EL PAíS › QUEMAN UN PATRULLERO Y UNA BAILANTA
POR LA SOSPECHA DE QUE LA POLICIA MATO A UN JOVEN
Mediodía de fuego y furia en La Matanza
El domingo, un joven de 22 años fue echado de un boliche y luego apareció muerto. La familia acusa a la policía. Y responsabiliza también a los patovicas del lugar. Ayer, sus amigos y vecinos cortaron la Ruta 3 y luego incendiaron el local y un auto policial. El ministerio echó a dos efectivos.
Por Horacio Cecchi
Ayer, un patrullero, ex flamante Fiat Siena, carbonizado, destrozado e irreconocible por los golpes, era la más clara imagen del descrédito policial cuando se trata de una muerte violenta. El esqueleto destartalado reposaba sobre la vereda de la ruta 3, en Isidro Casanova, a escasos diez metros de la puerta de la disco Invasión Tropical, también incendiada por dentro. Ambos incendios fueron desatados durante una marcha en reclamo de justicia por el asesinato de Diego Lucena, tras ser expulsado de ese boliche por los patovicas. La familia acusa directamente a la policía. El fiscal asegura que los testimonios mencionan una pelea callejera. Por el momento, objetivamente, la responsabilidad de los uniformados es tan probable como improbable. El fiscal trabaja para probar lo probable. La familia acusa desde lo posible. Ayer, el estallido de bronca y el esqueleto calcinado del patrullero fueron una clara alusión a la infinidad de casos comprobados que hacen que la historia negra sea posible.
La marcha se inició durante el mediodía de ayer. En realidad, se trataba de una marcha más, organizada por familiares y amigos en reclamo de justicia por el crimen de un joven –otra vez de un joven–. La madrugada del domingo pasado, Diego Lucena, de 22 años, junto con cuatro amigos y una amiga, habían concurrido a la disco Invasión Tropical, ubicada en ruta 3 al 7700, en el cruce con Amambay, Isidro Casanova, partido de La Matanza. A las cuatro de la madrugada de ese día, se produjo una pelea que derivó en la intervención patovica. Diego, uno de sus amigos, y dos del bando contrario fueron expulsados de la disco por la puerta trasera.
A partir de allí, no sólo la noche se hizo oscura. Hasta el momento, ningún testigo aportó datos directos del crimen. Lo cierto es que el cuerpo de Diego fue descubierto por una vecina a una cuadra del boliche, el domingo, alrededor de las 8 de la mañana. No tenía ni zapatillas ni campera. Lo encontraron boca abajo, con el brazo izquierdo doblado sobre la espalda y fuertes golpes en los laterales del cráneo. La autopsia determinó que Diego murió asfixiado de un modo particular: abrazaron su cuello por detrás y presionaron con una mano a la altura de la nuca.
Desde el primer momento, la familia de la víctima acusó a la policía. El clima se fue enrareciendo hasta ayer al mediodía. A esa hora, Lidia y Roberto, padres de Diego, y sus seis hermanos marcharon acompañados de una buena cantidad de vecinos. Junto a ellos, marchaban las banderas del Polo Obrero, del Movimiento Teresa Rodríguez y Aníbal Verón y pancartas reclamando justicia por Diego. Eran alrededor de 400 personas.
Primero, la furia se desató contra la disco. Invasión fue invadida. Tras abrir a patadas el portón de acceso, no dejaron dentro nada en pie. Después le prendieron fuego. Dos camionetas policiales y un flamante Siena de la comisaría de San Carlos acudieron en ayuda. Apenas llegar para que la furia cambiara de sentido y se descargara en forma de palos, piedras y patadas, sobre los móviles. Las dos camionetas, con sus respectivos ocupantes y los del Siena trepados a ellas, huyeron del lugar bajo una lluvia de insultos y piedras. El Siena quedó aislado. Destrozaron sus vidrios, fue dado vuelta. Y luego fue puro fuego y humareda. La comisaría de San Carlos, cumpliendo funciones preventivas, se rodeó de un vallado y guardias de infantería.
