CONTRATAPA

Homo Viento

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO ¿Dijo Rodríguez que una de las formas de reconocer a septiembre era que refrescaba? ¿Sí? Pues no. O todavía no. Ola de calor récord y el falso alivio de un viento caliente que pone nervios de punta y noches en picada. Un viento que, piensa Rodríguez, es pariente de aquel enloquecedor Santa Ana que describía Joan Didion. Un viento que vaya uno a saber si aparece en ese lírico listado en El paciente inglés. Un viento que –a diferencia del tornado que te arranca de Kansas para llevarte a Oz– lo único que hace es cansarte y darte hostias. Un viento más cercano al viento idiota que a aquel otro que sopla todas las respuestas en aquellas dos canciones de Bob Dylan. Un viento de veleta con gallo y bruja y que no te deja dormir con su canto y te hace sentir víctima de todos los maleficios.

DOS El viento es el flujo de gases a gran escala, define la Wikipedia; y la forma del viento es la de las cosas que arrastra, teoriza Rodríguez. De ser así, entonces este viento que sopla por las noches tiene forma de españoles. De muchos españoles. De millones de españoles arrastrándose. Y esa ventosidad tiene nombre de resonancias árabes pero en realidad es inequívocamente gallego: El Rajoy. El Rajoy que no sopla sino suspira y, como mucho, resopla. El Rajoy que no se parece en nada a los vientos mitológicos o a esas viñetas de mejillas infladas en un ángulo de los mapas. El Rajoy y el aburrido misterio de los molinos de sus pensamientos que, básicamente, se reducen a una única y, para que no se vuele, muy fija y muy bien fijada idea: “Gané las elecciones y me corresponde a mí seguir presidiendo España”. El que en las encuestas aparezca como “el menos valorado” en toda la historia de la democracia parece no importarle. Y el que los sucesivos escándalos de corrupción no sólo no afecten al Partido Popular sino que le hagan sumar votos en cada capítulo del folletín electoral parece darle más autoridad a El Rajoy. Y seguir resoplando; como cuando se muestra poniéndose a tono realizando esas marchas rápidas, enfundado en largas camisetas, la lengua asomando entre sus labios. Aquí viene, allá va. El último episodio pseudo-tormentoso en este sentido tuvo eclosión en los últimos días coincidiendo con altas temperaturas fuera de lugar y tiempo. Ya fue pero aún se evoca: dos viernes atrás, minutos después de despachada la segunda sesión de investidura fallida de Mariano Rajoy, se circuló circular. Allí se comunicaba que el ex ministro de Industria (sueldo de 73,497 euros anuales) José Manuel Soria –quien meses atrás se “apartó” de su puesto para no perjudicar al Partido Popular con eso de que no tenía participación en varias empresas que no recordaba tener en paraísos fiscales– había sido propuesto para alto puesto, donde, se supone hay que llegar con currículum intachable, en el Banco Mundial (226,000 euros libres de impuestos). A dedo y sin concurso. Con castigos así quién quiere premios. Y volvieron a mentir en cuanto a la mecánica del trámite, y “clamor popular”, y hubo acalorados pedidos de cómos y por qué de la oposición y, por una vez, incómodos carraspeos de varios compañeros del propio partido mascullando que “no era buen momento” para hacer estas cositas. Y a Soria no le quedó otra que volver a apartarse. Y el PP no demoró en proponer otro coleguita. Albert Rivera –compañero de pacto– dijo “Rajoy no cambia nunca… Vamos a pedir explicaciones sobre lo inexplicable”. Algún otro atribuyó su conducta a la mentalidad propia y notarial de un registrador de la propiedad, oficio de Rajoy antes y más allá de la política. Y a Rodríguez le causa gracia la indignada doble moral del asunto: porque se sabe que cualquier hombre de grandes negocios está donde está por moverse como tiburón y no como sardina. En cualquier caso, distracción asegurada para otra limbo-semanita de mucha-nada mientras se esperan las elecciones en Galicia y País Vasco. Y Pedro “PSOE” Sánchez –deshojando no la margarita sino la marchita y socialista rosa de los vientos– es como esa bolsa de plástico flotando en el viento de American Beauty: puede significar cualquier cosa. Y Ciudadanos y Podemos son molinos de viento que alguna vez fueron confundidos con gigantes y… Rodríguez no puede sino preguntarse si no sería un buen golpe de sutil y elegante autoridad de parte de Felipe VI el citarlos a todos juntos en la Zarzuela y que conversen frente a su mediadora presencia y abrir las ventanas del palacio para que corra un poco el aire, para que el aire se mueva un poco. Pero para Rodríguez lo más interesante del episodio es la duda que plantea: ¿Es El Rajoy un tonto o un genio? ¿No entiende que eso no se hace o es que se hace? ¿O tal vez sabe que eso es lo que tiene que seguir haciendo –continuar gobernado “en funciones” como si continuase con indiscutible mayoría absoluta– para generar así un efecto espejismo/alucinatorio en los votantes que les haga pensar que todo sigue igual y que, más allá de pequeñas perturbaciones atmosféricas, El Rajoy continúa henchido porque “los votos lo legitiman” y lo suyo es “perseverar”? ¿“Regeneración democrática”? ¿“Comisiones anticorrupción”? O.K., de acuerdo, se firma por ellas y a futuro; pero una cosa es firmar por lo que vendrá y otra afirmar en el presente. Y el presente es tan largo y el futuro no llega nunca y el pasado está para olvidarlo. Y los tres son como el viento: pasó y pasa y pasará.

