CONTRATAPA

PAPELES Y PATADAS

 Por Rodrigo Fresán

UNO Una cosa es segura: dentro de 3000 o 4000 años ningún Indiana Jones del futuro se interesará por la recuperación de la sacra reliquia firmada días atrás en Bruselas. Me refiero aquí a la nada mágica y poco espectacular pero todavía flamante Constitución Europea. Ya saben, un mamotreto legal para regir los presentes y futuros del continente recién ampliado a 25 países que pronto serán 28 cuando se arrimen al fogón Bulgaria, Rumania y Croacia. ¿Por qué no le interesará el asunto a un hipotético Indiana Jones? Fácil: porque todo parece indicar que ya no les interesa a los millones de europeos cuyos gobernantes representan y rubrican con firma y abrazo y beso y foto a pie de página. Al menos eso es lo que probaron las últimas elecciones europeas: cifras record de abstención, la abulia de los mayores y el recelo de los jóvenes románticos que no vacilan a la hora de emparentar el lirismo de la palabra unión con el corporativismo de la palabra globalización. Unos y otros coinciden en el cansancio causado por un año largo y difícil donde la guerra en Irak –y las batallas fuera de Irak por la guerra de Irak– agotaron el entusiasmo hasta del más curtido en estas cuestiones y, para colmo, cuando se alcanza un fin de semana más o menos tranquilito, para no perder la costumbre, surge la polémica por la presencia del alemán Gerhard Schröeder en la conmemoración de los 60 años del desembarco en Normandía. En cualquier caso, los prohombres se reunieron, se encerraron, discutieron, siguieron discutiendo –desde exteriores, el Papa aportó lo suyo por considerar que la Constitución no ponía de manifiesto el espíritu católico de este pedazo del mapa y todo eso– y acordaron dar el O.K. a los papeles. Pero no se pusieron de acuerdo a la hora de nombrar un sucesor de Romano Prodi para que lidere la Comisión y el show debe seguir. Los especialistas que se arriesgaron a asomarse al vertiginoso abismo de semejante documento fueron claros y –tal vez sin darse cuenta– sarcásticos: “Larga, farragosa y compleja”, dicen. Pero, agregan: “Se llama Constitución Europea, y eso ya es un gran logro”. Y nos volvemos a encontrar cualquier día de éstos, ¿sí? Porque ahora se inicia el largo proceso de ratificarla en cada uno de los países. Zapatero ha llamado a referéndum popular para legitimar el trámite y vamos a ver si va alguien a votar. Aquí, en lo que concierne a estos papeleos, queda claro que el pueblo no está especialmente interesado por saber de qué se trata. Sobre todo si cae en domingo.

DOS Documentos más prácticos son los que exigieron los inmigrantes encerrados otra vez en varias iglesias de Barcelona al grito de “Papeles para todos”. Se supone que la Constitución Europea emprolijará la política inmigratoria del continente. No va a ser fácil. Las oficinas encargadas de renovar permisos de residencia están colapsadas por pilas y pilas de expedientes pendientes de revisión y flotando en un limbo consecuencia de marchas y contramarchas en las políticas reglamentarias. Dicen que se aflojará el lazo, que se revisitará la altura del cerco, que un país de historia emigrante como es España tendrá que asumir, finalmente, que toda nación con ganas de Primer Mundo se convierte –casi por reflejo automático– en Tierra Prometida para muchos otros mundos rankeando mucho más abajo. Mientras tanto y hasta entonces, se juntan y se coleccionan los diversos papeles a presentar con pasión filatélica y lepidóptera. Y ayer mismo me tocó un trámite y, en la cola, la súbita polaroid de un hombre con la cabeza hundida en el contundente tomo –sí, ya se consigue en Europa– titulado My Life por Bill Clinton. Y no hace falta preguntar qué parte está leyendo pero igual me acerco y se lo pregunto y –para eso se inventaron los índices onomásticos– el lector en busca de papeles descartó infancia y vida universitaria y primera presidencia y, de un salto, directamente a Monica Lewinski de rodillas frente a un presidente alzado. Y, no sé: no creo que sea lindo para un estadista de importancia planetaria que el mayor argumento de ventas de sus memorias políticas sea una gruesa infidelidad con becaria regordeta. Pero a Clinton no parece importarle; porque Clinton sabe que lo importante es existir, permanecer. Y así todos aquellos que pasan de largo frente a las páginas de los diarios donde se resumen la Constitución Europea o las propuestas de reformas del PSOE a la Ley de Extranjería se harán un ratito –mientras la cola cada vez más larga de la vida cada vez más corta avanza, a los golpes y a las patadas, cada vez más despacio mientras el tiempo pasa veloz– para enterarse cómo fue que Bill conoció a Moni...

TRES ...y le sacaron tarjeta roja en el estadio de su matrimonio y casi acaba siendo expulsado del campo del juego político. Y, sí, hay gente –mucha gente– a la que esto le encanta. A mí no. Me refiero a que el fútbol funcione como metáfora de absolutamente todo. Pero en ocasiones –hay que reconocerlo– funciona: que la Eurocopa de Fútbol haya comenzado apenas 24 horas después de sellar una carta magna de intenciones unificadoras tiene su gracia. Un claro dejar de lado los complejísimos papeles –todos esos artículos e incisos y cláusulas con letras cada vez más pequeña– y volver a las patadas donde gana el más fuerte o el más listo y donde toda utopía continental desaparece ante la contundencia de las viejas banderas. Y claro: los futbolistas de antes apenas hablan, tenían un trabajo “normal” durante la semana, ganaban poco, y todo se reducía a patear hacia adelante y meterla adentro. Y nadie decía “el esférico”. Aquí y ahora, en cambio, todo desaparece erosionado por una jerga cyberpsicológica a la hora de explicar lo imposible de justificar: todos viajan a Portugal como favoritos y muchos vuelven –por separado y en vuelos diferentes– como derrotados a los que les “faltó gol”. Pero, en realidad, son todos amigos. Y Raúl –de la descalificada selección española– se queda a pasar las vacaciones en la casa de Figo que juega para la eliminadora selección portuguesa pero que, a la hora de la verdad, es multimillonario compañerito de Raúl en el Real Madrid. Así, a la hora de la verdad, no es que la política se vaya pareciendo más y más al fútbol sino que el fútbol se vaya pareciendo cada vez más y más a la política.
Zapatero –en su constante afán por la diferencia– se lesionó una mano el pasado fin de semana jugando al básquet. Ese es mi muchacho.

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