Martes, 14 de junio de 2016 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Entró por la ventana del baño. El dron. ¿Era el dron del vecino freak-tech del 4to. B? ¿O el dron vigilante de la loca del 3ro D que espía todo lo que sucede en el edificio, en especial con los árabes que acaban de mudarse? ¿O el dron modelo murciélago del chico gótico del ático 2? ¿O el dron con el que el chino del restaurante ensaya catastrófico delivery? No importa, fuera de quien fuese, el dron entró justo cuando Rodríguez se estaba duchando. Como en una cruza de Psicosis y Terminator. Rayos y centellas y chispas y cortocircuito. Y Rodríguez salta…
DOS …y cae en Dronlandia. Drones en todas partes y a toda hora. Los periódicos ofrecen avisos a página entera con cupones recortables y cuando juntas algo así como 999.999 cupones te envían uno de estos aparatos a casita. Otro aparato. Otro miembro de la familia donde ya hay más metal y plástico y circuito y chip que carne y hueso. Y los conspiranoides a los que la realidad les da cada vez más la razón denunciando el atractivo de los drones (esa versión de última generación y de luxe de lo que alguna vez fue el aeromodelismo para los nerds) como la avanzada sigilosa y seductora. Avanzada que –una vez dentro del hogar, informático hogar– le abrirá la puerta para que entre a jugar toda una oleada de robots. Ingenios que, se supone, llegan para ayudarnos a la vez que nos convierten en inútiles incapaces de cerrar una botella o de hacer las camas o de, sí, graduar la temperatura del agua de la bañera en cuyo suelo, ahora, agoniza un dron que aún no ha aprendido a decir aquello de “Tengo miedo… Dave” o aquello de “He visto cosas… Todos esos momentos se perderán como lágrimas en la ducha”.
TRES Sí, drones a su izquierda, drones a su derecha y aquí está Rodríguez, atrapado en el centro con un dron. Los noticieros ya tienen casi una sección fija dronística. ¡Extra! ¡Extra! Un reciente informe publicado por Marketsand Markets advierte que el mercado de los drones para uso comercial y privado pronto superará los 5000.000.000 de dólares. Y John Cale los hizo zumbar a su alrededor en el escenario del Barbican bajo el nombre de The Drone Orchestra para reinterpretar Music for a New Society (y falta menos, piensa Rodríguez, para que a alguien se le ocurra filmar drones al ataque con fondo de la “Cabalgata de las Valquirias” de Wagner). Y Amazon está cada vez más cerca de repartir de sus galpones a nuestros balcones vía dron. Y Apple ya tiene dron propio de líneas cálidas y simpaticonas “para que quede bien junto a los otros productos de las Apple Stores”. Y el deporte más cool del momento son las carreras de drones (ya hay una internacional Dron Racing League y Rodríguez se pregunta si un duelo de drones no sería una buena y vistosa manera de solucionar el asuntito ese de las re-elecciones o, al menos, de buzoneo de las boletas para el 26J). Y una periodista de la BBC rompió “el dron más seguro del mundo” en el Consumer Electronic Show. Y los drones catalanes marca Catuav están –según la consultora norteamericana Droneii, experta en la calificación de drones profesionales– entre los mejores del mundo (Rodríguez se pregunta si era a esto a lo que se refería el ahora arrepentido Carles Puigdemont cuando asumió la presidencia de la Generalitat y aseguró que la región era “una potencia tecnológica”). Y sus creadores advierten a apocalípticos y agoreros con un “A todos aquellos que desean aún más restricciones para los drones, diría que piensen que puede que algún día necesiten recibir con urgencia un órgano para un trasplante o se hallen en medio de una inundación atrapados en su coche y sea un dron el que les lleve un hígado o los localice y les salve la vida”. Y hay mini-drones con minicámaras que caben en la palma de la mano. Y ya se anticipan drones como el Ehang 84 chino capaz de portar a una persona de menos de 100 kg y alcanzar una velocidad de crucero de 100 km/h a una altura de 500 metros. Y no hay ninguna legislación clara en cuanto al uso y desuso de estos aparatos “con enfoque recreativo” pero que plantean más de una duda en cuanto al respeto de la vida privada. Y no se ha conseguido identificar aún la marca de drones kamikazes utilizados en el atentado del ISIS en el Dolby Theatre de Hollywood durante la última entrega de los Oscar para acabar con “los bufones y putas de Satán”. Ah, no: esto no ha sucedido aún. Pero falta menos, piensa Rodríguez.
CUATRO Mientras tanto y hasta entonces, un dron en una de las mejores escenas de la innecesaria nueva versión de Poltergeist; un dron para burgueses cuarentones que ya no quieren ser aplastados en festivales de música indie y prefieren verlo y oírlo todo desde casa en uno de los episodios de Portlandia; un dron con voluntad propia en el cyber-thriller Kill Decision de Daniel Suárez; abejas drónicas asesinas en Arrow; un dron-pajarito al comienzo de Captain America: Civil War; y drones en el título del último de Muse. Y, por supuesto, el equivalente a esos canarios en las minas de carbón que ya empiezan a piar su alerta en cuanto a que los drones se venden como juguetes cuando no lo son (están tipificados como “aeronaves”); a que no se ha realizado ninguna “tarea pedagógica” en cuanto a su uso; a que no se ha informado debidamente a la población de las zonas no autorizadas (casi todas) donde ponerlos a volar. Así, las agencias de datos europeas ya han elevado peticiones para restringir su uso; ya se aplican las primeras multas a drones fuera de lugar (sus propios dueños se delatan al colgar imágenes en ese confesionario para tontos que es YouTube); USA exige que se registre un dron como a un arma de esas que se venden y compran sin problemas en USA. Y un joven de Tokyo ha patentado una red atrapa-drones; se ha presentado una suerte de rifle de ondas de sonido llamado DroneDefender (que derriba drones sin lastimarlos) y que enseguida fue misteriosamente retirado del mercado; y (a Rodríguez le emocionó el dato todavía conmovido por la lectura de H de halcón, la elegíaca y emplumada memoir de Helen Macdonald) la policía holandesa entrena a águilas para cazarlos en pleno vuelo y así aportar “una solución low-tech a un problema high-tech”. Medidas que preocupan a una industria pujante que generará muchos puestos de trabajo y…
CINCO …ya sabemos cómo sigue, se dice Rodríguez, desnudo y temblando, mirando fijo a eso que agoniza en su bañera. Diciéndose que los drones cada vez vuelan mejor y más libres y las personas cada vez vuelan peor y más apretadas en aviones con demasiados asientos. Aviones como ese Airbus A320 que el pasado 19 de febrero –cubriendo la ruta Barcelona/París; se supo que a partir de cierta punto el dron se desentiende de su piloto en tierra y sigue en ascenso y por las suyas– estuvo a punto de impactar contra un dron cuando se disponía a tomar tierra.
Y Rodríguez siente cada vez más ganas de salir volando de aquí.
SEIS Y allá va y de nuevo, por las dudas y por responder a más de una duda: Rodríguez no soy yo (ni sus problemas de salud, toco madera, son los míos).
Rodríguez (yo lo manejo a control remoto; pero es él quien mira y transmite y, a cierta altura, se desentiende de mi órdenes y vuela solo) es mi dron.
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