante para comprender hasta qué punto le resultan revulsivos a la troika partidos como Syriza o Podemos. No es casual que ayer el economista Thomas Piketty se haya reunido con gente de Podemos. Piketty es quien puso en la agenda mundial el tema de la desigualdad. Ni la troika ni la hegemonía republicana en Estados Unidos quieren escuchar hablar de eso. Además de reforzar la idea de que “la salida del euro no es una idea que Syriza vaya a contemplar en ningún momento ni a utilizar como estrategia negociadora”, Varoufakis insistía en que tampoco es la hora de revisar ninguno de los tratados firmados con la UE, algo de lo que también se los acusa por adelantado. La clave está en una cláusula de la que no se habla y que consta en lo ya firmado en el Tratado de Maastricht, cuando se creó la UE: en ella se habla de la llamada “cooperación reforzada”, que permitiría a nueve o más Estados miembro que se pusieran de acuerdo llevar a cabo por su cuenta la aplicación de políticas de la UE que no serían vinculantes a los demás. Es decir: si Grecia y España dan el ejemplo, si Portugal escucha, si en Gran Bretaña el laborismo se abre, si los italianos toman nota del nuevo record de desempleo batido esta misma semana, si un gran impulso político logra perforar el hechizante y perverso pensamiento único que preconiza pestes a cambio de pestes peores, Berlín podría llegar a quedarse sin sus socios pobres, y se abriría el horizonte a una nueva hegemonía europea, o al menos a una coexistencia. Pero Berlín no puede convivir: debe ordenar.
Es esto lo que está en juego el 25 de enero. La posibilidad de un tajo en el raso mugriento con el que Berlín y el FMI han envuelto a los países del Sur. Aunque de un modo embrionario y como una apuesta más todavía de fe que de puesta en acto real, se abriría una puerta y si se abre, Berlín podría quedarse sin nadie a quien seguir chupándole la sangre. Deben evitarlo cueste lo que cueste. El método es el de siempre: el miedo. Vaya a saber uno de qué es capaz este poder sin nombre que está gobernando Europa y medio mundo para preservar su propio sistema de acumulación de riqueza: el atentado de París, cuyas víctimas directas fueron un grupo de dibujantes que sostenían en sus sátiras posiciones a las que tenían absoluto derecho, y cuyas víctimas indirectas son naturalmente los musulmanes de buena fe que residen en Francia, vino a correr muy oportunamente un gran eje de pensamiento. No hay que descartar nada, porque los designios del dios dinero son hoy más insondables que nunca.
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