“Fue la bronca –dijo a Página/12 Guillermo, uno de los hermanos de Diego–. El boliche iba a abrir como si no hubiera pasado nada. Lo mató la policía.” Lo dijo cuando ya se habían encaminado de regreso hasta plantar sus banderas frente a la casa de los Lucena, en Villa Giardino, a unas diez cuadras de la estación de tren de Laferrere. De jardín, el barrio lo único que tiene es el italiano. El estallido pareció ser el síntoma más claro de la pobreza y el hambre que deambula por allí como uno más de los vecinos. Y todos allí, de uno u otro modo, expresaron el odio acérrimo contra la policía. Será difícil, en Villa Giardino, recuperar el hilo lógico que llevó a Diego desde la disco hasta su muerte. Nadie pudo confirmar lo que ocurrió por una razón elocuente: nadie vio el momento. El único testigo que aporta para el lado de la familia es el amigo, que ya declaró ante la Justicia.
Según su testimonio, Diego –un muchacho fornido, de un metro noventa y 85 kilos– corrió detrás de los otros dos. Y tras él, corrieron dos patrulleros. El fiscal a cargo del caso, Gustavo Bancco, dijo a Página/12 que el testigo aseguró que “él no corrió, y cuando se asomó a la esquina ya los había perdido de vista”. Bancco también dijo que contaba con otros testimonios que señalaban que el perseguido era Diego.
–¿El amigo no fue perseguido ni corrió con Diego? ¿Qué hizo?
–Dijo que se volvió a la casa –sostuvo el fiscal– porque tenía miedo de la policía.
Al mismo tiempo, en Villa Giardino aseguraban que al amigo “lo apretó la policía”, y pasaron a detallar una versión que en el barrio está firme: “Al amigo lo vio un vecino a unas cuatro cuadras de la disco –dijo Guillermo–. Estaba en cuclillas junto a su cuerpo. El vecino le dijo ‘¿qué hacés pibe?’, y el amigo contestó que estaba esperando que Diego se levantara. Después salieron otros vecinos. Al ratito pasó un patrullero de San Carlos y se llevó al amigo. Ahí fue cuando lo apretaron para que no hablara”. En Villa Giardino también está firme una convicción: “Lo mató la policía”. El abogado de la familia, Alejandro Bois, confió a este diario que “le vamos a pedir al fiscal que profundice la hipótesis de la responsabilidad policial. La forma en que apareció el cuerpo no se compadece con una pelea callejera, donde es más común que aparezcan puñaladas, golpes de puño. Este caso tiene más parecido con los hábitos policiales. La policía acostumbra detener tirando al piso y sujetando el brazo por detrás de la espalda. Además –agregó–, antes de que la familia se enterara de que Diego había muerto, llamé a las tres comisarías de Isidro Casanova. Preguntaba si tenían un detenido y me respondían que no, pero a esa hora ya tenían el cadáver de Diego. ¿Por qué no relacionaron la búsqueda de una persona con el cuerpo que tenían? El sentido común apunta al encubrimiento”. La familia denunció lo mismo. Sostuvo que en las comisarías les respondían con evasivas, hasta que el padre quiso presentar la denuncia por desaparición: en ese momento le pidieron que pasara a reconocer un cuerpo.
Por el lado de la fiscalía, Bancco aseguró que no hay un solo parte policial que indique una persecución. También, sostuvo que tomó testimonio a un grupo de muchachos que se dirigía al boliche cuando observó que una patota perseguía a otra. Y que vecinos del lugar señalaron haber escuchado gritos de jóvenes como si se tratara de una pelea callejera. Pero nadie vio la pelea. Tampoco a policías golpeando a Diego.
A la misma hora, la comisaría San Carlos envió un patrullero ante “el silencio de radio” de otro patrullero que debía recorrer la cuadrícula. Según el Ministerio de Seguridad bonaerense, lo encontraron estacionado detrás del boliche. Dentro, según informó, estaba dormido de tanto alcohol el suboficial mayor Luis Lara. Curiosamente, en ese mismo momento, el cabo Daniel Rebollo habría sido expulsado del boliche por los patovicas, también borracho. Los patovicas, según esa versión, le quitaron el arma y la entregaron a los otros policías. Demasiadas curiosidades. Lara y Rebollo fueron pasados a disponibilidad. Ayer, el Ministerio de Seguridad los expulsó de la fuerza. Todo, a la misma hora y en el mismo lugar donde se dice que había dos patrulleros que persiguieron a Diego. Otra casualidad que aporta a la historia negra.