Sábado, 5 de marzo de 2016 | Hoy
Por Sandra Russo
Esta semana compartí en Facebook un posteo muy breve, apenas una frase: “Quiero que me devuelvan mi país”. Esas seis palabras rebotaron intensamente en mi interior, en una zona que no es ni muy personal ni muy original: creo que es una zona compartida con millones. Queremos que nos devuelvan nuestro país, lo cual no significa ni ignorar el resultado de las elecciones –en aquel país se podían perder las elecciones–, ni nada desestabilizador, como se estila decir ahora ante la crítica política. Los burócratas en funciones se han ocupado de que las voces opositoras callen, dejando un mínimo cupo para cumplir con presuntos buenos modales por los que tanto reclamaban y de los que hace tres meses demuestran que carecen por completo. Que son, como insisto desde hace algunas contratapas, neo bárbaros, gente emocionalmente tosca, moldeada al uso de esos artefactos que creó el dinero para multiplicarse por generación espontánea y se llaman corporaciones y buitres. Nos va quedando en claro que corporaciones y buitres comparten estrategia.
Lo hemos visto ya mil veces. Esa semana vimos videos de despidos en la Secretaría de Comercio en los que un PRO, ex miembro de una ONG de aparente defensa de consumidores, reunía sádicamente a sus inminentes despedidos porque, decía, “sentía que era algo humano”, pero les daba la opción de rehusar la reunión y ser directamente informados sobre sus despidos. Vimos en esos videos, también, los argumentos de los trabajadores de Consumo Protegido: quedó clarísimo que este gobierno no quiere proteger el consumo ni quiere defender a los consumidores, que por el contrario quiere destruir lo más rápidamente el consumo interno, porque eso es exactamente lo que hacen las decenas de miles de despidos públicos y privados. No quieren evitarlo: lo buscan. Cuando describen el ajuste estatal, niegan el modelo anterior, niegan su lógica, que es como decir que Roosevelt puso en la posguerra a sus militantes a hacer obra pública. En el esquema neo bárbaro, la mitad del país no habla su idioma y en consecuencia debe ser suprimida del imaginario nacional.
Los despidos en el sector público, que recubre el PRO con la palabra “ñoqui” y es repetido por eunucos periodísticos de variada pelambre, son solamente el paso necesario para cambiar el paradigma inclusivo por el Estado neo bárbaro, en el que se chilla contra la corrupción del gobierno anterior mientras ponen a los investigados por lavado de dinero en la Unidad que investiga el lavado de dinero. No hay mucho más que explicar. Son los mismos, empleados de los mismos jefes invisibles los que en Brasil se lanzaron sobre la yugular de Lula. El tipo que sacó de la pobreza a 40 millones de personas es acusado de ladrón por los ladrones por definición, desde corporaciones y medios concentrados, que una vez que caiga Dilma rediseñarán la región para ponerla al servicio de las corporaciones y los buitres.
Sigo escuchando un poco estupefacta decir incluso a personas que piensan parecido a uno, que a Macri no se le puede reprochar que haya mentido en la campaña. Que los que lo votaron sabían a qué se exponían. Es como reconocerle cierta honestidad intelectual. La verdad, si bien en algún momento previo a la campaña pudo observarse algo semejante, mientras Macri construía una imagen cimentada en la trivialidad combinada con la presunta eficiencia y la respiración profunda, hay que rastrear y precisar. No fue ese Macri el que compitió con Scioli.
Me impresiona que hayamos perdido la dimensión enloquecedora de la contradicción. La borran los medios y la borramos de nuestra percepción. Me impresiona que confundamos la verdad con la contradicción. Confundir esas dos instancias de discursos es una derrota cultural a la que no me resigno. Porque Macri no ganó diciendo la verdad, sino ejerciendo en arte negro de la contradicción, que es el hecho de poner en circulación dos discursos contrapuestos y no ser expuesto ni compelido públicamente a resolver ese dilema. Macri fue cubierto con un fondant amargo, y amparado para ensayar un habla loca, una doble vara institucionalizada por “el periodismo” ahora oficialista. Me resulta por razones obvias inolvidable aquel debate televisivo inservible y bastoneado por periodistas de esos que sueñan con la CNN, en el que Macri le dijo a Scioli la frase que le preparó Avelluto: “¿En qué te han convertido, Daniel? En un panelista de 6,7,8, siempre mintiendo”. Lo que seguía en el texto de ese aspirante a presidente era que no iba a devaluar. Pero “Daniel” no se había convertido en nada, y no mentía. Macri devaluó. Todos sabían que iba a devaluar. Pero Macri en esa noche estelar dijo que no. Eso es lo que quiero denunciar en este pobre párrafo impotente: que Macri no ganó diciendo la verdad, sino contradiciéndose, y contenido en esa contradicción por decenas de medios. Nuestra relación con el lenguaje es la que se va agrietando mientras en este país lo que era grieta ya es abismo, y no se termina de comprender cuál es la necesidad de tanta saña, de tanto desprecio. Esa necesidad no puede responder a un plan de gobierno como los que cualquiera esperaba de las pasadas elecciones, votara por quien votara. Quizá un pequeño núcleo odiador, la vanguardia en la neo barbarie, se satisfaga, como en el pasado se satisficieron otras multitudes bárbaras, viendo arder brujas, sacrificar a cristianos, linchar a adúlteros, ahorcar a sospechosos de algo. Pero sinceramente no creo que de esos bajos instintos participen todos los que votaron a Macri. Muchos de ellos ya hoy son más pobres, más desvalidos y más inútiles que hace tres meses.
Compartí la frase “Quiero que me devuelvan mi país”, porque me envió directamente a una columna que escribí en 2001, cuando quebró la cadena de jugueterías “El país de las maravillas”. Era una de las más grandes. Se moría la industria nacional. Se venía el corralito. El sufrimiento era una nevada que caía copiosa sobre los argentinos. Aquella columna terminaba así: “Hoy hay un nudo de angustia instalado en las calles, en las casas, en las oficinas. Algo se nos fue de las manos. Aquel país de las maravillas nunca fue realmente un gran país. Era módicamente maravilloso en sus virtudes, y maravillosamente módico en sus vilezas. Ese país también parece haber quebrado, con todos nosotros adentro”.
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