CONTRATAPA

De espías

 Por Juan Gelman

“Un lobby es como una flor nocturna. Florece en la oscuridad y muere al sol”, sentenció en un memo interno de 1982 Steven Rosen, director de la oficina de asuntos extranjeros del Comité Israelo-Estadounidense de Asuntos Públicos (Aipac por sus siglas en inglés). Bueno. El viernes 27 de agosto las cadenas CNN y CBS despejaron un poco de la oscuridad que envuelve las actividades del Comité, el lobby proisraelí más poderoso de Washington, estrechamente vinculado con los “halcones-gallina” de la Casa Blanca, revelaron que el FBI investiga a un funcionario del Pentágono que estaría pasando documentación altamente clasificada a miembros del Aipac que éstos, a su vez, harían llegar al gobierno israelí por intermedio de su embajada en EE.UU. Los asoleados directivos del Comité y las autoridades de Tel Aviv negaron, por supuesto, que tal cosa hubiera ocurrido. El topo del Pentágono se llama Larry Franklin, es un analista especializado en Medio Oriente, habría entregado entre otros documentos el borrador de una orden presidencial secreta sobre Irán y trabaja a las órdenes de Douglas Feith, subsecretario de Política del Departamento de Defensa.
También Feith tiene su historia en estos menesteres. En marzo de 1982 fue echado del Consejo Nacional de Seguridad cuando el FBI investigaba si había alcanzado documentación secreta a un miembro de la embajada israelí (Taking Sides: America’s Secret Relations with a Militant Israel, Stephen Green). Descrito como “un fanático del Likud”, el partido del primer ministro israelí Ariel Sharon, Feith fue rescatado de su desgracia por el neohalcón Richard Perle, entonces subsecretario de Seguridad Internacional del Pentágono. Perle es repetitivo en la materia: recuperó además a Stephen Bryen, expulsado del personal del Comité de Relaciones Exteriores del Senado en marzo de 1978 luego de que el FBI lo sorprendiera en el acto de “ofrecer documentos clasificados a un funcionario de la embajada israelí en presencia del director de Aipac” en la cafetería del hotel Madison (op. cit.). Como dijera a The Washington Post Yossi Alpher, ex agente del Mossad, el servicio de inteligencia israelí, “la insinuación de que Aipac, un lobby judeo-estadounidense, está involucrado en el espionaje es de alguna manera peor que lo de Pollard, que como individuo que actuó solo podría ser descrito como un desequilibrado” (The Daily Star, 31-8-04).
Se recuerda el caso de Jonathan Pollard. Era analista del servicio de inteligencia de la marina y llegó a vender a la Oficina de Tareas Especiales de Israel (Lakam) la friolera de 800.000 páginas de información confidencial reunida por el espionaje norteamericano. Fue arrestado en 1985 y condenado a cadena perpetua. El gobierno israelí ha jurado y perjurado que, desde entonces, nunca más realizó operaciones de espionaje contra su mejor amigo. Pero hay documentos testarudos. Por ejemplo: en un informe de 1996 de la Oficina General Contable (GAO) estadounidense titulado “Seguridad industrial de Defensa: fallas de seguridad en los acuerdos de EE.UU. con empresas contratistas de propiedad extranjera” se señala que, según fuentes de inteligencia, “el país A” –identificado como Israel por el Washington Times del 2-2-96- “lleva a cabo operaciones de espionaje contra EE.UU. más agresivas que las de cualquier otro aliado de EE.UU.”. Y también: “La información militar clasificada y las tecnologías militares más afinadas son objetivos de alta prioridad para los servicios de inteligencia de este país” (citado en el Jerusalem Post del 30-8-96).
En efecto: Israel se ha convertido en los últimos 20 años en un país exportador de la tecnología armamentista y la información tecnológica más avanzadas del mundo no sólo porque compra en EE.UU. equipos muy sofisticados, a veces gracias a sus simpatizantes neoconservadores del gobierno norteamericano. A fines de 1995 el servicio de investigaciones del Pentágono hizo circular un memorando entre las empresas estadounidenses productoras de armamento en que les advertía que “Israel procura agresivamente reunir información sobre tecnología militar e industrial” (The Washington Post, 30-1-96). Al espionaje industrial se suma el de carácter político: Tel Aviv insiste hoy en que la Casa Blanca ejecute sus planes de un ataque preventivo a Irán, otro componente del “eje del mal”. Los “halcones-gallina” están en lo mismo y así se juntan el apetito y las ganas de comer, según se dice.
Agentes del FBI han interrogado a Rosen –el de la flor nocturna– y a otros miembros de Aipac y a la vez revisan las investigaciones del pasado que involucran a altos funcionarios del gobierno, como el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz y otros neoconservadores pro-israelíes, en decisiones oscuras en favor de Tel Aviv. Franklin sería apenas un hilito de la red a cuyo amparo Feith se reúne con grupos opositores a Damasco y Teherán y diseña estrategias para derrocar a los gobiernos de Irán y Siria, tal como hizo en el caso de Irak. Para los neohalcones “democratizar” a Irán es la tercera fase de la guerra por el dominio del Medio Oriente y sus recursos energéticos. Les va mal en Afganistán, peor en Irak, y escalar el conflicto no deja de ser una fuga hacia delante.

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