ESPECTáCULOS › “FOTOGRAMA DE UNA FIESTA”, DESDE HOY EN CANAL 7
Un mapa de la celebración
El ciclo de cortos documentales concebido por Marcelo Céspedes enfoca desde distintos ángulos el mundo de las fiestas regionales.
Por Horacio Bernades
La idea se le ocurrió al documentalista Marcelo Céspedes, y bien puede terminar convirtiéndose en todo un modelo de cómo pensar y ejecutar políticas para la televisión oficial, en momentos en que éstas se hallan bajo la lupa. Filmar las fiestas regionales, sí, pero no bajo el tamiz turístico-tradicionalista que tiende a recubrirlas, sino buscándoles otros ángulos de sentido. Si hubiera que sintetizarla en una línea, ésa sería la idea que anima la serie Fotograma de una fiesta, que a partir de hoy a las 22 ocupará la pantalla de Canal 7, todos los viernes y durante un mes y medio.
Concebido por Céspedes a partir de su doble carácter de asesor de la Secretaría de Cultura y experimentado documentalista y productor del género, el carácter modélico de Fotograma de una fiesta podría extenderse al esquema de producción con el que el programa fue imaginado. Correalizador de La noche eterna y Tinta roja y productor de La televisión y yo y Yo no sé qué me han hecho tus ojos –en todos los casos junto a su coequiper, Carmen Guarini–, Céspedes hizo de la economía de medios una palanca creativa, en lugar de un obstáculo. ¿Cuenta con escasos fondos Canal 7? Entonces, a producir con un costo mínimo: doce documentales de media hora cada uno, por la irrisoria cifra de 120.000 pesos, varias veces menor que uno solo de los astronómicos sueldos que algunas estrellas están habituadas a percibir. ¿Son escasos los medios? Que cada realizador se haga cargo de investigar, guionar, empuñar cámara de video y micrófono y editar, contando para ello con un tiempo limitado de rodaje (sólo ocho horas) y edición (60 horas).
Lo demás es sencillo, o al menos lo parece: se convoca a los mejores, se les asigna un tema y se les da libertad absoluta, tanto en términos de enfoque como de tono, registro y estilo. Hasta el punto de que algunos de los trabajos terminaron diluyendo los límites entre documental y ficción, incursionando en el ensayo, el diario personal y hasta el falso doc, a la manera de Zelig o la memorable La era del ñandú, de Sorín/Pauls. La fiesta de la papa, la de la leche, el algodón o el carbón fueron algunas de las elegidas, cubriendo el país desde Formosa hasta la Patagonia y de Coronda a Cuyo. La plantilla de cineastas convocados incluye a consagrados como la citada Guarini (H.I.J.O.S.: El alma en dos), Pablo Reyero (Dársena Sur, La cruz del sur), Sergio Wolf (Yo no sé qué me han hecho...), Ulises Rosell (Bonanza), Cristian Pauls (Por la vuelta) y Mariano Llinás, el de Balnearios. Junto a ellos, un eminente artista plástico como el fotógrafo Marcos López y un puñado de debutantes: el veinteañero Ignacio Masllorens, Oscar Mazú, Eduardo Yedlin y Sebastián Martínez.
El resultado: el mapa de un país en el que, alguna vez, las fiestas representaron la pujanza productiva del interior, y hoy son como una carcaza que se quedó sin chasis. Argentina 2004, tal como la radiografía Rosell en su Devolved el oro, sobre la fiesta de la leche en la pequeña localidad cordobesa de Canals. Poco antes de que el dúo Pimpinela cierre la fiesta con sus desafinaciones y un tornado termina aguando la celebración, la cámara elige quedarse con los ex empleados que La Serenísima dejó en la calle, que ahora trabajan de gomeros o instalan cibercafés. “¿Qué filmar cuando nada te interesa?”, se preguntó el realizador de Bonanza, que al llegar a Córdoba se encontró con “un playón, Marcela Morelo, un grupo de cuartetos y De la Sota besando a reinas adolescentes”. Argentina 2004, la de la selva en pleno proceso de talado, que Alejandro Fernández Mouján muestra en Un tango para Misiones. Argentina 2004, una en la que las naranjas se pudren en Concordia, Entre Ríos, donde transcurre Los destiladores de naranja, de Sergio Wolf.
La Argentina que Cristian Pauls y Sebastián Martínez coinciden en abordar desde un confesado desconocimiento. “Yo no sabía nada de Formosa”, comienza diciendo el primero en Formosa, visiones fugitivas, y otro tanto afirma el segundo sobre el Chaco, en el inicio de El reino. Una Argentina en la que la Reina Nacional de la Amistad Deportiva, la de la Corvina Rubia o la del Hombre Petrolero saludan moviendo la mano derecha con ese “gestito espantoso” del que habla Mariano Llinás en La más bella de todas. Y que se repite, casi como una pesadilla, en la mayoría de los cortos. No podía esperarse del realizador de Balnearios un documental tradicional. Allí está su pequeño opus de veintipico de minutos para confirmarlo. Enviado a la Fiesta Nacional de la Manzana en General Roca, Río Negro, Llinás termina componiendo un poema de amor imposible, filmado como cine mudo (blanco y negro, música e intertítulos) y dedicado a la Reina Nacional del Lúpulo. La Alabanza a la papa, del debutante Ignacio Masllorens, recoge, a su turno, la tradición fabuladora de La era del ñandú, imaginando a una Villa Dolores entregada a lo que el realizador denomina “un fundamentalismo del tubérculo”. En el corto de Masllorens, el universo entero parecería deberle su próxima salvación a la papa.
Dos de los realizadores convocados practicaron una suerte de vuelta al origen. Oscar Mazú regresa a Río Turbio en NyC vs. Santa Brava mientras en, Reinas, el fotógrafo Marcos López consuma una suerte de cirugía nac & pop de Coronda. Allí, en la radio anuncian el extravío de un chihuahua, empleados municipales le cantan a la frutilla largas coplas con explicaciones y una ex reina protagoniza un clip casero. Pero si de cirugías se trata, implacable resulta la que Carmen Guarini emprende en Escobar, tierra de la flor y de Luis Patti. En El diablo entre las flores (que hoy abre el ciclo, junto con Reinas), Guarini encuentra, en la imagen de ciertas flores –a las que “se engaña” en los invernaderos, haciéndoles creer que el clima es otro, para que cambien de color– la más perfecta síntesis del estado de las cosas, en un municipio que eligió como intendente (dos veces, a falta de una) a ese icono de la tortura y la represión. Fotograma de una fiesta, entre cuyos pliegues tal vez se esconda lo que la propia Guarini denomina fascismo cotidiano: Argentina 2004.