Sábado, 11 de febrero de 2006 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
El odio avanza a paso redoblado. La estupidez triunfa. O es el método de los poderosos para mantenerse. Porque un periodiquito de cuarta de la derecha danesa hizo una caricatura en la que se burla de Mahoma, salieron miles a la calle a quemar embajadas, a prender fuego banderas danesas y de otros países. Era justo lo que Bush esperaba. Todo esto lo ayuda a que Occidente le vaya dando la razón. La derecha musulmana, enemiga a muerte de la derecha imperial, le da de comer con la mano. Todo preparado. De pronto aparecieron en los países árabes centenares de banderas danesas. Banderas que en esos países nunca se habían visto. Era desconocida. Claro, en septiembre se publicó la caricatura y la reacción vino recién en febrero. Cinco meses para preparar el espectáculo maligno e irracional.
Sí, los problemas existen, pero sólo se podrán solucionar en el diálogo y en el respeto. Ni Bush ni los dueños de la verdad islámica pueden solucionarlos. Sólo nos van a dejar más muertes, más destrucción, más dolor, infinito dolor. Por supuesto, para las madres, los niños, los trabajadores, los soldados obligados a “cumplir con Dios y con la Patria”.
El problema de la caricatura no tenía importancia ninguna. Tan es así que a nadie le llamó la atención. Algo superfluo, de todos los días. Si los musulmanes se sintieron heridos tenían en Dinamarca –donde poseen una representación importante en la sociedad por el número de inmigrantes– la posibilidad de acceder a la Justicia e iniciar un juicio por insulto a los principios culturales de una minoría. No, se prefirió el fuego, la piedra, la violencia contra las representaciones nacionales que nada tenían que ver con la publicación.
Y aquí tiene que venir el gran debate mundial sobre las religiones. En cuánto han ayudado las religiones en el racismo, el odio entre los pueblos, las denominadas “guerras santas” y el colonialismo cuando se decía oficialmente que se llevaba el verdadero Dios “a los salvajes, a los bárbaros” y sirvió para “colonizar” continentes enteros y llevarse el oro y la plata. El Río de la Plata. Los esclavos africanos. Pero, además, las religiones enseñaron la desigualdad de la mujer.
Qué vienen ahora a quemar banderas si ellos marcan una discriminación inaceptable hacia la mujer, que no significa otra cosa que una degradación del ser humano todo. Si bien para Alá, la mujer vale igual que los hombres, en la Tierra ellas deben obedecer siempre al hombre y éste puede castigarla corporalmente. De acuerdo con el Corán, el testimonio de una mujer ante el juez tiene la mitad del valor de un hombre. En una herencia, la mujer sólo puede heredar la mitad de lo que recibe el hombre. El Corán ordena a la mujer cubrirse la cabeza y esconder el escote. En muchas regiones musulmanas, las mujeres sólo pueden dejar ver su rostro y sus manos. El Islam permite al hombre tener cuatro mujeres. En cambio, las mujeres sólo pueden tener un hombre. El divorcio para el hombre es cosa simple. Para la mujer, en cambio, posible, sí, pero con desventajas económicas.
Esto para empezar; entonces, antes de protestar por una o doce caricaturas de dudosa calidad e influencia, que empiecen a terminar con principios antiéticos que ya Occidente, gracias a sus pensadores racionalistas, como Voltaire, y de mujeres con un coraje a toda prueba, hicieron caer para siempre. Además de esto, los críticos fanáticos de tales caricaturas deberían tener la valentía de dejar desnudos a los regímenes medievales que rigen gran parte de los ricas naciones árabes. (Pero los occidentales y cristianos no damos ejemplo. Lo acaban de decir los estudios de Amnesty International, sección Francia: “Cada cuatro días muere una mujer en Francia como víctima de actos de violencia de su cónyuge o pareja, según estadísticas policiales. En 2002 se registraron 5568 sentencias por actos violentos contra mujeres; en 2003 ascendieron a 7922”. Todo esto en la tierra de Voltaire; a más de dos siglos de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.)
La crítica a la quema de banderas no significa de ninguna manera salvar a Occidente de sus pecados. La agresión de Bush a Irak es mucho más, infinitamente más, que la protesta islamita por las caricaturas. Ese criminal ataque, con todos sus bombardeos a civiles, justificaría cualquier reacción de las poblaciones atacadas. Es un pecado mortal contra toda la humanidad. Es sentirse dueño de la vida y la muerte de otros pueblos y justo en el curioso caso de un país con gran riqueza de petróleo. Tampoco criticar los excesos islámicos justifica la política de Israel con Palestina. No sólo son injustificables los bombardeos y ataques indiscriminados “por sospecha”, sino también la construcción de un muro entre los dos pueblos. La pregunta que cabría sería: ¿por qué se criticó con tanto fervor el Muro de Berlín y nada se dice sobre el muro entre esos dos pueblos? Denunciar esto no implica desconocer el derecho de la existencia de Israel en su territorio histórico.
