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Lo de Ucrania
Por Juan Gelman
Quien atienda a los medios occidentales en general, a los estadounidenses en particular, y entienda que el enfrentamiento entre los dos Viktor por el gobierno ucraniano es expresión de la lucha por “la libertad y la democracia” contra el reflote de la antigua burocracia soviética, “por el pueblo” y contra “la oligarquía”, corre el riesgo de equivocarse. Mucho. A nivel local, más bien se trata de la disputa por el poder de los diferentes clanes que, con la caída del régimen soviético, se apoderaron con voracidad y velocidad brutales de los diferentes espacios de la economía del país. A nivel internacional, es la continuación por otros medios de la Guerra Fría EE.UU./URSS que W. Bush no piensa abandonar. Tanto el opositor Yuschenko, más amigo de Washington, como el oficialista Yanukovich, más amigo de Moscú, son cuñas del mismo palo. Los dos ocuparon el cargo de primer ministro bajo la larga presidencia de Leonid Kuchma y en materia de corrupción parecen primos hermanos.
Ambos se acusan mutuamente de fraude electoral y esto no sería una novedad en las ex repúblicas soviéticas. Basta mencionar al respecto el plebiscito constitucional que promovió Boris Yeltsin en 1993 y los comicios que le dieron la reelección en 1996. Lo nuevo es que nunca EE.UU. y la Unión Europea se preocuparon tanto por la pureza democrática de las elecciones en esos países. Colin Powell, José Manuel Barroso –presidente de la Comisión Europea– y Jaap de Hoop Schaffer –secretario general de la OTAN– cuestionaron con dureza el proceso que oficialmente no le dio el triunfo a Yuschenko. Barroso amenazó con represalias y Powell, ya tan triste de figura, parece no recordar que su presidente llegó al cargo por primera vez gracias a la manipulación de votos. Occidente tampoco quiere recordar que Yuschenko, cuando fue presidente del Banco Nacional de Ucrania, engañó al FMI y desvió de sus préstamos hacia los capitanes de su grupo 613 millones de dólares que se lavaron en el exterior gracias a la red bancaria secreta heredada del régimen soviético (FMI, comunicado de prensa, 4-5-00; Agencia de Prensa Kiev, 2-6-00; ArtUkraine.com, 16-3-04; Financial Times, 23-11-04). Según el Centro de Investigaciones Políticas y Económicas de Kiev (www.analitik.org.ua), el 60 por ciento de los 14 millones de dólares que Yuschenko habría recibido para su campaña provino del Banco Mundial, la Agencia Internacional de Desarrollo de EE.UU., el Departamento de Estado yanqui, la muy norteamericana National Endowment for Democracy y, entre otras instituciones, por qué no, de la Fundación Vidrodzhenya (“Renacimiento”), que patrocina George Soros, dueño de no escasos intereses en lo que fue la Unión Soviética. Cabe señalar que el mencionado centro ucranio está integrado por varias ONG que apoyan a Yuschenko y que se precian del apoyo internacional recibido.
¿Por qué tanta voluntad occidental por Yuschenko presidente? El investigador británico John Laughland lo explicó en un artículo que la Sanders Research Association dio a conocer el 11-10-04, 20 días antes de las elecciones en Ucrania: “Se han redoblado los esfuerzos para aprovechar los oleoductos que supuestamente deberían transportar petróleo del Caspio a los mercados occidentales. Uno de ellos es el que se extiende desde la ciudad ucrania de Brody hasta Odessa, en el Mar Negro. Este oleoducto estaba inicialmente destinado a llevar a los mercados occidentales el petróleo que EE.UU. controla en los yacimientos del Caspio; en cambio, fue utilizado en beneficio del petróleo ruso, algo que molesta a los norteamericanos. De modo que los estrategas del Nuevo Orden Mundial están decididos a poner a su hombre en el control de Ucrania merced a las elecciones presidenciales del 31 de octubre. Mucha influencia y muy probablemente mucho dinero se están volcando a favor de Viktor Yuschenko... Estos intereses nacionales (de EE.UU.) reciben como siempre el apoyo del poderoso lobby de la nueva política anti Putin”. Entre los influyentes que financian esta urdimbre figuran, según Laughland, Jacob Rotschild y la petrolera Conoco Phillips –a cuya junta directiva perteneció mucho tiempo Condoleezza Rice–, que acaba de concertar una “alianza estratégica” con la empresa rusa privatizada Lukoil, la segunda en importancia del mundo.
Con sed permanente de petróleo y gas natural, Washington no limita sus aspiraciones a dominar Ucrania, le apetecen también el Cáucaso y ciertas repúblicas ex soviéticas de Asia Central ricas en recursos energéticos. La alianza de grupos económicos estadounidenses, euroccidentales y ucranianos propugna el establecimiento de una zona de libre comercio que abarque a Georgia, Uzbekistán, Azerbaiyán, Moldava y, desde luego, a Ucrania, una especie de cerco alrededor de Rusia. Tropas norteamericanas se instalaron ya en Georgia, Uzbekistán y Kirguistán en los últimos dos años.
Hay más: la flota rusa del Mar Negro, por ejemplo, estacionada en Odessa y Sinferopol, puertos en territorio ucranio, que cuenta con 250 unidades de guerra –buques, aviones, helicópteros, tanques, cañones– y 48.000 efectivos y que constituye un factor clave para garantizar la influencia del Kremlin en esas repúblicas de Asia Central. Dicha flota tiene allí sus bases con la anuencia del gobierno ucranio, negociada largamente por los rusos en la década pasada. Moscú sufriría un duro golpe si Kiev se retira del acuerdo. Es algo que W. Bush se propone llevar a cabo por medio de su ahijado político Yuschenko. La Casa Blanca considera que el frente ruso forma parte de “la cuarta guerra mundial” en curso, como definió el ex director de la CIA James Woolsey (CNN, 3-4-03). Según él, la tercera fue la Guerra Fría y reconfortó a los 300 estudiantes que lo escuchaban en Los Angeles con estas palabras de consuelo: “La cuarta guerra mundial será mucho más larga que la primera y la segunda, pero no durará las cuatro décadas que duró la Guerra Fría”. Algo es algo.