TRES Hubo un tiempo en que los diarios viejos se usaban para envolver pescado. Ahora, mejor, para abanicar tanto tufo a podrido por el calor. Y en una de esas páginas Rodríguez relee a Manuel Jabois –su columnista de cabecera en El País para asuntos (ir)reales– y allí, en una crónica sobre la última sesión de investidura, se describe: “Los fotógrafos rodeaban a Mariano Rajoy, que cuando llega a su escaño no se sienta en él, pace. Es un trabajo poco envidiable el de fotografiar primeros planos del presidente. Se trata de un rostro en funciones, suspendido temporalmente entre el aburrimiento y el espanto. El estado de la nación, su colapso, ha provocado en Rajoy una mueca perpetua de ‘en fin’, encogiéndose de hombros como si no hubiese un mañana, que no lo hay. Es como si de repente la gran obra de su vida se acoplase a la situación política, y su rostro tuviese por fin algún sentido: ‘Esto es lo que hay, o no’(…) Rajoy, con los botones de la chaqueta abrochados, la mirada de vez en cuando en el horizonte como dirigiéndose al siglo XIX, no quiere ser presidente del Gobierno sino paisaje, que es la mejor forma de perpetuarse. Un ruido de fondo al que el español se acostumbra como a la información del tiempo (…) Uno de esos dolores con el que al final se convive sin saber cuándo empezó (…) Ni un gramo de pasión para la cansada y aburrida España; la política soy yo con más de lo mismo”. Días después, Jabois concluía: “El Caso Soria ilustra una experiencia habitual que se da también en la empresa privada. Cuando alguien molesta en funciones ejecutivas, se le envía a funciones representativas. Puede verse todos los días hacia donde uno mire. Usted es un incompetente, un vago y un ladrón: represéntenos”.

Cuando uno está cansado –de todo y de todos, de aquello que supuestamente te representa, pero no– sólo habla del clima. Y cuando está hasta cansado del clima en general, habla del viento en particular. Y comenta cosas del tipo “¿Sabías que la traducción literal de kamikaze es ‘viento divino’?”

Y se espera que pase.

Que pase todo, hasta el viento.

Pero El Rajoy no pasa, y entonces uno se conforma con que pase el calor, ¿sí?

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