Aprender de la historia. Aprender del dolor. Aprender de los grandes pensadores que vieron como único valor de futuro la paz eterna.
Es cierto que, para eso, la historia nos tendría que servir para aprender y no para odiar. No hay otra posibilidad. Como decíamos: odio significa destrucción, el no a la vida. Porque si no el futuro va a ser sólo sospecha, miedo, guerra preventiva, terrorismo de Estado. Hay sacerdotes mahometanos que prometen el paraíso –en el que por otra parte hay “vírgenes de ojos grandes”– para todo aquel que se sacrifique por Alá. En esto último están involucrados aquellos –y ahora también hay mujeres– que llevan la bomba en el cuerpo y la hacen explotar muriendo en el intento. Esto, la propia población que cree en Alá y Mahoma, debe impedirlo para siempre. Sólo podrán gozar del paraíso, con sus arroyos poéticos, sus frutos deliciosos y sus vírgenes, aquellos que en toda su vida se han preocupado por salvar la vida en la Tierra.
Muy buena ha sido la reacción de los países nórdicos. En otras épocas, la quema de la embajada y de sus banderas hubiera provocado, de inmediato, la declaración de guerra o por lo menos el rompimiento de relaciones. Todo lo contrario, esos gobiernos nórdicos hicieron llegar mensajes de notable tono pacifista. Es la reacción más sabia. A la violencia contestar con la palabra pacífica y amplia.
Muchos intelectuales europeos se dejaron llevar por la reacción religiosa de los mahometanos. No estoy de acuerdo con Günter Grass cuando censura a las publicaciones de Occidente que no criticaron a las caricaturas, por “la defensa de la libertad de prensa”. Si bien el Nobel alemán tiene razón cuando dice que “los diarios viven de los anuncios y tienen que tomar en cuenta a determinados poderes económicos porque la prensa es parte de grandes grupos dominantes que monopolizan la opinión pública. Occidente no puede atrincherarse más detrás del derecho a la libre expresión de opiniones”, en este caso, es sólo una parte de lo sucedido. Porque autocensurarse tampoco es la solución. Los mahometanos en Dinamarca, como dijimos, tenían otra forma de reaccionar, y no quemando banderas que simbolizan a mucha gente que nada tuvo que ver con las caricaturas del diariucho de derecha.
Por ejemplo, el siempre vivaz y crítico Vázquez Montalbán escribió la siguiente frase en su libro postrero, Milenio Carvalho: “Antes de treinta o cuarenta años, ¿quién sería el gobernador de cualquier lugar del sur de España que dejará la puerta abierta a la invasión islámica y qué procedimientos de defensa utilizaría una Europa que dependía de la inmigración musulmana para mantener limpias sus calles y sus cloacas y dependiente en buena medida de policías y militares surgidos de la tropa inmigrante? Lo que le jodía a Carvalho era el coste religioso de una operación de mestizaje, el sustituir la pelagra institucional mesiánica cristiana en todas sus formas por la pelagra institucional mesiánica islámica”.
Bien, a nadie se le ocurrió por lo de Vázquez Montalbán quemar las embajadas de España. Es una opinión. Por cierto válida de cierta perspicacia para hacer pensar. ¿O es que debemos comportarnos todos vírgenes como la virgen María?
Pero, para terminar esta nota, una increíble fantasía de la realidad. Mientras escribía esto llegó el correo con un sobre grande de la Documenta Vaticana. La editorial Archiv va a publicar las actas del Archivo Secreto Vaticano. La presentación la hace el cardenal Jean Louis Taurán, bibliotecario del Vaticano; el padre don Raffaele Farina, prefecto de la Biblioteca Vaticana, y el padre Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano. Ofrecen –contra el pago de una cuota mensual– la remisión de las publicaciones secretas. Y se comienza nada menos que con el proceso a Galileo Galilei. El científico que fue condenado por el Papa por sus descubrimientos y juzgado por la Santa Inquisición. En 1633, bajo amenaza de la tortura, fue obligado a abjurar de todas sus enseñanzas y guardar silencio. Fue condenado a detención. La leyenda señala que tuvo que desmentir su descubrimiento de que la Tierra se mueve, pero que al retirarse murmuró: “Eppur si muove” (“y sin embargo se mueve”).
Bien, este ejemplo de lo que fue el pasado católico con su brutal inquisición hoy se aprovecha, y la Iglesia oficial lo edita en varios tomos, a 19,90 euros el tomo. Increíble. Si se enterara Galileo ahora es posible que dijese: “Cómo se mueven estos”. Claro, en la globalización todo se puede negociar. El condenado sabio ahora, después de 450 años, le va a dar de ganar al papa Ratzinger unas buenas divisas. Ironías del destino.
Por estas enseñanzas la historia nos lleva a decir que sólo puede haber salida en la construcción de la paz y el estudio de la ciencia. Ese debe ser el camino y no el oscurantismo y la violencia del sistema.
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