CONTRATAPA
Curiosidades de un traspaso
Por Juan Gelman
Las grandes palabras suelen ocultar pequeños hechos. El lunes 24-5, ante un auditorio de 400 jefes y oficiales que no lo aplaudió mucho, el presidente Bush presentó su plan de “traspaso de la soberanía” al pueblo iraquí el próximo 30 de junio. Las nuevas propuestas de W. son las viejas: seguirán en Iraq los 138.000 efectivos estadounidenses –tal vez lleguen a ser más– sin fecha de retirada a la vista. Las nuevas fuerzas de seguridad locales, a crearse, serán en última instancia controladas por el mando militar de EE.UU. sobre el terreno. Esa “soberanía” entraña además la presencia por tiempo indefinido de asesores norteamericanos en los ministerios clave (véase Página/12, 23-5-04). El plan acrecentó el escepticismo de los iraquíes, un 90 por ciento de los cuales considera que los invasores son “fuerzas de ocupación”, no “libertadores”, según la última encuesta conocida (Chicago Tribune, 23-5-04). Se quejan incluso miembros de la Autoridad Provisional de Coalición (APC), todos designados por Washington.
Ali Allawi, actual ministro de Defensa de la APC, insiste en que las tropas extranjeras deben ser reemplazadas por fuerzas de seguridad iraquíes a más tardar en un año. El presidente de turno de la APC, Ghazi al Yawar, quiere que las autoridades locales “tengan el derecho a pedir la retirada de esas tropas”. La nueva “soberanía” de Iraq no contempla semejante pretensión. Al Yawar también quiere que los iraquíes controlen los ingresos que asegura la exportación de petróleo. En teoría, el nuevo gobierno interino debería administrar el Fondo de Desarrollo para Iraq, cuyos dineros provienen de un porcentaje de esas ventas. Quién sabe. Washington se opone.
Una delegación encabezada por Hamid al Bayati, viceministro de Relaciones de Exteriores de la APC, intentó recientemente en Nueva York que las Naciones Unidas presionaran a las autoridades ocupantes a fin de que se devolviera a Bagdad el dominio y el manejo de las entradas que producen sus propios hidrocarburos. Sin suerte: ni siquiera fueron recibidos por los funcionarios competentes de la ONU. Desde la ocupación del país hace 14 meses, EE.UU. ha impuesto un silencio de plomo sobre los tratos, las exportaciones y el uso de los fondos que éstas devengan. Hay motivos: Muzhir al Dulaymi, vocero de la Liga de defensa de los derechos del pueblo iraquí, declaró el lunes 24-5 “que se roba diariamente a Iraq”. Aseguró que, según fuentes de primera mano, los datos del movimiento portuario de al Bakr, en el sur iraquí, y del puerto turco de Jihan, confirman que “tres millones de barriles de petróleo salen de Iraq cada día”. Los funcionarios del Ministerio del Petróleo iraquí tienen prohibido hablar del tema. Sin mencionar, agregó al Dulaymi, “el hecho de que existen muchos contratos secretos que ni siquiera se notifican a ese ministerio”. Aun antes de la invasión, Washington contaba –y los “halcones-gallina” lo decían– con que la producción petrolífera iraquí iba a solventar los gastos de la guerra en un par de años.
El plan para Iraq formulado por W. Bush –que ahora sí pide el apoyo y la ayuda de la ONU– no toca puntos esenciales y nada cambia de la estrategia que hasta ahora aplica. O de la falta aparente de estrategia. El muy respetado general (R) de cuatro estrellas Anthony Zinni lo acaba de señalar sin tapujos: “Ha habido poco pensamiento estratégico (en el gobierno), la planificación operativa y su ejecución sobre el terreno han sido pobres” (CBS News, 21-5-04). Dijo más: el curso actual de la ocupación de Iraq “es un fracaso”, culpó de ello “directamente a la conducción civil del Pentágono” –es decir, Donald Rumsfeld– y afirmó que la ideología de los neoconservadores los llevó a secuestrar la política estadounidense en el país invadido. No es el único militar de alto rango que piensa de ese modo. El general de marines (R) Joseph P. Hoar, ex comandante de las tropas norteamericanas en Medio Oriente, manifestó ante el Comité de Relaciones del Senado: “Creo absolutamente que estamos al borde del fracaso. Nos hallamos frente al abismo” (Los Angeles Times,23-5-04). El general Charles Swannack Jr., comandante de la 82ª división aerotransportada del ejército que volvió de Iraq en abril, ya había señalado a los medios que “estamos ganando tácticamente” pero “estamos perdiendo estratégicamente”.
Las críticas también proceden del establishment republicano, de conservadores tradicionales como Pat Roberts, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado: “Necesitamos –objetó– frenar los instintos mesiánicos en aumento en EE.UU., esa especie de ingeniería social mundial, a la que EE.UU. se siente obligado y con derecho propio, que consiste en promover la democracia, a la fuerza si es preciso”. Para los neoconservadores no se trata de fomentar o imponer la democracia.
Thomas Donnelly, el segundo del muy halcón Instituto Empresarial Estadounidense, acaba de reiterar en una conferencia que “la meta estratégica central para EE.UU. es establecer un nuevo orden en el Gran Medio Oriente”. Esa, sí, es la verdadera estrategia de la Casa Blanca y no ha variado desde la asunción de W. Bush. La única iniciativa nueva que anunció en su discurso del lunes pasado fue la construcción de “una prisión moderna de máxima seguridad” a la que serán trasladados los prisioneros de la siniestra cárcel de Abu Ghraib. Algo es algo.