EL PAíS › OPINION

Justo

 Por J. M. Pasquini Durán

La Iglesia Católica no resiste las miradas unívocas para entender su historia de dos milenios, con momentos sublimes y otros execrables, ni la variada conducta de sus pastores. El obispo Laguna reconoce la existencia en el episcopado de tendencias ideológico-políticas dispares, incluso antagónicas, durante el ejercicio de su mandato, que se extendió por casi treinta años. La última dictadura del siglo XX, la más cruel de todas, tuvo adictos que bendijeron sus crímenes y otros pagaron con la vida el compromiso con la fe, que es ante todo compromiso con la vida humana. El historiador Luis Alberto Romero reconoce dos grandes momentos en la historia nacional de la Iglesia: Uno, “el de la conquista, primero del Ejército y luego del Estado –a través del Ejército– y su instalación como factor de poder”. El segundo, después de la caída del peronismo en 1955, cuando ocupa dos lugares: “El de la censura sobre ciertos temas estratégicos como el aborto o el divorcio [y] como garante y reguladora del conflicto social”.
En el plano social es conocido el discurso sobre “la opción por los pobres”, ese inmenso territorio donde los católicos ya no tienen más la exclusividad porque han florecido cien flores, desde las sectas evangélicas hasta el Islam, que disputan la adhesión de los desamparados. Son miles los curas, las monjas y los laicos creyentes que honran cada día esa opción fundamental, pero en la institución que se presenta como la “casa de Dios” coexisten al menos dos interpretaciones muy distintas: una cierra sus puertas y ventanas a cal y canto, dejando afuera a los bárbaros y herejes, no importa cuál sea la condición social, mientras la otra abre sus brazos a la vida y a la condición humana, porque así entienden la esencia principal del Evangelio. En esta vereda tal vez la contradicción más fuerte entre el discurso y la obra se presente en el campo de las relaciones humanas, en particular con lo que Romero identifica como “temas estratégicos”.
La evolución de las culturas sociales, por lo general, es más rápida y tumultuosa que la modificación de los dogmas, sobre todo cuando se confunden con los principios de autoridad. Hay que contar por siglos el tiempo que le demandó a la Iglesia reconocer que las mujeres tenían alma, que eran parte esencial de la especie al lado del hombre. Hoy en día salta a la vista que, en temas de la familia, la pareja y el sexo, la censura eclesial pierde sentido y lesiona de verdad la autoridad moral de la institución porque obliga a los creyentes, en un número indeterminado pero creciente, a usar la hipocresía como señal de obediencia. El ministro de Salud, Ginés García, advirtió en público que el número de nacimientos registrados en el país es equivalente al de abortos realizados en la ilegalidad, con riesgos letales que se acrecientan en proporción inversa a la condición económica de la mujer.
Tampoco es posible ignorar otros datos fidedignos. Argentina ocupa el primer lugar de la región en sida pediátrico, o sea por contagio en el útero materno, porque cada vez son más las mujeres infectadas, la mayoría por sus parejas estables. Las estadísticas se alzan también para registrar el número de embarazos adolescentes, casi todos no deseados ni buscados. En estas condiciones, la procreación responsable no es una consigna de la herejía, sino la necesaria condición para la calidad de vida de todas las personas que así lo quieran. A diferencia del censor, no es una condición obligatoria, sino libre, sujeta a la decisión privada, después de ofrecerle a cada persona, desde la infancia, la educación y la información adecuadas para que puedan elegir su propio camino.
Laguna responde al cuestionario de Washington Uranga que incluye algunos de esos “temas estratégicos”, el amor, el aborto y los preservativos y vale la pena que el lector reflexione sobre sus opiniones. Llega un paso más allá de las fronteras del discurso formal de la institución, pero ese avance no es fruto de la informalidad o el mero atrevimiento, sino una consecuencia lógica de quien dio muestras en su trayectoria de sentirse cómodo en la casa de Dios a puertas abiertas, siempre dispuesto a escuchar a la sociedad y a dialogar con sus conciudadanos, sin pedirle el misal a nadie. Son opiniones de un obispo Justo.

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