CONTRATAPA
Comprarse el Obelisco
Por Eleuterio Fernández Huidobro *
La peatonal Fuerza Aérea uruguaya, luego de canibalizar los últimos aviones Hércules C 130, comprará unas cosas menos volátiles que un piano. Se llaman Antonov AN70. Comprar ese cuatrimotor de transporte con el temerario propósito de volar es como hablar de comprarse el Obelisco. Peor aún: un Obelisco inexistente pero a la vez volante.
Entonces uno, preocupado por la Defensa Nacional, no puede creer que a la Fuerza Aérea o al ministro de Defensa, el profesor Yamandú Fau, les pasen por el jopo tamaño tranvía volando de perfil.
Parece una joda ruso-criolla.
Mencionar la palabra Antonov hablando de aviones de guerra es como apelar a Gardel para vender un tango. “Lástima grande no sea verdad tanta belleza” (Argensola, alrededor del 1600, citado en el tango “Maquillaje”), porque dicha fábrica hoy prácticamente no existe: muchas cosas se disolvieron al disolverse la URSS, lo cual daría para otro tango. Al desaparecer la URSS, la fábrica ucraniana Antonov, independizada junto con Ucrania, quedó a cargo de todo el proyecto.
Desfinanciada y descapitalizada, se asoció con más de siete grandes fábricas desparramadas por Rusia y sus confines para poder fabricar tres prototipos del Antonov AN70.
El primero se acabó en enero de 1994. Voló por primera vez en diciembre de ese año, cuando iniciaba sus pruebas de calidad. Se estrelló en febrero de 1995 con sus siete tripulantes en un bosque ucraniano. Nadie salió vivo.
El segundo prototipo fue terminado en diciembre de 1996. Voló por primera vez en abril de 1997 y reiteró esa proeza en heroica búsqueda de clientes hasta el año pasado en cinco ferias de aviación realizadas en Rusia, Europa y China. Este milagroso aparato es el que nos deben querer meter de prepo por el gaznate ya que es el único que, como veremos, existe.
Porque el problema es que el tercero que salió por los portones del taller en octubre del 2000, voló por primera vez en enero del 2001 y, para ser sometido a pruebas de vuelo a bajas temperaturas, fue enviado (él también y en mala hora) a Siberia. Minutos después de su despegue, congeladas como no podía ser de otra manera sus pobres articulaciones, intentó aterrizar como un piano, de panza en la tundra. Los lobos se espantaron pero, una vez recuperados del susto, volvieron famélicos sobre el desastre para ver atónitos como de entre los restos del fuselaje lograba salir la suculenta tripulación arrastrando en pos de sí a cuatro heridos graves.
El armatoste fue remolcado entre aullidos, deplorablemente, a bordo de una chata de infantería en una larga marcha de horror digna de Ignacio Corsini. Rusia, China y la OTAN negaron absolutamente, de modo intolerante, que dicho prototipo de avión tuviera la más mínima posibilidad, jamás, de incorporarse a sus respectivas fuerzas aéreas ni a nada que tuviera relación con el aire salvo algún museo de curiosidades o una prensa hidráulica de chatarra para fundición.
El penúltimo interesado, hasta caer preso en Perú, fue un tal Vladimiro Montesinos.
El último parece ser, por lo menos hasta dentro de unos meses, Yamandú Fau, quien también remató el aeropuerto y compró los radares (acerca de cuyo costo, licitación, comisiones y otros menesteres espero en vano respuesta a un ya viejo y por tanto pergaminoso pedido de informes senatorial que se va transformando en papiro etrusco), lo que pone de manifiesto una inesperada y sutil vocación aérea en el citado ministro, al que conocíamos volador pero no tanto.
Se trató, pues, de tres prototipos de un modelo fracasado. Dos de ellos se estrellaron en los vuelos de prueba. Uno queda vivo porque nadie se animó a probarlo más: ni los kamikazes.
Ese es el que nos vamos a comprar los uruguayos por una gruesa suma de millones de dólares a cuenta de la ya famosa deuda rusa.
Nunca fueron fabricados en serie, no existe ni uno incorporado a nada. No hay repuestos, salvo los detritus chatarrosos de los desastres conocidos. Los operarios de la casi desierta fábrica Antonov de Kiev, Ucrania, sobreviven de los fletes que obtienen explotando unos viejos pero voladores aviones Antonov que quedaron en sus manos.
Digo yo que a ese milagroso sobreviviente lo traerán como a rata muerta en barco, no sea cosa que, intentando venir como un avión, en el trayecto caiga sobre las casas de alguna zona poblada del mundo con el lamentable efecto de hacer fracasar el estupendo negocio. Lo llevarán en camión desde el puerto hasta Carrasco y saldrán de vuelta.
Estos aviones de transporte vendrían a sustituir a los Hércules C 130 y serían forzosamente usados en Uruguay para llevar gente civil y militar, entre otros sitios, a la Antártida, donde suele hacer mas frío que en la tundra siberiana.
Así, un atentado al pudor se convertirá en un cruel intento (por ahora intento, solamente) de homicidio.
A menos que la idea sea dejarle el primer vuelo del Antonov al Frente Amplio-Encuentro Progresista-Nueva Mayoría para que lo inaugure. ¿No será ésa la maldad que piensan hacernos?
* Senador uruguayo por el Frente Amplio.