Jueves, 25 de febrero de 2016 | Hoy
Por Hugo Soriani
Jorge García Orgales, Flower, rindió su último examen el 12 de junio de 1975 a las siete de la tarde y se recibió de abogado. Con su aspecto de hippie pacifista, pelo largo, anteojos grandes, pantalones de bota ancha y andar desgarbado, era la imagen pura de los setenta. Por eso el apodo le caía pintado y a nadie se le hubiera ocurrido llamarlo de otra manera. Además de todo eso, era también un militante político querido y respetado en su Facultad.
Ese día, luego de aprobar Práctico II y recibirse, Flower se fue a festejar a su casa junto a su mujer, Felicitas, y su hijo de meses, Matías.
A las once de la noche, mientras brindaba y le contaba a su compañera los pormenores del examen, una patota de la policía allanó su casa y se llevó presos a los tres. A Matías lo devolvieron a sus abuelos, pero Flower y Felicitas quedaron detenidos hasta junio del 78, cuando los autorizaron a dejar el país.
El partió rumbo a Holanda, Felicitas y Matías a España, para preparar el reencuentro familiar.
“Escuché la semifinal del Mundial en la cárcel, y vi la final en Amsterdam. Fue gracioso porque todos los exiliados querían que gane Holanda para no darle aire a la Junta Militar, y yo que salía de la cárcel, por esas cosas que tiene el fútbol, era el único que hinchaba por Argentina, todo un contrasentido”, recuerda Flower y sonríe.
Cuando volvió por primera vez al país, en 1984, decidió ir a la Facultad de Derecho a reclamar el diploma que le debían. Su vida había tomado otros rumbos, pero ese título le pertenecía y era un regalo que les quería hacer a sus padres, que siempre soñaron con tener un hijo abogado.
Así que allá fue, al viejo edificio de Avenida Figueroa Alcorta, a caminar los pasillos en los que había militado y a golpear puertas y entrevistar funcionarios para reclamar su título. Tuvo que insistir varias veces hasta lograr que alguien lo escuchara:
“Luego de contestar muchas preguntas, porque no encontraban ningún registro, me dicen que no me había recibido, que me faltaba una materia, Práctico II. Les digo que la rendí y aprobé el 12 de junio de 1975 (imposible que olvidara esa fecha), y me dicen que sí, que estaba anotado pero que el interventor militar había anulado el resultado porque yo estaba preso ese día. Les explico que la aprobé a las siete de la tarde y que me detuvieron cuatro horas después. Me contestan que para ese día figuro como detenido, y el interventor había decidido que estando preso no podía presentarme a un examen.
Quedé frío, frustrado, sentía que los milicos me jodían de nuevo, que tantos años después seguía sin poder darles esa alegría a mis viejos”.
Flower se fue de regreso a Canadá, pero prometió volver y seguir reclamando.
Lo hizo a mediados del 86, y como sus gestiones administrativas no prosperaban logró una entrevista con el jefe de Cátedra de Práctico II, un viejo profesor que lo recibió y lo escuchó con atención, pero que tuvo una sola cosa para ofrecerle: “Me dijo que al otro día había una mesa examinadora, la última del año, y que me presentara, que él me iba a dar una mano para sacar un cuatro y aprobar la materia. Tuve pánico de hacer un papelón, pero el hombre insistió y me agregó a la lista para rendir al día siguiente.
Volví caminando hasta la casa de mis viejos, en Catamarca y México, unas cuarenta cuadras. Cuando pasé por Once compré una corbata azul con dibujos chiquitos de herraduras blancas. Siempre confié en los amuletos, y éste no podía fallar.
Llegué a casa con dudas, pero cuando vi las caras ansiosas y expectantes de mis padres, me decidí.
A las nueve de la mañana del día siguiente éramos como treinta esperando para rendir exámen. Primero había que pasar un escrito, si lo aprobabas ibas al oral, si no estabas eliminado.
Lo que sabía de antes y la experiencia me ayudaron. De los treinta sólo aprobaron seis y yo era uno de ellos. Me faltaba el oral. Pálido y tartamudo, entré al aula y el profesor con el que había hablado el día anterior no estaba. La mesa examinadora era con tres profesores a los que no había visto en mi vida. Aflojé el nudo de mi corbata amuleto y tragué saliva. Estaba jugado, tenía terror al bochorno pero no podía arrugar. Fui el segundo en rendir, el típico examen oral con bolillero para que el azar decida. Me daba igual cualquier bolilla. No sabía nada de nada y el profesor que prometió ayudarme seguía brillando por su ausencia.
No me acuerdo de qué hablé, pero lo hice sin parar. Los tipos me interrumpían con preguntas y yo seguía y seguía. Cuando se cansaron de escuchar tanta sanata uno tomó la palabra: ‘Mire, García Orgales, nos tiene un poco confundidos. Usted habla tanto y de tantas cosas a la vez que no entendemos si sabe mucho o no sabe nada, así que le vamos a hacer una última pregunta y nos tiene que responder Sí o No. No lo queremos escuchar más. Conteste sólo por Sí o por No, ¿entendió? Sí o no’.
Yo tenía la garganta seca y la angustia bajaba por mis piernas, pero me di ánimos y pensé, luego de esta odisea tener una chance a todo o nada no está mal, mientras tocaba el nudo de mi corbata.
Hizo la pregunta:
¡Sí!, contesté con firmeza y sin dudar.
Era no.”
Flower dejó en el aula la corbata con dibujos chiquitos de herraduras blancas, volvió a Canadá y nunca más confió en amuletos.
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