EL MUNDO › OPINION

Entre Líbano y Yugoslavia

 Por Claudio Uriarte

La deprimente previsibilidad con que avanza la campaña de atentados a medida que se aproxima la fecha del traspaso del poder formal a los aliados norteamericanos en Irak no debe oscurecer dos datos que señalan un salto cualitativo de las operaciones de los insurgentes: la notable sofisticación que revelan los ataques simultáneos de ayer –que llevan todas las huellas digitales de las operaciones más logradas de Al Qaida y sus grupos afiliados– y el hecho de que esto mismo indica que las operaciones no cesarán, sino que seguirán redoblándose, después del traspaso, frente al hecho de que la “nueva policía” y el “nuevo ejército” iraquíes son entelequias oxidadas antes de nacer y que las verdaderas fuerzas armadas del país se constituyen de un ejército norteamericano que hace tiempo ha perdido toda intención de reconquistar las ciudades tomadas por la insurgencia, como Faluja –una de las atacadas ayer– y Najaf. Pero hay algo más: las señales de participación extranjera en las operaciones, que se desprenden tanto de su estilo como del hecho de que, por lo menos en Faluja, los atentados rompieron un cese del fuego logrado previamente en el día de ayer. Eso indica el peligro de fragmentación del país. Y, por eso, sugiere que la presencia militar estadounidense sobre la segunda reserva petrolera del mundo seguirá por mucho tiempo, sea George W. Bush o John Kerry el ganador de las elecciones presidenciales norteamericanas del 2 de noviembre.
Lo que plantea dos horizontes. Uno es el Líbano, el otro es Yugoslavia. Bajo el paralelo libanés, el país entraría en una guerra civil interminable; bajo el yugoslavo, Estados Unidos debería redoblar sus fuerzas –posiblemente con mayor participación internacional– para mantener un armisticio frágil, logrado solamente por la fuerza de la intervención extranjera. Ninguna es una perspectiva alentadora, menos aún medida con la ambiciosa vara de la consigna de crear una plataforma democratizadora y liberalizadora regional con la que se inició la invasión. Pero, una vez deshecho el ejército baazista que daba unidad al país, Irak no podrá reconstruirse a sí mismo desde la nada (y tampoco es un país del que los ocupantes puedan retirarse alegremente sin sufrir ningún costo). Por eso, la esperanza de los invasores es que el gobierno que asumirá Iyad Allawi como primer ministro el próximo miércoles pueda capitalizar algo de la tenue simpatía que tiene en las calles. Por eso también, las calles fueron convertidas ayer por los insurgentes en huracanes de fuego.

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